«Educación inclusiva, salud mental positiva», este es el lema del Día Mundial de la Salud Mental en España. A nivel global, entre los objetivos se encuentran concienciar sobre la importancia de la salud mental en personas jóvenes. Las iniciativas como esta son, en esencia y principios, una maravilla. Pensar en que se aumente la conciencia sobre la salud mental incluso me emociona. Pero, pongamos los pies en la tierra.

Los días mundiales (ya sea de la salud mental o de cualquier otra temática) tienen pros y contras. Los principales son: como ventaja, que se visibiliza; y, como desventaja, que pensamos que por un día reivindicar, el resto del año no hace falta. Nos colgamos la medallita una vez al año y trabajo finalizado.

Educación inclusiva

Hablemos de educación inclusiva para una mejor salud mental. En mi anterior artículo: Servicios de Atención a la «Diversidad» critico cómo en el sistema universitario las adaptaciones curriculares excluyen a muchas personas que las necesitan, en detrimento de su salud mental. El sistema educativo actual comprende que un estudiante falte a clase porque se ha partido una pierna, pero no que no pueda exponer en clase por tener fobia social. Sin embargo, los problemas de falta de educación inclusiva no solo se encuentran en las adaptaciones curriculares. ¿Cuándo va a comenzar a educarse en salud mental? ¿Cuándo vamos a enseñar que es tan importante como la salud física?

No podemos prevenir algo que muchas personas ni saben lo que es. Y muchas personas no saben cómo cuidar su salud mental. Sabemos cómo prevenir un resfriado, la gripe o cómo evitar lesiones si hacemos ejercicio. También sabemos reconocer cuándo podríamos tener una enfermedad (física); pero, ¿sabemos reconocer si podríamos tener una enfermedad mental o alguien podría tenerla? Generalmente, no. Además, este desconocimiento no evita que las enfermedades mentales existan. Pensar esto sería tan absurdo como pensar que evitar hablar del cáncer vaya a erradicarlo. Lo único que realmente provoca es desconocimiento y prejuicios, tal y como ya expliqué previamente en el artículo Contra nuestra salud, no. Por esto, no me detendré en analizar dichos prejuicios, pero sí los resumiré: pensar que las personas con enfermedades mentales son más violentas, que buscan llamar la atención y que no pueden llevar a cabo una «vida normal», entre otros.

Una verdadera educación inclusiva enseñaría en diversidad (de todo tipo) desde los niveles más básicos de la educación, tendría en cuenta las necesidades de todas la partes que forman parte del mismo y no dejaría de lado la salud mental.

Servicios colapsados

Cabe destacar que esta problemática no solo está en el sistema educativo, ya que los servicios sanitarios de salud mental están colapsados, ya que la oferta es inferior a la demanda. Son muchas personas las que necesita este tipo de atención y que no pueden permitirse pagar servicios privados de salud mental. Por esto, el único problema no es que se visibilice la importancia de la salud mental. Por mucho que se visibilice, si no hay forma de cubrir esas necesidades, no es de utilidad.

Iniciativas por la salud mental

Es de suma importancia destacar que sí que existen iniciativas que giran en torno a la salud mental. Hay campañas de visibilización (no toda la que debería haber), cada vez más profesionales se suman a diversas iniciativas, hacen activismo en redes sociales dando información muy variadas y se crean asociaciones que ofrecen recursos para aquellas personas que no pueden permitirse recursos privados (ya que la oferta pública se queda corta), entre otras. Sin embargo, uno de los problemas de estas iniciativas es que no suelen partir de autoridades, ministerios y consejerías pertinentes, sino de personas asociadas o particulares y otras fuentes de menor repercusión.

Por ello, va siendo hora de que todas las instituciones y autoridades que hoy clamarán que la salud mental es importante, se responsabilicen y tomen medidas: 365 días al año, no 1. Porque si de verdad vamos a clamar por una salud mental positiva, que sea de verdad.

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