Si de algo se ha encargado la tradición católica desde sus orígenes es de configurar un conjunto de tabúes inexplorables que, nos guste o no, han pasado a formar parte de nuestro día a día. Entre ellos, el sexo y todo lo relacionado con él.

Un discurso que, con el paso del tiempo, de una forma u otra y con sus respectivos matices, ha sido adoptado por la derecha parlamentaria más reacia al cambio cuya presencia en nuestras instituciones es -y ha sido- más que evidente. Y siempre, por supuesto, de la mano de la Iglesia. De este modo, política y fe se han han aliado a lo largo del tiempo con el propósito de convertir en transgresión todo lo que suene, huela o recuerde al sexo.

Este es probablemente uno de los motivos de peso por el cual el número de generaciones formadas desde el ámbito académico en educación sexual en nuestro país sea ínfimo. Es suficiente con observar cuál ha sido la estrategia política de la derecha en todas y cada una de las ocasiones en que desde los partidos de izquierda se han fomentado iniciativas pedagógicas aplicadas a esta materia.

Por otro lado, es un hecho que en la mayoría de familias hablar de sexo entre padres e hijos resulta más bien incómodo para ambas partes. La realidad es que si nuestra educación sexual en las aulas ha sido anecdótica, la de nuestros padres lo fue todavía más. ¿Entonces dónde aprendemos sobre sexo? La respuesta parece obvia: en Internet.

Sin ir más lejos, hace pocos días ‘El Intermedio’ se trasladó hasta un campus universitario para preguntar a varios estudiantes sobre su relación con la pornografía. El programa de La Sexta no nos descubrió nada que no supiéramos: los conocimientos sexuales de la gran mayoría de jóvenes y adolescentes en nuestro país se adquieren a través del porno. Un hábito que no debería de considerarse como perjudicial más allá de no caer en el error de pensar que lo que vemos a través de la pantalla se corresponde con la realidad.

La cuestión, sin embargo, no debe de plantearse en torno a la aprobación o no de la pornografía. Sino en por qué las generaciones más recientes han visto en este tipo de contenidos su única opción para descubrir la sexualidad. Y la respuesta parece clara, dado que mientras el concepto “sexo” esté sometido a tal estigmatización no habrá más remedio por parte de aquellos que tengan una mínima curiosidad en descubrir su cuerpo que recurrir al porno.

Y de nuevo la pescadilla que se muerde la cola. Porque aquellos que niegan la educación sexual en las aulas son los mismos que tachan de veneno a la pornografía. ¿Qué opciones nos quedan entonces? Pocas o ninguna. No nos engañemos: descubrir nuestro cuerpo sin contar con referencias ni arquetipos en los que vernos reflejados es una tarea más que complicada. Y como siempre, la sociedad es quien sale perdiendo.

Es necesario que llegue el día en que los tapujos sexuales desaparezcan. Ya que por mucho que algunos traten de impedirlo, como humanos que somos, la curiosidad va a llamar siempre a nuestra puerta. Antes o después, pero lo hará. Y es imprescindible que cuando llegue ese momento tengamos a las personas adecuadas a nuestro alrededor con quienes hablar del tema sin vetos ni falsas supersticiones propias del medievo.

Las sociedades avanzadas lo son gracias al conocimiento. Alexandre Dumas, novelista francés del siglo XIX, se preguntaba «por qué siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres». Quizás la educación tenga algo que ver con ello. Cualquier individuo nace libre de prejuicios. Éstos los adquirimos con el paso de los años, mediante las relaciones que establecemos con nuestro propio entorno.  

No hay duda de que siempre habrá famílias que tratarán de evitar que sus retoños descubran y experimenten su sexualidad sin convencionalismos absurdos. Por lo tanto, la solución más honesta dentro de este contexto pasa por la implementación por parte de las instituciones públicas de una pedagogía libre, sin pretextos ni deformaciones.

Dicen que somos la generación más preparada y nos convertimos en adultos con una educación sexual nefasta y sin tan siquiera saber hacer la declaración de la renta. Perdonadme, pero algo falla.

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