Seis de cada siete graduados en periodismo ven en el ejercicio de Capote, Bernstein, Reed, Kapuściński y Hemingway un recuerdo agridulce. Uno que nunca vivieron, por supuesto, pero que alguna vez esperaron recrear a su manera y que ahora observan con distancia y profusa melancolía. Uno de cada siete, en cambio, logra acercarse al tan aclamado oficio. De esos privilegiados unos llegan a rasgar papel —que ya es mucho— y otros logran regodearse entre las élites de la intelectualidad. De aquellos que viven con recuerdo agridulce solo unos pocos se quedan a medio camino siendo seducidos por el «lado oscuro»: el único sitio dentro del sector capaz de curar algún deje de egocentrismo herido y saciar aspiraciones incompletas.

Abundan gabinetes de comunicación armados hasta los dientes mientras que un escueto equipo de buscadores de la verdad —los mil entre los siete mil— viven dispuestos a aceptar lo que les vendan por no dar abasto. Las redacciones cierran pero el trabajo desborda: no hay suficientes plumas contra el blanco, ni micrófonos en mano, pero insisten en que el mercado no puede absorberlos a todos. Siempre será mucho más fácil alimentar a la precariedad —con sus contratos temporales, sueldos bajos y falsos autónomos— que a los periodistas del futuro.

Seis de cada siete jóvenes periodistas deben buscar empleo fuera del oficio. A la pregunta «¿qué consejo le darías a un recién graduado que no obtiene trabajo?», Sánchez Dragó respondía en un coloquio de la Universidad de Málaga «que se fuera lejos, que trajera una historia de Afganistán». A lo que Carlos Alsina, allí presente, replicaba con un «si no te secuestran por el camino». La real respuesta a la pregunta no existe. Serán 3.500 los que salgan de las facultades este año y cuyo heterogéneo espectro de perfiles y aptitudes dará menos que igual. A veces no hay ganas ni talento que valgan ante un sistema que deja mal al 85%. Dicen que «levantas una piedra y salen 20 periodistas», pero si periodista es el que deviene y deviene el que ejerce, entonces hay menos de los que los eruditos de teclado calculan. Muchos menos.

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