En la España de la posguerra, fueron miles los niños —o poco más que niños— los que tuvieron que abandonar su hogar y marcharse a buscar trabajo a ciudades desconocidas. Dejar atrás su infancia, amigos y vivencias significaba acostumbrarse de golpe a una vida adulta para la que probablemente todavía no estaban preparados. Celedonia Vicente (Cuenca, 1946) emprendió su vuelo y abandonó el que hasta entonces había sido su nido, Cañete —un pequeño pueblo en la Serranía de Cuenca—. Porque sí, aunque pueda parecer un nombre peculiar, Celedonia viene del latín, y su significado no es otro que el de golondrina. Hoy ha regresado a sus orígenes, pero no olvida sus años de trabajo en Barcelona.

Levantarse temprano, corretear por su pueblo y dejar la cama sin hacer. Aunque ya han pasado unos cuantos años, Celedonia todavía recuerda con cariño aquella época donde su mayor preocupación era ayudar de vez en cuando a sus padres a coger unos cuantos tomates. Hija de labradores y la mediana de cuatro hermanos, su corazón siempre ha estado entre las tierras manchegas y la industrializada Barcelona.

Antes de volar a la gran ciudad, le dio tiempo a saber que las matemáticas no eran para ella. Aunque tampoco lo fueron las demás asignaturas. No porque fuera mala estudiante, sino porque no tuvo tiempo suficiente de saber lo que realmente era ir al colegio. A mediados de los años cincuenta, el modelo autárquico impuesto por la Dictadura de Franco tras la Guerra Civil había llevado a la economía española a una situación sin salida, con un déficit considerable en la balanza de pagos y una inflación galopante. En muchos pueblos pequeños no quedaba más remedio que huir y salir a buscarse la vida. Un trabajo digno, una vivienda mejor y, a fin y al cabo, mejores condiciones de vida.

Trabajadora y también decidida, así se define. Aunque sobre todo, resiliente. No es para menos, pues dejó su casa, sus amigos y su vida de siempre con tan solo once años.  Desde entonces ha estado ganándose la vida y ha logrado trabajar en uno de los mejores hoteles de Barcelona durante más de treinta años.

Pregunta: ¿Con qué soñaba cuando era pequeña?

Respuesta: Soñaba con tener una buena vida, una vida mejor que la que tenía entonces.

P: ¿Cree que su infancia ha determinado sus años posteriores?

R: Hombre, por una parte, sí. No me he estancado, ni he ido peor. Si me hubiera quedado en Cuenca, en mi pueblo, ahora no estaría igual.

P: ¿Tenía vocación por el sector hotelero?

R: No, cuando empecé, no. ¿Después de 20 años? Podría decirse que sí.

 P: ¿Qué le supuso marcharse de Cuenca para ir a trabajar a una gran ciudad como Barcelona?

R: Pues mucho, me supuso mucho. Yo era muy joven y no había salido nunca de mi pueblo y meterme en una capital enorme, pues… uf. Además, no sabía catalán, me tuve que acostumbrar. Aunque después me fue bien, para qué decir lo contrario.

 

503 kilómetros son los que separan el pequeño pueblo manchego de la Ciudad Condal. Aunque no todo es la distancia geográfica, sino también el choque cultural. Pasar de pequeñas casas donde conviven numerosas familias —como la de Celedonia— a filas de edificios como los de la avenida Diagonal puede suponer un reto para cualquiera. Sin embargo, ella cuenta que el abismo no fue tan grande. Se siente conquense de nacimiento y barcelonesa de adopción.

 

Pregunta: ¿Qué cree que le aportó empezar una vida diferente tan joven? 

R: Diría que aprendizaje. Al principio me costó mucho adaptarme, ya que me fui con once años, era muy joven. Ahora puedo decir que todo lo que tengo se lo debo al trabajo que hice en el hotel.

P: ¿Le daba miedo marcharse siendo tan pequeña? 

No, porque me fui a casa de un familiar al que conocía.

P: ¿Fue porque lo decidió usted o porque no le quedaba otra? 

R: Si quería ser algo en la vida me tenía que ir. En el pueblo no había vida. Me tuve que marchar para poder prosperar.

