Durante el período de la Guerra Fría el sistema internacional contempló como las dos grandes superpotencias, EE. UU. y la URSS, se disputaban la superioridad militar estratégica. Dentro de este marco de tensiones, alimentada por el espionaje y la propaganda, el conflicto adquirió una nueva dimensión, al incorporar el componente del espacio exterior como elemento de rivalidad cultural y tecnológica. Hoy en día no podemos seguir hablando de carrera espacial en el sentido tradicionalmente atribuido al término. El escenario global ha mutado en algo mucho más complejo de lo que pudo ser hace 29 años y son cada vez más los actores internacionales que fijan su atención en el espacio exterior.

La militarización espacial o el uso del espacio exterior con fines militares, es un componente estratégico que está siendo tenido muy en cuenta desde los ministerios de defensa de las distintas potencias. El presidente estadounidense, Donald Trump, oficializó el pasado agosto la creación de Spacecom, una Fuerza Espacial que pretende “defender” la “libertad estadounidense para operar en el espacio”. La creación de este dispositivo busca hacer frente a los avances de poderío, tanto militar como tecnológico en el espacio, ya conseguidos por China y Rusia.

Tanto China como Rusia representan el mayor desafío para la hegemonía científica liderada anteriormente por los Estados Unidos y sus aliados. El gigante asiático cuenta con la Administración Espacial Nacional China (CNSA), que se encarga de gestionar las políticas públicas relacionadas con el espacio exterior. El Libro Blanco de la Defensa define al espacio como la cima de “la competición estratégica internacional”. Por ello no dejan de ser representativos los esfuerzos que el país está realizando para modernizar sus capacidades espaciales, desarrollando, entre otros elementos, su propio sistema de posicionamiento global, un programa de exploración a la cara desconocida de la luna o el envío al espacio, de un satélite de iluminación conocido como “luna artificial” para este mismo año. Desde la Agencia Espacial Federal Rusa se trabaja en la construcción del que se promete como el “cohete más potente de la historia” así como misiones tanto tripuladas como no tripuladas a Marte, el espacio profundo o la Luna.

Ambas potencias abogaron en su momento por fijar unas normas jurídicas internacionales que ofrecieran una solución en el proceso de desmilitarización, fundamentándose en el Tratado del Espacio Exterior de 1967; acuerdo que reivindica los recursos celestes como patrimonio común de la humanidad y rechaza el uso de armas de destrucción masiva en la órbita terrestre, la instalación en la luna o cualquier cuerpo celeste. Lejos de entenderse esto como un avance en lo que a pacificación espacial se refiere, desde la Administración Trump lo han visto como una estrategia para disminuir la brecha tecnológica que mantienen con EE. UU.

Europa no se queda atrás en la lucha por el control del espacio exterior y cuenta con la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Ésta, entre otros objetivos; se propone la búsqueda y extracción de recursos en la Luna. Francia por su parte cuenta con un “comando espacial” que pretende la “defensa activa” de los intereses galos en el espacio exterior. Desde la ESA, se están buscando diferente mecanismo para conseguir innovar y crecer en el campo del espacio exterior.

Iberoamérica viene desarrollando desde hace años diferentes proyectos que pretenden poner en el foco internacional a los distintos países. El gobierno de Evo Morales puso en funcionamiento en 2013 el satélite Túpac Katari (TKSAT-1), bautizado así en honor al líder indígena aimara que dirigió el levantamiento contra las autoridades coloniales en el Alto Perú. Este programa recibió una inversión de 302 millones de dólares, parte de esta inversión fue financiada por China.

La Argentina de Macri desarrollo el satélite de observación SAOCOM 1A, puesto en órbita en octubre de 2018, contó con el apoyo logístico de Space X (empresa propiedad de Elon Musk). El caso argentino es paradigmático ya que durante el gobierno de Macri se realizaron privatizaciones en lo que al sector espacial se refiere. El expresidente argentino aprobó la venta del satélite de comunicaciones geoestacionado ARSAT, este pasará a ser propiedad en “al menos” un 51% a la empresa estadounidense Hughes. Esta venta era ilegal al ir contra la ley 27.208 de Desarrollo de la Industria Satelital, la cual estipula que estaría prohibida la cesión de derechos sobre este satélite. En caso de querer hacer cambios en esta norma, propuesta en su momento durante el kirchnerismo, estos, deberían ser aprobados por el congreso. La cesión se produjo sin licitación o consulta, cediendo a la empresa estadounidense el espacio orbital que correspondía a Argentina, además se quedará con los dividendos generados.

Venezuela por su parte ha invertido en el satélite Guaicaipuro, se prevé con esto avanzar en nuevas estrategias para la localización e incautación de drogas en territorio nacional para luchar contra el narcotráfico. El lanzamiento de este satélite cuenta con el apoyo de China y se enmarca en el marco de cooperación y desarrollo tecnológico, estipulado en las convecciones China-Venezuela. Dentro de Iberoamérica, el país con mayor número de satélites es Brasil, desde 2003 ha lanzado más de 20.

El continente africano avanza a un gran ritmo para posicionarse en la carrera por el espacio. Kenia lleva desde hace décadas marcando el terreno en el espacio exterior, ya en 1970 el Gobierno lanzó “Uhuru” (“libertad” en suajili), esta fue la primera misión orbital terrestre del mundo dedicada a la astronomía de rayos X. Hasta 2008 el avance en materia espacial se paralizó, a partir de ese año comenzó a gestarse un movimiento astronómico que derivó en la fundación del primer programa de astronomía en la Universidad de Nairobi.

Ghana envió en 2018 su primer satélite, el GahanaSat-1. Etiopía invierte en el Observatorio y Centro de Investigación de Entoto, este observatorio, financiado en parte por el saudí Sheikh Mohammed Al Amoudi, pretende poner a Etiopía dentro de la carrera espacial en el continente. Países como Egipto o Argelia están mostrando una gran ambición por crecer dentro del terreno espacial.

El creciente interés por parte de los distintos estados y demás actores internacionales es un indicativo de la relevancia que ha adquirido el espacio y como este puede generar, en un futuro no muy lejano, conflictos geopolíticos sin precedentes. Las amenazas se encuentran presentes y las ventajas de controlar el espacio son más que jugosas; acceso a información (mapas, topografías, etc .), vigilancia sobre posibles amenazas bélicas, defensa o destrucción de satélites adversarios. La seguridad de la ciudadanía mundial está en juego y los riesgos de estas nuevas prácticas pueden derivar en conflictos nunca antes vistos.

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