El pasado mes de abril fallecía a los 91 años el novelista español Rafael Sánchez Ferlosio, conocido sobre todo por su obra del año 1955 El Jarama. En su novela más conocida, Ferlosio relata de manera desapasionada unos dramáticos hechos que sucedieron una tarde de verano en las inmediaciones del conocido río. A día de hoy, el Jarama ya no es el paraje aséptico que describe Ferlosio, en parte por la presencia, desde su inauguración en julio de 1967, de su famoso circuito, un importante punto de encuentro para los amantes del motor de la zona. Hace unas semanas tuve la oportunidad de ir y de sentir en mi propia piel ese rugido propio de los motores que despliegan todo su potencial y que levantan pasiones entre los amantes de la velocidad.

Más que un símbolo

Nunca me ha interesado demasiado el mundo del motor, y de hecho, nunca he sido capaz de entender en qué se diferencia un coche de gama media como un Seat Ibiza de un Mascheratti o un Lamborghini, más allá del prestigio social del que dota cada uno de ellos a su dueño. Quizá, los prejuicios siempre me han llevado a pensar que los coches caros o potentes no tenían más papel que el de ser un símbolo del poder adquisitivo de su propietario, como los relojes de la marca Rolex o los vestidos de la prestigiosa diseñadora Coco Chanel. El valor de un vehículo, como el de la mayoría de los productos que adquirimos en esta sociedad del consumo que tantas décadas llevamos estirando, no viene determinado únicamente por sus aciertos (o defectos) técnicos, sino por el estatus que puede llegar a reflejar. Nadie se libra de este comportamiento, ni siquiera los políticos españoles, de cuyos coches habla mi compañero Ignacio López en este interesante artículo publicado el pasado mes de marzo. Los sociólogos John J. Macionnis y Kenneth Plumer, en su famoso manual de sociología publicado en el año 1987 hablan de esta tendencia simbólica como una conducta natural dentro de las sociedades humanas:

«Los significados simbólicos cambian incluso dentro de una misma sociedad. Un abrigo de piel, apreciado por una persona como un lujoso símbolo de éxito, puede representar para otra un trato cruel hacia los animales […] Los pantalones vaqueros se crearon hace más de medio siglo como una prenda de ropa resistente y barata para los trabajadores […] Una década más tarde, los «pantalones vaqueros de marca» surgieron como «símbolos de estatus» con un elevado precio que ofrecía un mensaje bien distinto».

Aunque todos los productos participan de esta función simbólica, lo cierto es que hacia los automóviles se ha desarrollado una devoción especial, quizá impulsada por la popularización en los últimos años de videojuegos como Grand Theft Auto o de la saga de películas Fast and Furious, que además de presentar escenas de acción espectaculares, también exhibe coches de lujo a lo largo de sus ocho entregas. De manera injusta, el mundo del coche y del motor me ha parecido siempre un mundo de postureo, de celebración capitalista del consumo. Por ello, cuando un amigo apasionado por la mecánica me propuso visitar el Circuito del Jarama, apenas a media hora de viaje desde mi ciudad, en un principio la idea no me convenció demasiado. Sin embargo, el carácter ecléctico y, en cierto aspecto, «democrático» de las carreras que allí se realizan me llamó la atención y me animó a acompañar a mi amigo aquel nublado miércoles del puente de Mayo.

No solo coches de lujo

A todos los apasionados del motor les gustaría poder quemar la rueda de un resplandeciente Ferrari o de un elegante Mercedes. Sin embargo, la realidad económica de la mayoría de los conductores contribuye a que modelos más humildes como el Seat Leon, el Seat Ibiza o el Nissan Qasqai (los tres coches más vendidos el año pasado según el medio autobild.es) terminen siendo los vehículos que más a menudo decoren el entramado urbano de tránsito y atascos. Sin embargo, la posibilidad de recorrer (tras pagar una cuota que ronda los 60 euros por hora)  con cualquier automóvil los 3850 metros de trazado  que configuran el circuito da a estos vehículos una segunda vida; una oportunidad para convertirse, como el coche fantástico que protagonizaba la mítica serie de los años 80, en auténticos bólidos de carreras, capitaneados por conductores que, aburridos de las limitaciones de velocidad y las reglas de circulación, buscan escapar de la rutina pisando a fondo el acelerador. Por ello, en el circuito del Jarama no es raro que un Seat Córdoba corra acompañado de un descapotable Porsche Carrerra S, o que un Audi TT se dispute la pole con dos Renault Clio.

