Todo el mundo ha visto la foto del típico chico con apariencia de ser popular, con un cigarro entre sus dedos y el humo saliendo estéticamente de su boca, como si fuese una forma de hacerle más atractivo. No importa qué imagen sea, sé que tú también puedes pensar en una aunque no sea la misma en la que esté pensando otra persona.

Eso es porque Internet está plagado de fotografías como esas, pero no solamente la red está repleta de ellas; también se puede ver en la televisión, revistas, cine… Y una amplia gama de medios de comunicación e incluso entretenimiento.

Este tipo de normalización que llega a idealizar las drogas y a convertirlas en algo que convierte a quienes las toman en «guay» es un peligro, porque muy pocas veces vemos en la ficción el verdadero peligro que supone para aquellos que la consumen.

Por supuesto, en este artículo no solamente se está hablando de tabaco y alcohol (que son las dos drogas más normalizadas con diferencia), sino también del uso de otras sustancias que pueden resultar mucho más dañinas a corto plazo. Porque, sí, todas son dañinas (a corto o largo plazo; o ambos) por mucho que estén legalizadas.

El uso de estos estupefacientes está, a la par, estigmatizado y romantizado por la sociedad. Sin embargo, esto se debe a que hay mucho estigma acerca de la gente que tiene adicción, pero no se ponen medidas reales para que se dejen de ver como una solución a ciertos problemas, o como algo más positivo que negativo.

La culpa nunca es de la persona que consume, porque seguramente ha sido engañada por las cosas buenas que le han dicho que sentirá y ha sentido: bienestar, relajación, euforia, calma… Sin embargo, todas esas buenas sensaciones tienen un lado oscuro cuando los efectos pasan. Ese lado que solamente se muestra en series de televisión o películas cuando es conveniente para la trama, pero que está ahí.

Es mucho más divertise centrándose en la diversión de los personajes, en cómo las drogas hacen que sus noches sean mucho más divertidas, mágicas, especiales… Así como se pone de «pringado» a aquel que no toma, de aburrido, soso, alguien que no sabe divertirse porque la única manera que estos individuos tienen para hacerlo es tomando alguna sustancia que los haga sentirse al extremo.

Aunque sea preocupante, se vuelve incluso más cuando estas representaciones ficticias de personas son adolescentes que quieren encajar y que no podrán hacerlo sin drogarse, porque es lo que todo el mundo hace.

Eso lleva a una reflexión: ¿es la sociedad la que condiciona la ficción o al contrario?

Posiblemente, se retroalimente. Porque esos escenarios típicos de series para jóvenes se dan también en la vida real, con la única diferencia de que las consecuencias de estos actos son muchos menos bonitos que en la pantalla:

– De acuerdo con la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud (NSDUH, siglas en inglés), 19.7 millones de más de 12 años tuvieron un trastorno por adicción a las drogas en 2017.

– Casi el 74% de adultos que luchaban contra la adicción en 2017, tenían problemas con el alcohol.

– El 38% de adultos en 2017 tenía adicción a una droga no lícita.

– Ese mismo año, uno de cada ocho adultos tenía problemas con el alcohol y el uso de otras drogas simultáneamente.

– En 2017, 8.5 millones de adultos americanos sufrieron uno o más trastornos mentales a la vez que batallaban con su adicción a las drogas.

No hace falta darle más de una vuelta para estar de acuerdo en que son cifras alarmantes.

La intención de este artículo no es estigmatizar a las personas que tienen adicción, cada circunstancia es única y normalmente las personas que toman drogas no lo hacen porque quieren; interfieren muchísimos factores que tienen soluciones complejas. Este texto solamente quiere hacer un llamado a la reflexión para que nos demos cuenta de que hay un problema en cómo se está romantizando el uso de drogas en la sociedad y que eso puede afectar a muchísima gente.

Por supuesto, también hay que tomarse un minuto en meditar qué se puede hacer para solucionarlo y cómo se puede ayudar a las personas que no saben salir del círculo vicioso en el que se han convertido sus vidas desde una perspectiva comprensiva y sin prejuicios.

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