Ryan Reynolds se las tuvo que ingeniar para sobrevivir en un ataúd después de que su convoy fuera asaltado en Enterrado (Rodrigo Cortés, España, 2010). En la más pura definición de una survival movie, con permiso de Náufrago (Cast Away, Robert Zemeckis, 2000) y algún otro título claustrofóbico como 127 horas (Danny Boyle, EEUU, 2010), el espacio cinematográfico se reducía a las paredes de un angustioso féretro. Con unos cuantos bártulos – a priori insignificantes – y la fuerza de voluntad del protagonista, Rodrigo Cortés logró articular una cinta muy digna que se alzó con el Goya a mejor película en el 2010.

Albert Pintó, respaldado por Netflix, escoge a Anna Castillo – una apuesta ya asidua de la plataforma – para capitanear el contenedor de mercancías que se estancará en medio del mar en Nowhere (España, 2023). La actriz, ya galardonada y dejando constancia del proceso de madurez actoral que está experimentando, debe afrontar la huida de una sociedad distópica y totalitaria. Junto a su marido (Tamar Novas), y un bebé en sus entrañas, escaparán del país en uno de esos contenedores que se apilan como piezas de Tetris en barcos cargueros. Anna Castillo, que acaba – como dictan los patrones del género – luchando sola por salir ilesa de la situación, deberá afrontar un verdadero ejercicio de supervivencia: cargar sobre sus hombros con todo el peso de otro filme de este estilo ya tan manido; cuya única innovación positiva es situar al género femenino como protagonista.

Un contenedor como único escenario

No es necesario establecer comparaciones de Nowhere con otras tramas que se suceden en una sola localización. La balanza podría llegar a ofenderse si sopesamos el valor del filme con obras como La ventana Indiscreta (Rear Window, 1954) o La soga (Rope, 1948)- ambas de un maestro de la técnica -. No obstante, Albert Pintó, que ya había dejado rastro de un talento potencial en Malasaña 32 (España, 2020), juega durante todo el metraje con un oxímoron digno, como mínimo, de comentar.

El contenedor funciona como el umbral entre la vida y la muerte. Las imágenes interiores y exteriores se van intercalando simultáneamente. Dentro, donde tiene lugar un parto que para nada conmueve como el de Camborda en O Corno (España, 2023), los espectros del pasado y la desesperanza inundan la escena por completo. Simbolizando, como es obvio, las altas probabilidades de fracaso – y muerte – de la protagonista. Por otro lado, el exterior, y la luz que
proyecta en el interior del escenario, irradian vida, posibilidad y esperanza. Este juego de luces y sombras, la interpretación que reivindica a Castillo como una de las actrices nacionales con más proyección, y la irrupción inesperada del ya clásico Mal Querer de Rosalía, son los puntos a favor de Pintó que se anotan en la pizarra.

La importancia de adherirse a los géneros cinematográficos

Sin embargo, la coherencia es el agujero por el que el filme acaba en el fondo del mar. El género de supervivencia, además de superación y sentimientos esperanzadores, debe desprender credulidad por encima de todas las cosas. Se acepta que Iñigo Montoya, con el torso como un queso gruyere tras una batalla de esgrima perdida, consiga salir victorioso en La princesa prometida (The princess bride, Ron Reiner, EEUU, 1987). Es un cuento fantástico, la veracidad no le interesa a nadie. Sin embargo, que una película como Nowhere incite al: “¡Venga ya!”, no es para nada positivo. Que la vida de la batería de un smartphone sea más larga que Napoleón (Abel Gance, Francia, 1927), o que Anna Castillo se vista de Terminator (James Cameron, EEUU, 1984) resistiendo sin apenas dolor una brecha kilométrica, desestiman la naturaleza de la obra. Puede parecer un comentario extraído de una tertulia entre Manolo y Paco en el bar de la esquina, pero no. ¿Qué sentido tiene mezclar la irracionalidad y la supervivencia? Si todo fuera posible en este
género, ¿alguien pagaría por verlo?

John Wayne sale ileso de tiroteos frente a tres o cuatro oponentes. Carrie White fulmina a un instituto entero con poderes telequinéticos en Carrie (Brian de Palma, EEUU, 1976). Incluso Linda Blair puede distorsionar su cuello trescientos sesenta grados en El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, EEUU, 1973). Ningún fenómeno resulta incongruente porque se ajustan a los límites de sus respectivos géneros. De hecho, la base de la trama gira en torno a las condiciones sobrenaturales o superlativas de estos personajes. Es lo que el espectador espera de ellos. Por tanto, los paréntesis que encasillan los géneros, en cierta medida, deben respetarse. De no hacerlo – como es el caso de Nowhere – lo que se plantea como una survival movie con valiosos mensajes sobre la maternidad e incluso la inmigración, puede acabar desintegrándose en lo más profundo del catálogo oceánico que ofrece Netflix.

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