 

En Barcelona construyó su vida, se casó y tuvo tres hijas. Aunque para su boda, en septiembre de 1967, volvió a Cuenca. Su marido Pascual era de Campillos Paravientos, otro pequeño pueblo de la Serranía. Conocidos de toda la vida y amigos de la infancia. Quién le iba a decir que el amor se encontraba más cerca que lejos. Podríamos citar aquel refrán que dice “más vale viejo conocido, que bueno por conocer”, pero en este caso, no tendría sentido. Para Celedonia la familia siempre ha sido lo primero. Con 22 años tuvo a su primera hija, con 23 la segunda y 27 la tercera.ç

 

Pregunta: ¿A qué le da más importancia en la vida? 

R: A mi familia, mis hijas y mis nietos.

P: ¿Siempre les ha dado importancia a las mismas cosas, en este caso, a la familia? 

R: Pues sí, siempre. Cuando no han podido estar mis padres, han estado mis suegros, mi marido, mis hijas o mis nietos. Ellos son lo primero.

 

Se dice que la golondrina emigra todos los años al hemisferio norte: en otoño parte buscando climas más benignos y en primavera regresa. La creencia popular dice que cuando vuelve, encuentra el mismo nido que dejó. Y es precisamente lo que le ocurre a Celedonia: a pesar de haber vivido toda su vida a caballo entre Cuenca y Barcelona, Cañete siempre será su hogar. Eso sí, podemos asegurar que se conoce el camino entre ambos lugares de memoria. Tanto, que sus tres hijas han atado sus vidas a algún punto de este trayecto. Celia, la mayor de ellas, se quedó a medio camino, en la ciudad de Zaragoza. Alicia, la mediana, volvió a su pueblo de verano, Cañete. Y Ana, la pequeña, prefirió la capital catalana.

Miles de turistas visitan cada año los lugares más emblemáticos de nuestro país. Monumentos como las Casas Colgadas en Cuenca, reciben más de treinta mil visitas anuales. El Pilar de Zaragoza es parada obligada y supera las cinco millones de visitas.  Y  Barcelona bate récords. A la Ciudad Condal llegan más de nueve millones de turistas cada año. Y es que Celedonia no ha sido la única en recorrer estos lugares, aunque no con la misma suerte y no como turista, sino por trabajo. A sus once años, se marchó a buscarse la vida y trabajó sirviendo en algunas casas pudientes. Hacer la comida, limpiar y recoger eran algunas de sus tareas. Aunque no tenía vocación por el sector hotelero, años más tarde comenzaría su larga carrera en el Hotel Majestic de Barcelona, situado en el emblemático Paseo de Gracia y parada de muchos actores, cineastas y políticos famosos.

 

Pregunta: ¿Cómo acabó trabajando en un hotel? 

Respuesta: A través de un amigo que me hizo la entrevista y por eso entré.  Nunca antes había trabajado, pero me ofrecieron el puesto en ese hotel, me apunté y me cogieron.  Tuve suerte.

P: ¿Cómo era su día a día en el trabajo? 

R: Durante la primera etapa, cuando el hotel solo tenía tres estrellas, los trabajadores hacíamos muchas habitaciones, unas catorce por día. En la segunda etapa, una vez el hotel consiguió cinco estrellas, ya hacíamos menos, en torno a doce. Al ir subiendo de categoría también mejoraban nuestras condiciones laborales.

P: ¿Qué cualidades cree que debe tener una persona para poder trabajar en un hotel durante tanto tiempo y la carga que eso supone? 

R: Ser honrado y limpio. Así te lo digo.

 

Entre risas, Celedonia cuenta que lo que menos le gustaba de su oficio era madrugar. Por el contrario, lo que sí le gustaba era el ambiente de trabajo. Unas buenas condiciones laborales que se adecuaban a un estatus como era el del hotel Majestic de Barcelona. Porque la historia del Majestic es parte de la historia de Barcelona y de España. Se dice que en este hotel se ha alojado desde la reina María Cristina a los poetas Antonio Machado y León Felipe, el pintor Joan Miró, los cantantes Charles Trenet y Josephine Baker, la soprano Renata Tebaldi y el poeta y dramaturgo Federico García Lorca.

 

Pregunta: ¿Cuántas horas trabajaba al día? 

Respuesta: Ocho, no hacíamos horas de más.

P: ¿Cómo era el entorno de trabajo? 

R: Para mí, bueno. Aunque como en todos los sitios, había gente buena y gente mala. Sin embargo, yo no tuve problemas, hice amistades con algunos compañeros y todavía los conservo como amigos.