Sin embargo, me di cuenta de que el aura recreativa que se extendía desde la zona de las gradas (ese día más bastante más vacía de lo que cabría esperar) hasta las lindes de las curvas, donde varios grupos de amigos se sentaban en sillas plegables a mirar las sucesivas tandas mientras bebían refresco o cerveza, también dejaba entrever una microcultura de la conducción, mecánica y competición amateur. Por regla general, los monovolúmenes estándar no están diseñados para la conducción en circuito, y presentan una serie de carencias que los compañeros de mi amigo,estudiantes también de mecánica con los que nos habíamos reunido nada más llegar, hablaban de suplir con modificaciones  y arreglos. La conversación de estos aspirantes a mecánicos, que comentaban como iban realizar variadas reparaciones y ajustes en sus propios garajes o en el taller que el instituto ponía a disposición a los estudiantes de módulo, contrastaba con el rumor y el claqueteo de las herramientas de los mecánicos de la zona paddock que se encontraban a nuestras espaldas. Quizá, en unos años alguno de esos jóvenes con los que estaba hablando, acostumbrados a visitar el circuito siempre que había tandas (es decir, cuando se permitía que corriesen coches de particulares) podría terminar trabajando en una zona de boxes profesional. Mientras tanto, visitar ese circuito podía servir de desahogo para los mecánicos en ciernes que, en la mayoría de casos, no se pueden permitir pagar los elevados precios de las escuelas como la RSGRUP, especializadas en formación de mecánicos de carreras.

Sergio San Antonio Benito, al que realicé una breve entrevista, es uno de estos estudiantes. Al encontrarnos tan cerca del trazado, el sonido de los coches pasando a toda velocidad a nuestro lado que ha recogido la grabadora me ha dificultado la tarea de transcribir la entrevista.

P: ¿Cuánto tiempo llevas viniendo al Circuito del Jarama? ¿Qué relación tienes con el mundo del motor? 

R: He venido al circuito del Jarama dos veces y estoy estudiando electromecánica en el IES Mateo Alemán.

P: ¿Qué es lo que has sentido cuando has venido aquí? ¿Por qué crees que hay tanta afición en torno a este circuito? 

R:Aquí sientes adrenalina a tope cuando ves a los coches pasar. Si te flipa el mundillo esto es la polla. Cuando vas al parking y ves los coches aparcados o los ves petardear y tal sientes mucha adrenalina, mucha emoción.

P: Antes he visto ahí abajo un Lamborghini y un par de Ferraris. ¿No te parece curioso que corran en el mismo circuito en el que también he visto un Xsara Picasso y un Seat Córdoba? 

R: A ver, la verdad es que es bastante curioso, pero aquí no todo el mundo tiene el mismo dinero, pero sí las mismas ganas de correr. Aquí cada uno se prepara lo que puede y entra al circuito.

P: ¿Tú has pensado alguna vez en correr aquí dentro? 

R: Yo estoy pensando en meter mi Nissan Micra, cambiarle el tubo de escape y meterlo.

P: Más allá del mundo de la conducción y del manejo, ¿crees que este es un lugar interesante para los interesados en el tuning y en la mecánica?

R: Sí, esto es bastante interesante y también bastante ilegal, pero estamos en un circuito y la policía no lo sabe (risas).

Más allá de la broma del entrevistado, no se comete ningún delito al meter un coche modificado en un circuito. De hecho, gran parte de los coches que estaban circulando no tenían matrícula, pues sus dueños los emplean únicamente para la conducción deportiva. Sergio es solo uno de tantos jóvenes aficionados por el mundo del motor, que en el ámbito deportivo se manifiesta en las competiciones de motociclismo o de Fórmula 1. Mientras que la audiencia de Moto GP perdió un 12% de audiencia el pasado año 2018, según todocircuito.com, las competiciones de Fórmula 1 ganaron un 10% de audiencia, según el diario Marca, lo que muestra que existe un interés creciente por el mundo de las carreras de automóviles que, por el momento, no han conseguido acabar con la hegemonía del fútbol en los espacios deportivos.

Paula Robaina, al igual que Sergio, también es joven. Y al igual que Sergio, también está interesada en el mundo del motor. Con solo 19 años escribe habitualmente sobre motociclismo en dos páginas relacionadas con la conducción deportiva: Tercer Equipo y TimeJust . Después de que le hablase acerca de este artículo y de mis inquietudes por un mundo tan desconocido para mi como el de la Moto GP o la Fórmula 1, Paula me ha comentado lo siguiente:

«Yo me empecé a interesar por las carreras de Fórmula 1 cuando era muy pequeña, porque mis padres eran muy aficionados y me ponía con ellos a ver las carreas y a mí me gustaban mucho. Creo que así empieza todo el mundo, en casi todos los deportes, creo yo. Luego la Moto GP la vi siendo ya más mayor, con 13 años, que fue cuando Marc Márquez subió ya a Moto GP, y me gustó mucho más que la Fórmula 1.  Pero yo siempre he creído que van ambos un poco de la mano, porque son los dos deportes de motor principales y yo siempre me he movido entre esos dos. De hecho, ahora voy a empezar a escribir sobre Fórmula 1».

