Jaime está con sus amigos viendo el fútbol. Siempre le ha gustado y lo vive tanto que más de un fin de semana vuelve afónico a casa. (Ojo que se viene). Todos en la mesa son hombres. Alguno de ellos tiene novia, otros han tenido y Jaime siempre ha sido un picaflores, un ligón irresistible para muchas mujeres. (Ojo cuidado). Acaba el partido y Jaime se va a casa contento porque ha ganado su equipo. Aprovechando que todos están dormidos en su casa, decide que se va a dar un rato al onanismo. (ATENCIÓN). Enciende el ordenador y en el buscador pone: gay sex. (I told you). Jaime es heterocurioso. 

¿Qué? ¿Os suena? Pues bueno, analicemos. La forma de vivir la masculinidad de Jaime se corresponde con la norma, lo que no es ni bueno ni malo (aunque no casual). Lo que no es normativo es su orientación, y ahí está el problema. Jaime es bisexual, pero nunca lo dirá. Jaime seguramente nunca llegue a salir del armario, y aunque llegue a probar de alguna secreta forma los secretos de la carne de un hombre, toda su vida se dirá heterosexual. ¿Por qué? Porque esta sociedad está empezando a aceptar la homosexualidad si, pero dentro de un casillero con unos parámetros más o menos claros asignados a dicha realidad, que vendrían a ser la de hombre “afeminado” (o-d-i-o esta palabra) o, por lo menos, homosexual de todas todas. Y es tras este detalle, queridos lectores, donde se esconde uno de los grandes conflictos que separa nuestra realidad actual de la deseada igualdad de género y del fin de la LGTBIfobia.

Sí, los gays os tenemos calados. Todos nosotros sabemos, que alguno de ustedes [eh, me refiero a una minoría, no me matéis aún], señores heterosexuales, se ha sentido atraído por hombres. Sabemos que, en algún momento, aunque hayáis dudado, os habéis masturbado y excitado con otros colegas, habéis visto porno gay y habéis fantaseado con tener sexo con hombres -o incluso lo habéis hecho-. A pesar de esto, nunca nunca os consideraréis bisexuales. Pues bien, desterremos la palabra heterocurioso, sois bisexuales. Y lo cierto es que no es vuestra culpa, porque esta etiqueta os la hemos regalado nosotros.

Tenéis miedo a ser rechazados. Y esta es la mejor prueba de la existencia de la heteronorma, que nos ha reservado a los homosexuales un trozo de pastelico sí, pero que nos tenemos que comer nos guste o no. Seguimos rigiéndonos por unas estrictas normas sociales de comportamiento según las cuales tu orientación sexual condiciona la expresión de tu género. Es decir, vuestro problema -y el de la sociedad- es asociar que te gusten los tíos con ser una marica como lo soy yo los sábados a las 2 de la mañana. Si un hombre se dice bisexual, socialmente será leído como gay, y gay solo se puede ser de una determinada forma -con pluma- y en determinados espacios -en grupos de mujeres en los que los heteros son minoría-. Un gay en un grupo de hombres, fuera de la fórmula “amigos desde la más tierna infancia, nos conocemos desde críos, nos queremos así y quedamos una vez al mes los cinco”, sigue siendo una rara avis.

No hemos reservado hueco para los hombres masculinamente normativos no heterosexuales porque el patriarcado determina toda una serie de comportamientos que rigen la masculinidad y por las que, por supuesto, no pasa el ser penetrado, porque ahí se acaba todo. Ser penetrado se entiende como ser dominado, y los hombres de verdad han de dominar. ESE es el problema. Un problema que muchas mujeres me reconocen. ¿Cuántas de vosotras estaríais con un chico bisexual al que sabéis que le gusta, además de vosotras en ese momento, que le visiten la guarida?

Los hombres bisexuales tienen mucho que perder y poco que ganar, por eso muchos se limitan a vivir solo una parte de su sexualidad y guardar la otra para momentos fantasiosos muy puntuales. Tras la etiqueta heterocurioso se esconde la plumofobia y la bifobia que todavía impera en nuestro mundo, un mundo en el que los códigos binarios siguen reinando y los grises nunca son válidos. Los nenes siguen siendo azules y las nenas rosas, aunque ahora se acepta que seas nene rosa solo si te gustan los tíos, es decir, con quien te acuestas determina el resto de tu vida.

Animaos a dar el paso. Aunque solo os gustara un tío en concreto y nunca más haya pasado. Aunque os gusten más las mujeres. Aunque os de miedo. Hombres bisexuales, os necesitamos fuera de los armarios para demostrar que el código de la masculinidad imperante es una construcción. Si dais el paso empezará a quebrarse la perpetuación de la sociedad patriarcal. Os esperamos.

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