Antes de nada, me quiero permitir una pequeña licencia y es la de agradecer tanto a Adrián como al equipo de Código Público el contar conmigo. ¡Seguid así!

No recuerdo quién dijo eso de: «desde que el sexo se convirtió en algo fácil, el amor pasó a ser difícil». Y es que en los tiempos que corren, esto se ha vuelto casi una realidad. Vivimos en la sociedad de lo rápido, lo efímero, del fast-food y el fast-sex, que por muy buena que esté la hamburguesa, no quiere decir que sea sana. Un mundo completamente electrónico dominado por el uso de Internet, las aplicaciones y las Redes Sociales.

Prototipos, arquetipos, prejuicios prejuiciosos, intolerancia, homofobia, bifobia, transfobia, acoso e insultos, pero también amistad, amor, sexo, halagos y piropos. Parece mentira que en un mismo lugar pueda encontrarse todo esto (y mucho más, como en el Corte Inglés) sin salir de la comodidad del sofá de tu casa.

Hablo del uso que le damos a las aplicaciones, y en concreto, a las de contactos como Grindr o Tinder (dentro de la amplia gama de dichas aplicaciones, la mayoría de las cuales para contactos gais. ¡Sorpresa!).

«No todo en Grindr es sexo», obviamente que no lo es. Pensemos en un 90%[1], un 90% son los que buscan sexo, mamoneo, colegueo, amigos y buen rollo, buenrollismo o, mis favoritas, lo que surja y hetero morbo. Del 10% restante puede salir una bonita amistad y, por qué no, una relación, como es el caso particular de dos amigos, que conocí por Twitter y de lo mejorcito que me llevo de una ciudad en la que viví un año. Pero yo estos datos no me los invento, están ahí. Este artículo muestra  que no todo el mundo de Grindr te respeta, mientras que este otro cuenta los hábitos de los usuarios, como las foto-pene o los datos en los que más se miente.

Grindr es un catálogo, como el de Avon, y hay muchos productos que puedes comprar usando una conversación altamente estandariza, repetitiva y troglodita. Y tú, como usuario, tienes la libertad de elegir el producto, torso en la gran mayoría de casos, que más guste y te llame la atención.

Y una vez seleccionado el producto, lo compras, te lo llevas a tu casa, o incluso puedes ir tú a recogerlo en tienda. Pero te das cuenta de que no es lo que quieres, ni lo que necesitas, que ese producto que has ido a consumir no te sacia lo suficiente. Has disfrutado de una experiencia vacía, pero de una de las mejores experiencias vacías, como dijo Woody Allen.

Ya lo dijo Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo: «el hombre es un ser social», y eso que en su tiempo la idea de Twitter, Facebook e Instagram no era ni remotamente posible. Hemos evolucionado, aunque yo creo que ahora involucionamos, volvemos a lo más primitivo de nuestro ser. Volvemos a ser el hombre que solo busca el placer de la carne, satisfacer su más fiero impulso sexual, sin importarnos a qué o quién utilicemos para ello, sin importarnos su nombre, su edad o su salud, jugamos con nuestra vida, con la de la otra persona y con la del resto de personas que vengan después.

Esto es solo la punta del iceberg que es este «mundillo» particular que es Grindr. Obviamente cada uno es libre de hacer con su cuerpo, de vivir su vida y sexualidad como quiera y le venga en gana. Simplemente hacedlo de la manera más segura posible y, por favor, de la manera más humana, que a veces, cuando hablamos a través de una pantalla de cristal nos olvidamos que al otro lado hay otra persona, de la que no sabemos su historia ni cómo le puede afectar lo que digamos.

Y antes de despedirme, os dejo un vídeo que narra la realidad de Grindr de la que yo en este artículo me he hecho eco:

 

Muchas gracias por leerme.

[1] Porcentaje obtenido de mi propia experiencia usando dicha aplicación durante una semana. De 237 conversaciones, 215 fueron usuarios reclamando sexo.

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