La cultura que trata de suspender el sistema capitalista, por posicionarse claramente en contra, no sirve para este y, por ello, lo sotierra. Para ser más claros: si no da dinero, no sirve.

La cultura debe tomar conciencia de sí misma. La vida humana es política. El ser humano es un animal político: Zoon politikón. Por tanto, el interés por generar un discurso apolítico es producto de la desinformación. Un deseo de volver a la caverna.

Así mismo, de poco vale la creación para la minoría. El discurso debe ser siempre para enfrentarse. Sólo así se crearía lo que Moscovici denomina “ambivalencia actitudinal” (Molero, 2017) en lo que aglutina el Efecto de Conversión. Este es que, los miembros de la minoría sean rechazados por poner en jaque un punto de vista mayoritario y, sin embargo, se les acepta al reconocer su persistencia en sus credos. Según este mismo autor, las minorías obtienen su influencia a través de un proceso fásico:

Exposición al punto de vista de una minoría; curiosidad y deseo de comprender su posición; procesamiento profundo de la posición de la minoría; rechazo público, aceptación privada; influencia latente/privada (Martin y Hewstone, 2017).

Valiéndome de ejemplo para lo que trato de exponer aquí, mencionaré la intervención de Mar Abad en el programa de la plataforma Phi Beta Lambda Podcast, en el programa El Mileniarismo, donde contaba que pedía al editor de su nuevo libro: Antiguas pero modernas con Libros del K.O. que se publicitara o, simplemente, que se aclarara que la obra se trataba de histórica, y no feminista. Clarifico: la posición de Mar, en esto, era que quería introducir su libro en el flujo normativo y no aislarlo en una sección feminista pues, con ello, sólo conseguiría alimentar un sesgo que poco a poco se hace más un nicho de feministas produciendo para feministas y no feministas escribiendo para, o, en contra, de un sistema machista. Este argumento coincide con los pasos a seguir para producir un cambio de mentalidad a través del discurso minorista.

Entendemos, pues, que es necesario el convencimiento de que se trata de una posición de “unos pocos” y, pese a ello, denegar el uso del producto creado para la promoción o muestra en un ámbito cerrado, casi privado, donde se sabe se acepta. Sólo así se puede ejercer la crítica, la búsqueda de la diferencia y, finalmente, el interés y cambio.

Nos sometemos a nosotros mismos al ostracismo cuando, de unos a otros, casi de manera circular, rumiamos sobre cómo estamos relegados a lugares que nos acomplejan, por no tener eco en lo social. A gran escala. Pero parece que no queremos entender que es necesaria una autocrítica, una reflexión sobre el escarmiento que sufren los artistas. Estos deben adaptarse, bajar ciertos peldaños que los iguale al resto y, desde ahí, buscar un hueco que los introduzca, pues sólo desde dentro cobrarán una nueva vida.

Esta, esa “nueva vida” que menciono, no es una traición a los ideales, sino un camuflaje que permita conocer las necesidades desde las que crear.

Por tanto, la idea es volver de nuevo la cultura un ser reivindicativo, alejarla de la podredumbre que significa producir para ella misma. Contribuir a regenerar la sociedad. Pero su voz, lejos de convertirse en un lugar donde asirse a aquellos que ya se sienten en la línea de lo que se defiende, debe enfocarse al choque, a la contra de unos pilares consumistas de lo banal.

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