Seguro que tú mismo has oído ejemplos de cómo ha alguien ha pensado que era un «negado» para cierta área o actividad sólo por el hecho de que le dijeron durante muchos años que se le daba mal. Hoy aprenderemos sobre la indefensión aprendida, uno de los mecanismos con los que tú mismo te puedes estar saboteando.

La indefensión aprendida es un fenómeno formalizado en 1967 por el psicólogo estadounidense Martin Seligman que hace referencia a cuando un animal o persona humana aprende a comportarse pasivamente frente a una actividad en la que primeramente ha fracasado reiteradas veces.

Se produce porque el sujeto interpreta ese fracaso como una muestra de que es incapaz de llevar a cabo dicha actividad; a pesar de que realmente haya oportunidades de mejorar sus habilidades y cambiar la situación aversiva. Pero… ¿por qué se da? Seguramente como mecanismo para evitar situaciones desagradables.

En un inicio, es un fenómeno que se ha relacionado con la depresión clínica u otros trastornos mentales similares; pero se entiende que esta relación podría, paradójicamente, contribuir a la creación de la misma indefensión adquirida (es una enfermedad, ergo estoy enfermo y no puedo hacer nada por cambiar mi situación).

Como sea, es más que obvio que no es un suceso que quede alejado de la cotidianidad ¿hemos identificado en nosotros mismos comportamientos similares? Seguro que si.

Yo, cuando era pequeña, tuve durante varios años una profesora de inglés que no consiguió motivarme con la asignatura; además de que solía escuchar a mi abuela justificar mis bajas calificaciones en esa área, pues ella lo atribuía a que “a los García de Alcaraz nunca se les han dado bien los idiomas”. Por suerte, al empezar la Educación Secundaria Obligatoria di con una academia que me motivó e impulsó mucho, de tal forma que terminé bachillerato habiendo aprobado hasta el B2 y sintiéndome perfectamente cómoda cuando ese verano pasé dos semanas hablando sólo inglés en Reino Unido entre nativos.

Han sido numerosos los estudios que se han llevado a cabo para la investigación de este suceso; uno de los que, a título personal, encuentro más curioso e ilustrativo, es el propuesto al inicio de la página.

En el vídeo vemos como, con el pretexto de concienciarse sobre el miedo del adolescente a no encajar, una profesora anima a su clase a participar en una actividad: resolver anagramas.

Sin que los alumnos lo sepan, la clase ha sido dividida en dos: un grupo A y un grupo B de sujetos separados al azar.

Al grupo A se les reparten dos palabras irresolubles y al grupo B dos palabras sencillas de resolver; la tercera palabra es la misma para ambos grupos.

El resultado de dicho experimento ilustra perfectamente lo que veníamos comentando: los alumnos del grupo A, al llegar a la tercera palabra, tienen una tasa de fracaso mucho mayor que la de los alumnos del grupo B, que resuelve la tercera palabra casi en su mayoría. El primer grupo había desarrollado, en menos de cinco minutos, indefensión aprendida frente a dicho juego.

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