En Los mejores años de nuestra vida (EEUU, 1946), William Wyler presentaba un veterano de guerra que debía aprender a vivir sin una mano que perdió en combate. Salvando las distancias, Laura Ferrés – reciente ganadora de la Espiga de Oro en la SEMINCI de Valladolid – utilizará este mismo concepto, pero lo espiritualizará relacionándolo con los lazos familiares en La Imatge Permanent (España, 2023); como ya hizo en el cortometraje de éxito internacional Los Desheredados (España, 2017).

El miembro fantasma – con esos mismos términos se acuña en una secuencia de la cinta – representa la sensación de que, al perder cualquier parte del cuerpo, se siga sintiendo la propia presencia del miembro o incluso dolor. Así lo refleja Ferrés en la película, que dibuja este filosófico fenómeno en la historia de una joven embarazada en la posguerra española (Rosario Ortega), que escapa atemorizada por los rumores pueblerinos. Y que más tarde, volverá a aparecer en un contexto urbanístico – demos gracias a Ferrés, al menos, por no estirar más la corriente de exploración de vínculos en contextos rurales ya tan manida en estos últimos años – para encontrarse con una publicista (María Luengo) con la que, aparentemente, no posee relación alguna.

 

 

La costumbre del costumbrismo

Las primeras escenas de la película – radicadas en un interesante dibujo del costumbrismo mediante símbolos como la marca de un antiguo crucifijo en la pared, o un canto a varias voces femeninas – avanzan con celeridad y captan cierto interés del espectador, que todavía se convence más cuando se descarta la idea de continuar con el relato en el ámbito rural. Y es en ese éxodo tan prometedor, cuando la idea de la directora, filmada desde una acertada sobriedad y una inexplicable simetría, se termina diluyendo sin remedio por decisiones difíciles de comprender.

Quizás el continuo plano estático, el agotador esfuerzo que supone entrar en todas las secuencias, o el uso de actrices no profesionales – propuesta que ya exploraron con distintos enfoques y mejores resultados Béla Tarr en Satántangó (Hungría, 1994) o Zhao en Nomadland (EEUU, 2020) – sean la razón por la que se catalogue esta película como festivalera y su visionado se convierta en un trabajoso reto intelectual, aunque se intente mitigar con continuas ráfagas de humor más desconcertantes que tranquilizadoras.

La intención de la directora – plantear una reflexión filosófica sobre los vínculos, los fantasmas del pasado y del presente, e incluso la maternidad – podría ser un efecto valioso. Pero para nada es funcional. Las imágenes no están a la altura del pensamiento que se propone para después; lo que se podría metaforizar con una profesora que impone una ardua tarea a sus alumnos después de una vacua e insignificante clase.

Es cierto que la puesta en escena de Ferrés refleja talentosos planteamientos. Como una secuencia hacia el final del filme, en la que las dos protagonistas se fusionan en una misma figura simbolizando el vínculo que las une. Pero poco después, lo que parecía un final potente, esperanzador y revelador, continua con dos secuencias tan inservibles como superfluas. Por razones como esta, aunque sin duda se le augure a la directora española un prometedor futuro en el cine de autor español, el filme no será tan permanent en nuestra memoria. 

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