Ponemos de nuevo la lupa sobre los Balcanes para explicar cómo funciona el que puede ser el sistema de gobierno más complejo del mundo.

El contexto es tan claro como desgarrador. 1992. Mientras España se prepara para ser durante un año el centro del mundo, estalla la guerra en un país en el que ya nadie cree: Yugoslavia. Se había terminado la época de convivencia pacífica entre serbios, croatas, bosnios y eslovenos. De repente todo el pasado se vino abajo. La muerte de Tito, el presidente-dictador que había conseguido la paz en forme de República Socialista, abrió la veda del nacionalismo étnico exacerbado. Grabado en la mente de todos quedaría el nombre de un país que luchaba por existir, Bosnia. Sería el escenario de las más batallas más sanguinarias, de violación total de cualquier derecho humano imaginable, desplazamientos, genocidio.

En Bosnia vivían, y viven, distintos grupos étnicos y religiosos. Los bosníacos (musulmanes), croatas (católicos) y serbios (ortodoxos). Uno debe entender que no vivían separados en ciudades distintas, sino que había convivencia en todo el territorio. Al comienzo de la guerra, Eslovenia consiguió independizarse en una semana. Sin embargo, sus antiguas compañeras Serbia y Croacia se lanzaron a por la conquista de Bosnia.

Se discutieron planes que hubieran partido el país entre una Croacia expansionista y una Serbia en shock que no quería perder su poder en Yugoslavia. Afortunadamente, un año antes de que Atlanta cogiera el testigo de Barcelona 92, por fin llegó la paz a la región.

Los acuerdos de Dayton

Líderes bosnios, serbios y croatas firman en una base militar los conocidos Acuerdos de Dayton, el fin de la guerra, el reconocimiento entre estados y unas fronteras claras. La consecuencia más visible de este acuerdo es, por fin, el nacimiento de Bosnia Herzegovina como estado independiente.

La independencia de Bosnia se considera de tal importancia que su Constitución no emana del pueblo, sino del Anexo IV a los Acuerdos de Dayton. Así, Bosnia se articula como un estado único con dos entidades constituyentes: la Federación de Bosnia Herzegovina, de mayoría croata y bosníaca, y la República Srpska, de mayoría serbia.
Estas dos entidades gozan un enorme grado de autonomía, eligiendo un Parlamento propio, un presidente propio, un cuerpo policial propio e incluso con aduanas propias.

Es evidente que con tal autonomía, el gobierno central es bastante débil. Los Acuerdos de Dayton establecen una presidencia étnica y rotatoria, de manera que Bosnia cambia de presidente cada 8 meses. De hecho, ningún presidente es la máxima autoridad del país, tampoco lo es el primer ministro, sino el Alto Representante con poderes, sobre todo, de veto.

Por si fuera poco, la Constitución que emana de Dayton, reconoce la superioridad de las etnias bosníaca, serbia y croata a la hora de ocupar puestos políticos. Por ejemplo, establece que la presidencia debe ser únicamente ocupada por una persona de esta etnia. Hace más de diez años, dos bosnios; uno gitano y otro judío, etiquetados como «otros» en legislación bosnia, denunciaron a su país ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no permitirles presentarse a la presidencia de su país.

En diciembre de 2009, el Tribunal falló casi por total unanimidad que dicha discriminación se encontraba en violación con los Tratados de Derechos Humanos suscritos por Bosnia, urgiendo al país a enmendar su Constitución para poner fin a tal situación. Sin embargo, dicha reforma ha sido imposible. Y no sólo ésa, sino cualquier reforma constitucional.

La Constitución bosnia sufre una particularidad que produce cierto dolor, y es que jamás ha sido votada por la ciudadanía. Los acuerdos de Dayton se firmaron para poner fin a la terrible guerra en los Balcanes, y la Constitución de Bosnia debía servir para dar vida a unas instituciones democráticas que llevaran a la redacción de una Constitución propia. Sin embargo, la realidad ha sido más dura con el pueblo bosnio.

Una clase política que va por detrás de la ciudadanía

Sumidos en dos entidades divididas sobre líneas étnicas al más puro estilo belga, y con un sistema político tan complejo, Bosnia se ha visto enterrada en 25 años de burocracia que le han impedido avanzar. Las aspiraciones territoriales siguen estando a la orden del día. La creación de una entidad croata separada, la abolición de la República Srpska, la total independencia de ésta… Y es que los acuerdos de Dayton exigen tal nivel de consenso para ejecutar cualquier política de calado, que la clase política no ha terminado de abandonar jamás el etnicismo propio, bloqueando ad infinitum cualquier propuesta que no suponga un beneficio claro para su etnia.

Es por ello que ha fallado cualquier intento por reformar la Constitución de Bosnia. Mientras en España muchos nos llevamos las manos a la cabeza al ver que existen todavía colegios que segregan por sexos, en Bosnia continúan existiendo colegios que segregan por etnias.

Con todo, debe haber lugar para la esperanza. Como se ha dicho siempre, la población de un país es bien distinta de la clase política que le toca sufrir. Son muchos, muchísimos, los que creen en una Bosnia unida, en la que a nadie importa qué dios rece o qué origen tenga su apellido. Y somos muchos también los que desde el resto de Europa queremos volver a escuchar «This is Sarajevo calling». Ahora le toca a Europa no defraudar a Bosnia, todavía en fase embrionaria de entrada al bloque comunitario. Después de todo, ¿a quién no hace llorar una Balkan ballad?

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