Existe una teoría llamada Teoría de los seis grados de separación que se basa en la creencia de que cualquier habitante podría llegar hasta cualquier persona del mundo mediante un máximo de cinco intermediarios. Con el auge de las redes sociales, yo me atrevería a reducir el número.

Odiadas por nuestros mayores y camuflada entre los más pequeños, las redes sociales se infiltran en nuestras vidas con una doble moral que solo pocas personas tienen el don de reconocer. Nos mantienen conectados entre nosotros y desconectados del mundo real. Sin embargo, parece que no nos damos cuenta. Caminamos con la cabeza agachada y con chepa en la espalda mirando una pantalla que nos lleva inminentemente por el camino de la amargura. Y es que, que hagamos uso de las redes sociales no nos aporta más sociabilidad de la que ya tenemos. Más bien al contrario. De cierta manera, nos obligan a mantener relaciones más frías y menos cercanas. Nos reducimos a enviar un mensaje en lugar de hacer una llamada para felicitar el cumpleaños. Las redes sociales nos ayudan a mantener el contacto con las personas, de eso no hay duda. Son espacios que propician la sociabilidad, lo que no significa que se produzca.

Bajo mi punto de vista, las redes sociales nos impulsan a relacionarnos con gente lejana a nuestro entorno, pero de manera “desechable”. No aspiramos a tener relaciones profundas ni duraderas, y hablo tanto a nivel de amistad como romántico. La fugacidad domina cada aspecto de nuestra vida, y eso incluye a nuestras relaciones sociales. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor. Desde la llegada de Internet, las parejas duran un telediario. Es esa facilidad por comunicarse lo que provoca el deterioro de las relaciones. El ansia por obtener respuesta inmediata se ha convertido en nuestro mayor enemigo. No me contesta, ¿con quién estará hablando? Seguro que está hablando con su ex. Me como la cabeza. Confusión. Bloqueo. Arrepentimiento. Ya nada volverá a ser como antes.

Hace unas semanas cayó el sistema de las 3 principales redes sociales que forman la dichosa triada con la que malgastamos el poco tiempo libre (y ocupado) que tenemos. Lo más curioso de todo es que la sociedad pareció sentir alivio al liberarse de esa carga social durante unas horas. Y no me extraña. Tiene que ser agotador intentar alimentar relaciones vacías, carentes de significado y repletas de aburrimiento.

Mientras escribo estas líneas, me pregunto en qué acabará todo esto. Lo cierto es que todo apunta a que las redes sociales llegaron para quedarse, pero para hacernos ir a nosotros. Ya no somos los mismos. Han acabado con esa esencia de sociabilidad de calle tan característica de los seres humanos. Cierto es que han reducido el número de contactos a través de los cuales llegaríamos a otra persona mediante la Teoría de los seis grados de separación. Pero, ¿para qué? ¿De qué sirve tener más accesibilidad a un contacto si luego no vamos a mantener relaciones de calidad con él?

Después de unos días dándole vueltas al asunto, esta es la conclusión a la que he llegado mientras estoy sentada en el sofá con mi hermano, quien a través de tan solo 1 contacto, ha llegado hasta ti, lector.

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