La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. El edificio que abre el recinto universitario de la plaza San Francisco, hogar de historiadores, filósofos, geógrafos, lingüistas y así hasta una decena de especialidades. Esa construcción que lleva más de setenta y cinco años aunando tradición e innovación, pero siempre manteniendo el espíritu de universidad clásica con el que se construyó, está a punto de desaparecer.

Una remodelación integral, que comenzará este mismo verano, cambiará por completo la concepción actual de este lugar emblemático para la comunidad universitaria aragonesa. Es solo un ejemplo más de los múltiples entornos que llevan cambiando su apariencia en la ciudad en las últimas décadas. En una constante lucha entre la historia, el respeto a lo antiguo y el progreso, la maquinaria pesada convierte la ciudad a través de pequeñas y mayores intervenciones.

No hace falta remontarse a las antiguas puertas y murallas para hablar de cómo Zaragoza ha variado su imagen paulatinamente. Continuando en el entorno de la Facultad de Filosofía, conviene recordar cómo era este hasta finales de los años 50. En el Campus tan solo se erigían las facultades de Derecho y Filosofía. Desde esta se podían divisar los campos, que se extendían hasta el Antiguo Seminario Metropolitano de Zaragoza. Edificado en los años 40 en la actual Vía Hispanidad, alberga hoy en día oficinas del Ayuntamiento.

No fue hasta 1962 cuando se construyó otra facultad en el campus, la de Ciencias. Hasta entonces, los estudios tanto de ciencias como de medicina, se cursaban en la Plaza Paraíso, en el edificio construido en 1893 que actualmente alberga los estudios de Administración y Dirección de Empresas. Este edificio también era el Hospital Clínico de la ciudad en aquella época. La Facultad del Campus San Francisco ha debido ser ampliada en varias ocasiones durante las últimas décadas del siglo XX, acometiéndose la última extensión en 1999, para dar cabida al pabellón de químicas.

Sí que existía ya en el campus en los años 50 el Colegio Mayor Universitario Pedro Cerbuna, exclusivo para hombres. El inmueble, inaugurado en 1951, se levantó frente a las antiguas instalaciones de la Sociedad Hípica Militar (no es casualidad que se conozca popularmente como «la hípica» a la piscina municipal de la zona). Anteriormente, la sede del centro residencial fue el número dos del actual Paseo Fernando el Católico (donde hoy se ubica una franquicia de una cadena de hamburgueserías).

Edificio de la antigua residencia universitaria – desconocido

Cuando a principios de los 50 el Pedro Cerbuna se trasladó a la actual ubicación en el Campus, el edificio de Fernando el Católico acogió el colegio mayor Santa Isabel. Éste, exclusivo para mujeres, cambió a la localización actual en la década de los 70. El edificio de la antigua sede, en el chaflán de Fernando el Católico con Goya, fue diseñado por el arquitecto Miguel Ángel Navarro en 1940, quien también está detrás del Colegio Joaquín Costa o la Casa Soláns entre otras construcciones.

Nada tenían que ver las condiciones para los estudiantes ahí alojados con las de las residencias actuales, especialmente para memorizar la lección. Los actuales universitarios se retiran a bibliotecas en busca del más absoluto silencio, pero en aquel entonces, eran diversos los ruidos que rodeaban las habitaciones de los estudiantes. Para empezar, no eran pocos los trenes que hacían sonar su bocina al paso por las vías al descubierto de la Avenida Goya, por donde también estaba la cabaña del merendero El Toro.

Junto a la residencia también se encontraba el Café Benidorm, que cerró sus puertas a finales del pasado año. Una cafetería puede parecer un lugar silencioso, pero no lo era tanto la bolera que en tiempos se ubicaba en el sótano del establecimiento. Además, en los bajos de la residencia se ubicaba el Cine Gran Vía, cuya ruidosa cabina de proyecciones estaba en el patio de luces, el mismo al que daban algunas de las habitaciones. A cambio, las inquilinas solían pactar con el proyeccionista para poder ver las películas desde las ventanas de sus habitaciones, las cuales se llenaban cuando esto ocurría. También acordaban con el proyeccionista los discos que querían escuchar durante el descanso.

La Gran Vía en aquel entonces tenía una apariencia muy distinta, pues el bulevar central no era de baldosa, si no de gravilla. De hecho, era ahí donde se instalaban las casetas de feria durante las fiestas del Pilar. No hace falta irse muchos años atrás para encontrar otra gran transformación de la Gran Vía, fue en 2011 con la construcción del nuevo tranvía (hasta 1976 ya había transitado por ahí la línea 11). Con esta reforma, se eliminó la rotonda en el cruce de Gran Vía y Goya, se cambió el suelo y mobiliario urbano del bulevar, y se redujeron los carriles de circulación para vehículos.

Cruce de Gran Vía con Goya hasta 2011 – Víctor Lax

En la misma zona, por la calle Doctor Cerrada, discurría una gran acequia bordeada por vallas para que los niños no cayeran. Ahí también se ubicaba la gran y humeante metalurgia Laguna de Rins S.A., fundada por Amadeo Laguna de Rins, quien también fue alcalde de la ciudad. En las inmediaciones de los terrenos de la fábrica, encontramos la actual calle Laguna de Rins.

Son muchos los rincones de los que se podría hablar, desde grandes edificios que vieron pasar la bola de demolición hasta farolas y semáforos (aquellos semáforos de tres colores y cartel de «peatones» incluido en el cruce de Goya y Gran Vía…). Y es que a veces toca dar paso a la tecnología y a las nuevas formas de vida. Nunca va a haber una respuesta del todo clara, nunca vamos a saber si estos cambios son la mejor opción o si era mejor lo que había antes. Pero, está claro que a quienes hemos pasado por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, nos toca despedir este mes a una vieja amiga.

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