Quisieron ‘asaltar’ las instituciones y acabaron acomodados en ellas. Quisieron acabar con aquello que denominaban ‘casta’ y finalmente han terminado por convertirse en eso, en casta. Dijeron venir a defender los intereses de la gente y los intereses del país y lo cierto y verdad, es que en la mayor parte de las ocasiones se han colocado junto a los enemigos de España, aquellos cuyo único fin no es más que el de atentar contra los intereses del país.

La salida de Íñigo Errejón de Podemos no viene más que a confirmarnos el declive y el estado de decrepitud de un partido que nació hace cinco años generando unas expectativas entre la sociedad que, a la vista está, no se han cumplido.

Las desavenencias entre Errejón y la cúpula de Podemos no son nuevas. Todo comenzó en aquel Vistalegre II en el que los que antaño fueron íntimos amigos –Pablo Iglesias y el mismo Íñigo Errejón- confrontaron proyectos políticos y partidistas. El resultado fue claramente rotundo a favor de las tesis defendidas por el líder supremo, y la primera consecuencia fue el destierro político y mediático del hasta entonces número 2 de la formación morada.

Desde aquel momento las posiciones entre Errejón y la dirección de Podemos fueron alejándose paulatinamente. Intentaron buscar una solución pactada que contentase a ambas partes y decidieron nombrar candidato a la Comunidad de Madrid a Errejón. Pero se trataba de un caramelo envenenado, de un parche, pues enseguida comenzaron –de nuevo- las fricciones. Esta vez por la configuración de la lista electoral que tendría como candidato a Errejón. Él quería nombrar a su equipo e Iglesias no estaba por la labor de regalarle más terreno al cofundador de Podemos.

Indistintamente de las diferencias ideológicas que puedan existir, es justo reconocer que Podemos, allá por el año 2014, consiguió lo que hasta el momento no estaban consiguiendo los partidos políticos que diseñaban el arco político de aquel entonces: movilizar a los ciudadanos –lo que ellos llamaron “la gente”-, ilusionar a toda una sociedad. Despertaron emociones y con ellas llegaron los inesperados resultados de las Elecciones Europeas de 2014. Y de ahí, a las Autonómicas, Municipales y finalmente, Generales del 2015. Habían llegado y todo parecía indicar que lo habían hecho para quedarse. Pero nadie contaba con que la arrogancia de Pablo Iglesias sería la primera piedra de la tumba que comenzó a cavarse en Podemos.

Sus agresivos y constantes enfrentamientos con el PSOE, su negativa al nuevo Gobierno que Pedro Sánchez pactó con Ciudadanos, su afán de aliarse con los separatistas catalanes, sus coqueteos y buenas palabras para con los proetarras y cuestiones tan personales como la vivienda en la que reside el propio Iglesias, pero que por su arrogancia y soberbia nadie le perdona, marcan ese estado de decrepitud del que hablaba con anterioridad.

La decadencia de Podemos ha llegado hasta tal punto de que ni siquiera sus propios dirigentes -algunos como Errejón son fundadores- quieran presentarse a unas elecciones con su propia marca. ¿Se acuerdan de ese vídeo en el que Errejón hablaba de crear instituciones “para resistir” en ellas mientras Podemos no gobernase? Pues bien, eso es, sencillamente, lo que ha hecho Errejón. Resistir. Comenzó teniendo poder en Podemos, lo perdió, tejió las redes internas dentro de Podemos que le proporcionasen apoyos para su causa dentro del partido y finalmente es el candidato de una plataforma bendecida por Manuela Carmena. Íñigo se ha movido bien y probablemente consiga añadir cuatro años más a su currículum político cuando obtenga el acta de diputado en la Asamblea de Madrid.

¿Qué queda de aquella foto de Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Luis Alegre, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa? O mejor dicho, ¿quién queda? Pues tan solo el supremo líder.

¿Y quién será la persona que va a sustituir en el escaño del Congreso a Íñigo Errejón? Pues será Sol Sánchez, de Izquierda Unida. Curioso y paradójico, sobre todo cuando parecía indicarse que Podemos acabaría ‘comiendose’ a Izquierda Unida, ocupando el que teóricamente sería el lugar de IU y por lo que vemos, la formación liderada por Alberto Garzón está hoy más entera que el propio Podemos.

En fin, que ni Podemos ha sido lo que pretendía ser, y que en España sigue haciendo falta una izquierda de verdad, que sea digna de tal nombre y que realmente venga para lo que en su día prometían los dirigentes del hoy por hoy denostado Podemos: defender los intereses de los ciudadanos que no son otros que los intereses generales de nuestro preciado país.

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