Sí, irse de Erasmus es sinónimo de fiesta; pero también lo es de crecimiento personal, enriquecimiento cultural y amistades que hacen que una vida sin ellas sea difícil de imaginar

Hablemos sobre la maravillosa aventura de irse de Erasmus. Abandonar tu casa por unos meses para estudiar en otro país y, a la vez, crear un hogar que siempre recordarás, es algo que solo una experiencia como el Erasmus puede ofrecerte.

Hoy se cumple un año desde que regresé de Wroclaw, aquella pequeña y colorida ciudad polaca que me vio crecer, temer, amar y soñar. Como miles de estudiantes europeos, decidí realizar un Erasmus para comprobar con mis propios ojos la cantinela que tantas veces habremos oído repetir de aquellos muchos que defienden la experiencia con uñas y dientes. Ahora, con mucho orgullo, puedo unirme a ellos y confirmar sin lugar a dudas que el Erasmus es una etapa que nunca podré superar y que siempre conservaré con mucho cariño por ser una de las mejores experiencias de mi vida. 

“Jamás pensamos en ser nada más que jóvenes” – 1932, La M.O.D.A.

Recuerdo como si fuera ayer la incertidumbre entremezclada con la ilusión de emprender aquella nueva aventura. “Jamás pensamos en ser nada más que jóvenes”, repetía la canción en mi cabeza una y otra vez para armarme de valor y dejar atrás cualquier miedo que me impidiese disfrutar. Eran las cinco de la madrugada de un caluroso día de septiembre – aunque más bien frío en mi lugar de destino; sola, más dormida que despierta y con un terror inmenso a perder mi equipaje, me subí a un avión para dejar volar mi futuro durante unos meses. 

A miles de kilómetros de casa, una quiere sentirse cerca de los suyos. Así que lo primero que hice al llegar fue inundar la seria pared de mi nueva habitación de caras conocidas para que me acompañaran, aún desde el papel fotográfico, en esa grandiosa aventura. Ahora, es mi pequeña familia polaca la que corona mi habitación de España y la que forma parte de mi día a día, por suerte, en carne y hueso.

Socializar no suele ser un problema para mí. Conocer gente y aprender de ella es apasionante. Nuevas mentes, nuevas costumbres y nuevas manías. Tanto para aquellos que son capaces de estrechar lazos fácilmente como para aquellos más introvertidos que se encariñan con demasía de su zona de confort, irse de Erasmus es una oportunidad excepcional para hacer amistades que seguro serán para toda la vida. De cero a cien y de nada a todo. Compañeros de vida, de hogar y de viajes. Y menudos viajes.

“Nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar” – Emile Zola

Recorrer el mundo es un plan maravilloso. Más aún si es en buena compañía. Y qué mejor momento que estando de Erasmus. Precios extremadamente bajos y destinos realmente tentadores. Y, entre propuestas de medianoche, locuras y sueños que para muchos eran inalcanzables, visitamos media Europa: Alemania, Suecia, República Checa, Hungría, Polonia… Así, sumamos momentos juntos que hicieron de nosotros personas más vivas, maduras y, sobre todo, desenvueltas. Ya lo dijo Emile Zola, “nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar”. 

 

Hoy, un año después de haber cerrado esta etapa, recuerdo todo con nostalgia, como si no lo hiciera cada día. Las fiestas, las charlas, los viajes y las cosas simples y cotidianas que llenaban nuestros días como un rayo de luz en pleno invierno polaco. Haber crecido como persona en un lugar que apenas conocía es algo maravilloso. Salir de tu zona de confort y aterrizar en lugar ajeno que acaba siendo tu hogar en cuestión de meses, es algo que solo quien ha vivido la experiencia puede explicar. Si tuviera que definir el Erasmus con una palabra, esa sería intensidad. Porque una vez Erasmus, siempre Erasmus.

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