Hace unos días veraneaba en la localidad castellonense de Torreblanca con mi pareja cuando fui testigo de una curiosa actividad popularmente extendida en la Comunidad Valenciana. Como probablemente conocerán, es típico en esta región la presencia de bandas municipales formadas por vecinos del municipio donde desde joven se aprende a tocar diversos instrumentos como parte de la cultura popular que se transmite de padres a hijos. Una de las actividades culturales de muchos de estos municipios en verano es la organización de conciertos breves –de en torno a una hora de duración- en los que estas bandas, además de darse a conocer por diversos municipios cercanos al suyo, amenizan las noches a los vecinos a través de la interpretación en calles y plazas públicas de obras clásicas y contemporáneas.

He de reconocer que, además de disfrutar de una maravillosa velada, me surgió la idea sobre la posibilidad de que esta costumbre se extendiera a otros puntos de España como una forma de acercar la cultura musical a la gente, así como una forma de reactivar –de una manera muy económica- la vida cultural y el ocio nocturno de muchos municipios sin caer en la típica actividad de bares y discotecas.

Estas iniciativas no han sido siempre acertadas, cristalizando en numerosas ocasiones en costosos festivales de grupos de poco valor musical.

En los últimos años hemos asistido a la puesta en marcha de diversas iniciativas culturales por parte de los Ayuntamientos con el fin de “construir” un ecosistema social y cultural en sus ciudades que las llene de vida cuando llega el buen tiempo. Sin embargo, estas iniciativas no han sido siempre acertadas, cristalizando en numerosas ocasiones en costosos festivales de grupos de poco valor musical, iniciativas culturales extremadamente minoritarias incapaces de atraer al público general pero de alto coste para el erario público y otros eventos similares.

Desde mi punto de vista, el pobre impacto social obtenido por las mismas demuestra el erróneo planteamiento que presenta en la mayoría de casos los eventos culturales municipales. Como comentaba al comienzo de este artículo, no se trata de destinar un gran presupuesto a la programación cultural de nuestras ciudades, sino de acertar tras una reflexión serena y plagada de sentido común en los eventos escogidos.

Mientras tanto, sigan disfrutando de unas merecidas vacaciones. Nos leemos en septiembre.

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