«¿Por qué me gusta? Es complicado. Yo creo que básicamente es por diferentes factores: la adrenalina que te da verlo, incluso desde tu casa sentado, yo nunca la he encontrado con ningún otro deporte. Ni con el fútbol. Con ningún otro deporte he encontrado esa sensación. Además, creo que son deportes muy diferentes a los demás: entran en juego muchísimas otras cosas que en otros deportes no, pues al ser deportes de motor cuenta mucho también el motor: el coche, la moto… en otros deportes es solo el factor humano. Otra cosa que me gusta mucho es la sensación de libertad que da, no sé, son muy libres los pilotos, en el sentido de que pueden coger y ponerse a trescientos kilómetros por hora. Para mí eso es casi como poder volar, o sea, no puedes volar pero puedes hacer eso. A mí eso me da mucha sensación de libertad, y de hecho me parece que son deportes que pueden ser muy poéticos. De hecho yo escribo poemas y muchas veces me inspiro en cosas que suceden en deportes de motor, porque si los piensas es como tener la vida reducida a un circuito, porque lo tienes todo ahí: tienes el fracaso, tienes la victoria y por desgracia (y es algo que cuenta cuando te haces seguidor de los deportes de motor) tienes la muerte. Tienes todo ahí, tienes la libertad. A mi esa es una de las cosas que más me atraen».

 

El Circuito del Jarama en el pasado

El circuito del Jarama no siempre fue lo que es hoy. Diseñado por el neerlandés John Hughenholtz, que ha sido el responsable de trazados míticos como el de Zandvoort o Suzuka, el circuito del Jarama ha acogido gran cantidad de competiciones de Fórmula 1 y de motociclismo. Entre los hitos que se han dado en el circuito encontramos que en este el piloto canadiense Gilles Villeneuve obtuvo la última victoria de su carrera, para el deleite de los asistentes fieles al circuito madrileño.

Antes de convertirse en el circuito de carácter recreativo y en la escuela de conducción que es a día de hoy,  el Circuito del Jarama se llegó a imponer sobre el circuito urbano barcelonés de Montjuic, en el que en el año 1975 sucedió un trágico accidente que terminó con la vida de 4 personas y que otorgó todo el protagonismo al Jarama, que se convirtió en la sede del Gran Premio de España entre 1976 y 1981. Además, en su época dorada el Jarama albergó numerosas carreras de la competición mundial de Fórmula 1 hasta el 1981, año en el que las pruebas que se realizaban allí se trasladarían al circuito de Jerez, que albergaría la siguiente competición del Gran Premio de España tras su inauguración en el año 1986, al considerar  las características del circuito madrileño inadecuadas para las carreras modernas.

Pese a continuar acogiendo algunas competiciones menores, como el Campeonato de Europa de Camiones, el Circuito del Jarama ya no es el enclave del mundo de motor que fue durante sus primeros 20 años de vida. De hecho, hasta en este circuito existe un límite que coarta la libertad en la conducción: a causa de varias denuncias interpuestas por vecinos de la urbanización colindante, desde 2009 está vigente una polémica limitación de ruido en la parte del recorrido situada entre la curva Portago y la curva Bugati, donde no se pueden superar los 90 decibelios de ruido. Aunque el circuito del Jarama ya no juega en la primera liga de los circuitos, sin duda sigue resultando un escenario interesante con el potencial suficiente como para hacer crecer una comunidad de pilotos que no son Alonsos ni Pedrosas pero que también pilotan intentando echar a volar.

Cuando los frenos fallan

Tras pasar dos horas en el circuito me había contagiado del buen humor que predominaba entre los aficionados. Aunque no conocía casi ninguno de los modelos que estaban corriendo y, por lo tanto, no podía apreciar sus cualidades técnicas, lo cierto es que sentir como me estaba introduciendo (de manera muy superficial) en ese mundillo que hasta el momento había desconocido, me llevó a olvidar, por un rato, los riesgos que ese amor por la velocidad podía conllevar. ¿Cuántos de los jóvenes que estaban allí podrían haber superado el límite de velocidad en una carretera convencional? ¿Cuántos de aquellos aficionados estarían dispuestos a participar en carreras urbanas solamente por sentir la emoción y la adrenalina? En cierto modo, cuando estuve allí no pude dejar de pensar que, según la DGT, tres cuartas partes de los accidentes de tráfico a nivel mundial afectan a hombres de menos de 25 años.

Cuando apenas quedaba media hora para que el circuito cerrase y nosotros ya nos habíamos unido al club de la sillas plegables, un acontecimiento (en parte, predecible) acabó con la armoniosa rutina de las tandas: un coche había volcado justo en la curva que nos quedaba más cerca. Durante esa tarde, habíamos visto a un par de vehículos salirse en una curva traicionera especialmente cerrada, pero la posición vertical del vehículo siniestrado había levantado una expectación especial entre el público, que, recordemos, vivía la velocidad buscando no solo el triunfo, sino también el fracaso y, por qué no, la muerte. Afortunadamente, el anecdótico accidente no dejó ningún herido, y la gravedad que la llegada de una ambulancia había aportado al asunto se diluyó cuando los dos pasajeros del vehículo, ayudados por otras dos personas, devolvieron al coche a su posición original. Porque en el circuito del Jarama parece que hay hueco para cualquier vehículo salvo la grúa.

Unas gotas de lluvia comenzaron a mojar el asfalto que tantos derrapes había resistido aquel día. El improvisado comité de emergencia que se había reunido en torno al coche siniestrado, con la situación controlada, se había comenzado a dispersar, apenas a cinco minutos del cierre de circuito. Era hora de irse, por lo que nos subimos al coche para volver a casa. Eso sí, respetando los límites de velocidad.

 

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