Era época de rebajas y Vanesa lo sabía. Igual que sabía que no encontraría nada de su talla fuera de temporada o con bolsillos. Hacía tiempo que había dejado de pelearse con el mundo, tanto. Pasaba del tema y seguía con su vida. No obstante, ese día se sentía especialmente animada: la tienda de moda había sacado la «Colección Orgullo» y había quedado para cotillear.

Una buena merienda y de compras, a ver si podían salir a la hora de la cena, era el pensamiento colectivo, pues con Vanesa sabías cuándo entrabas a una tienda; no cuándo salías. Como demostró su discurso tras pasar la puerta.

—¡Me encanta la camiseta del arcoíris! ¡Y el pantalón de colores! ¡Y las zapatillas! —ante el suspiro de sus amigas.

—No puedes comprarte la tienda —dijo Natalia—. Recuerda tu economía de estudiante.

—Y las vacaciones que ya están reservadas —recalcó Paolo.

Vanesa se cruzó de brazos en un mohín y siguió disfrutando de las vistas en silencio. Pensaba en la fiesta de fin de curso, en lo genial que sería y en que era ya y aún no tenía la ropa. De hecho, esa había sido la idea principal para ir de compras y arrastrar a Natalia, «la anticompras». Así que miró a su alrededor, tomó un vestido justo enfrente y aprovechó la distracción de sus amigas para ir corriendo al probador. Una vez puesto y estupendo no le dirían que no, pensaba con gran contundencia.

Cuando sus amigas se dieron la vuelta se miraron, conociendo a Vanesa, y fueron directas a los probadores. Lo que encontraron fue una larga cola y, claro, no podían entrar sin nada para probarse. Así que ahí se quedaron, dando vueltas y mirando la decoración. Ni era de su gusto ni de su bolsillo. Todo fuera para que Vanesa encontrara un bonito outfit para la graduación y felices todas.

Mientras tanto, el reflejo del probador sonreía entusiasmo. El vuelo del vestido llegaba hasta la rodilla y los botones delanteros le recordaban con orgullo a los vestidos de su abuela. Era «el vestido». Lleno de color para el día menos ecléctico. Vanesa se volvió a cambiar y salió en busca de sus amigas, confiando en que aún siguieran en 10 metros a la redonda. Cuando las vio mirando estantes, se acercó sigilosa.

Era «el vestido»

—¡Bu! —espetó tras ellas, haciéndoles dar un brinco.

—Muy graciosa, ¿ha comprado usted ya? —masculló Paolo.

Vanesa no contestó. Se fue bailando hasta la caja con el vestido en su brazo. Paolo miró a Natalia y Natalia miró a Paolo. ¡Por fin saldrían de allí! Sin embargo, al llegar a la caja, ahí estaba el inconveniente.

—Son 40€ —dijo el cajero. Vanesa resopló.

—Pero los otros colores valían la mitad —replicó.

—Los otros no pertenecen a la colección. Puedes cambiarlo si quieres.

—Pero yo… —gimoteó Vanesa. Natalia le puso una mano en el hombro y sacó la cartera.

—Yo te invito y nos vamos ya de aquí. Asunto zanjado.

A los pocos días, las graduadas posaban para la foto familiar. Vanesa lucía su vestido entre monos, trajes y vestidos menos coloridos. Era el centro de las miradas curiosas: era luz. Entonces llegó el intercambio de regalos y no fue difícil identificarlos. El color más claro en el armario de Natalia era el azul oscuro y el blanco era para Paolo. Así que la bolsa de colores solo podía ser para Vanesa que, al abrirla, quedó pasmada con el interior.

—¿Me habéis comprado toda la «Colección Orgullo»?

—Algunas cosas ya estaban pensadas de antes —se rascó la nuca Natalia.

—¡Pero hay un montón de preciosidad! —gritó Vanesa vaciando la bolsa—. Un momento, ¿es ropa de la tienda nueva del centro? ¿La pequeñita? No tiene tique.

Las chicas rieron al unísono. Ya no habría que esperar otro año para celebrar El Orgullo. Otro año para comprar ropa con los colores y para ver todo su esplendor en decoración. Vanesa podría vestirlo siempre que quisiera. El problema sería impedir que vaciara la tienda. Que sería fantástico para la dueña, pero…

SIN EXISTENCIAS

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