P: ¿Se ven de vez en cuando?

R: Sí, cuando estoy en Barcelona nos vemos cada semana. Con una de mis compañeras casi todos los días. Es mi vecina, voy a visitarla, viene ella… Además, incluso celebramos nuestro cumpleaños juntas.

 

Hace ya quince años que Celedonia solo pasa por el Majestic de visita. Aun jubilada, mantiene relación con muchos de los que fueron sus compañeros por aquel entonces. Cuenta que, con algunos de ellos, se ve cada semana y muchas veces a la hora del café recuerdan anécdotas vividas. Algunas buenas, y otras no tanto. Porque claro, no es oro todo lo que reluce y algunos huéspedes pueden no ser de la mejor calaña. Siguiendo el tópico, Celedonia explica que el mejor comportamiento venía de personas asiáticas, concretamente chinos. Asegura que eran limpios y curiosos. Sin embargo, los italianos, siguiendo la fama que les precede, eran más desordenados y dejaban la habitación sucia y la ropa sin recoger.

En la actualidad, el personal, los limpiadores y asistentes de oficinas y hoteles ganan normalmente un salario bruto mensual de entre 728 € y 1.178 € al empezar en el puesto de trabajo. Tras cinco años de servicio, esta cifra se sitúa entre 848 € y 1.398 € al mes con una semana de trabajo de 40 horas. Para muchos trabajadores, este salario no corresponde con la carga de trabajo. Aunque las condiciones laborales o el ambiente de trabajo puedan ser buenos, Celedonia afirma rotundamente: “No, de bien pagado nada”. Asegura que trabajar en este tipo de establecimientos puede llegar a ser agotador: “Es una gran carga de trabajo ya que al día tienes que hacer muchas habitaciones, moverte mucho y dejarlo todo ordenado. Si alguna de las habitaciones no quedaba como el resto, tenías que volverla hacer. Y en muy poco tiempo, claro”

Trabajar en un hotel requiere orden y disciplina. Celedonia así lo asegura. Se describe como una persona organizada, y no poco.  Le gustan las cosas bien hechas, nada de medias tintas. Si la colcha de una cama está arrugada, la deshace entera y vuelve a empezar. ¡Quién se lo iba a decir a su yo de cinco años!

 

Pregunta: Eso quiere decir que tiene muchas manías. 

Respuesta: Puede ser. En cosas concretas. Por ejemplo, no puedo ver nada que no esté recogido o las camas deshechas. Lo primero que hago todos los días es hacer la cama y recoger la ropa.

 

Además de llevarse alguna que otra manía, Celedonia ha aprendido a ser más persona, más humana. Encontrarse con la vida a una edad tan temprana te obliga a espabilar casi de golpe, sin tiempo de reacción. Como diría Mario Vargas Llosa: «O comes, o te comen». Con 75 años —ya más cercanos a 76— puede asegurar que una experiencia como la suya le ha ayudado a no tener miedo. A afrontar la vida de otra manera. Ahora ya no hace camas —más allá de la suya, claro— y tampoco limpia a fondo, ya que su robot de limpieza lo hace por ella. Celedonia pasa su tiempo leyendo, y los trayectos entre Barcelona y Cuenca  le facilitan la tarea. También sale a pasear de manera habitual y confiesa que para este hobbie le viene mejor el aire de la Serranía.

Los más jóvenes pueden pensar que alguien de la edad de Celedonia ya ha podido cumplir todos sus sueños. Nada más lejos de la realidad. Incluso a las personas de edad avanzada les queda algo a lo que aspirar. O por lo menos, a las más ambiciosas.

Pregunta: ¿Diría que le quedan sueños por cumplir? 

Respuesta: Uy… me quedan muchos. Poder pasar más tiempo con mis nietos y con mi familia y poder juntarnos de nuevo todos en algún cumpleaños. Muchas cosas.

Aunque los números digan lo contrario, Celedonia Vicente no es tan mayor. Incluso podríamos decir que para algunos es algo joven. La edad es solo un número. La realidad es que Celedonia simplemente comenzó la vida adulta demasiado pronto. Como  una golondrina que se ve obligada a abandonar el nido para dar de comer a sus crías, le tocó, por suerte o por desgracia, aprender a volar temprano

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