Lo que hoy se conoce como el hype aparece de inmediato ante una nueva precuela, secuela, o cualquier tipo de estiramiento derivado de un proyecto audiovisual exitoso. Ocurrió con la película de Jesse Pinkman (Breaking Bad) – tan inconsecuente como innecesaria – o incluso con ese dolor de cabeza que supuso la quinta temporada de Prison Break – algo así como revivir a Iron Man en el Universo Marvel para contentar al más pusilánime sector del público.

Así pues, tras el indudable éxito del carismático Berlín (Pedro Alonso), Netflix lanza un spin off sobre sus inicios en el mundo ladronesco. De la mano de Alex Pina y Esther Martínez Lobato (Sky Rojo), la esencia de La Casa de Papel regresa a la plataforma con nuevo robo y nuevos protagonistas.

Explotar al máximo el patrón

 

Ninguna institución española será expoliada esta vez. París y una de sus más importantes casas de subastas se convertirán en el objetivo de la banda. Una informática de carácter tímido y sin experiencias amorosas (Michelle Jenner), un profesor universitario aferrado a un matrimonio inerte (Tristán Ulloa), un antiguo pandillero (Julio Peña), un polivalente gamberro pero de buen corazón (Joel Sánchez) y la viva imagen de la antigua Tokio (Begoña Vargas) son las nuevas cabezas visibles sobre las que se apoyará Berlín para confeccionar este nuevo asalto. Aunque para su perdición – y para la de la serie en su conjunto – será el encaprichamiento amoroso lo que desestabilice sus planes.

Y es que cuando lo mejor de La Casa de Papel (secuencias de robo y planificación en montajes paralelos, escenas musicales de celebración, ese atractivo visual y argumental, escenografía, localizaciones…) está presente; todo marcha. No hay nada de malo en explotar al máximo esta fórmula de éxito. Camela lleva cantando lo mismo treinta años y sigue llenando auditorios. No se halla en esta repetición de formato o de patrón la problemática de la serie. Si se hace en otros muchos aspectos.

 

Pasteladas y palabrería

 

El discurso cursi y tópico a más no poder es de lo más irritante. Llega a crear un irrefrenable rechazo: lo que a día de hoy se conoce como cringe. Es cierto que la musicalidad del tono de voz de Pedro Alonso es atractiva y atrayente. Pero la parrafada constante en torno al amor y a sus alcances es agotadora. En un sentido completamente peyorativo. 

Que no se confunda este discurso con las relaciones amorosas entre los protagonistas. La manera de desmarcarse de La Casa de Papel ha sido reforzar estas conexiones. Esta decisión – que inconscientemente y por desgracia cae en clichés baratos – es coherente en cuanto al desmarque, pero desacertada en lo moral. Y no es por la naturaleza de estas parejitas que se forman en la banda, sino por el papel que desempeña en todas ellas el género femenino.

La serie de ocho episodios deja – como no podía ser de otra manera – un intenso aroma a segunda temporada. Lo que puede significar: o bien una oportunidad de potenciar este nuevo enfoque y deleitar al público con más aventuras de esta banda de ladrones; o bien un chicle – que de tanto estiramiento – se torne en insípido e incluso molesto de masticar. Y es que – en definitiva – Berlín es una de arena, y dos o tres de cal.

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