En la mañana del pasado domingo, los amantes de los deportes de contacto se dieron cita para disfrutar del boxeo profesional por primera vez desde el comienzo de la pandemia en Zaragoza. Para calmar el hambre del respetable, la organización dispuso para su disfrute diez combates amateurs y un combate profesional, el de Ezequiel Gurría contra Rafael Chiruta, que fue el plato fuerte de la velada.

Alrededor de trescientas personas instaladas en las gradas y la pista fueron testigos de un espectacular despliegue de habilidad y valentía por parte de todos los peleadores, de quienes pudo leerse en su compromiso llevaban tiempo ansiando el momento de volver al redil. Si bien todos demostraron una profesionalidad fuera de la norma, cabe destacar el duelo entre Diego Casanova y Sebastián Vélez, quien dominó todo el combate con un arriesgado de juego de guardia baja y activa esquiva, picante, con altas dosis de espectáculo. En la categoría de superligeros, Jorge Murillo y Jimmy Luna se movieron como mosquitas espídicas de furiosos aguijones durante los tres asaltos de duración, donde su pudieron ver algunos gestos sucios por parte de Murillo que el colegiado pasó por alto, y que seguramente motivaron la decisión de los jueces de entregarle el combate a Luna.

Apartándonos del boxeo, el combate entre Kevin Puértolas y Mario Sanz en K1 fue un espectáculo lleno de agilidad, destreza y fuerza en los puños, que la, en ocasiones palpable, falta de técnica de ambos no llevó a decepción. El conjunto de los combates amateurs demostró que en España existe una calidad poco explotada, posiblemente tan alta como la de las grandes empresas americanas, sin mejor metáfora que las vistosas carreras en las medias de las azafatas del torneo; profesionales llamativas y dignas de su posición, pero con escasos medios para realizar a la perfección su tarea.

A las 14.20 horas, el presentador de ring dio paso a los dos boxeadores cabeza de cartel, Rafael Chiruta, quien entró rápido y sin florituras al ring acompañado por las vivarachas voces de sus admiradores venidos desde Madrid, y Ezequiel Gurría, quien con un talante más teatral apareció de entre una densa nube de humo, anónimo bajo su capucha y un cachirulo dispuesto como mascarilla, marca habitual de la casa.

El público, ansioso desde primeras horas de la mañana por este combate de peso superwélter, fue testigo de un combate a seis saltos de una impecable calidad, en el que los peleadores no se disputaban título, pero si ponían en juego el devenir de sus carreras. El primer asalto, donde ambos contendientes comenzaron marcándose y midiendo las actitudes del contrario, fue el ligero aperitivo de los cinco restantes, en los que se vieron muy pocos momentos de tranquilidad o boxeo pasivo. El clinch, en ocasiones prueba de falta de talento, brilló por su ausencia.

La técnica de Guarría, de orden más depurada, limpia, preocupada por una guardia alta y un manejo ágil del jab, fue más eficaz que el boxeo de Chiruta, algo sucio, de defensa descargada y perro viejo, que a pesar de todo le permitió encajar varios crochets y mantener el ritmo del combate. El tercer y cuarto asalto fueron la firma definitiva de una victoria que Gurría se había metido en el bolsillo arrojando golpes contundentes al rostro de Chiruta, sin creatividad, pero cargados de la determinación y el instinto que seguramente lo convirtieron en su momento en campeón de España de esta categoría.

Las imparables bombas de derecha del aragonés agotaron el aliento del madrileño a lo largo de todo el quinto asalto, a quien se le vio fuerte, pero vetusto. Su cabeza, como un buque, parecía en ocasiones capaz de quebrar los nudillos de Ezequiel, pero una serie de perfectas esquivas de este último le abrieron el hueco para asegurarse la victoria a los puntos de la que, en el último asalto, nadie dudaba salvo de haberse producido un inesperado KO que no llegó.

Tras el combate, Ezequiel aseguró a los medios: «Después del primer asalto, mi entrenador y yo ya sabíamos como iba a ser el resultado. He peleado fuerte y él ha aguantado, pero al final hemos ganado. Ahora a por el campeonato de España». Respecto a cómo se sentía el peleador al regresar a reñir una pelea a su tierra, Gurría, fardándo orgulloso de sus orígenes con una bandera de Aragón colgada en forma de capa, dijo: «Llevamos muchas peleas fuera, y nada tiene que ver con pelear en Zaragoza. Es mi tierra, siento el orgullo maño».

Una pelea digna, de calidad, de esas que gusta ver hasta en reposición, y que da buena cuenta del alto standing de los boxeadores españoles.

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