“Nuevas tostadas”.

El jueves 18 de junio desayuné tostadas casi por última vez; antes de que llegara el 21 de junio y las tostadas de la “nueva normalidad” pasaran a ser “nuevas tostadas” junto a la “nueva Teresa” cuyo único cambio sustancial, posiblemente, haya sido sumarse a aquellos que intentan hacer humor sirviéndose de repetir “nuevo- lo que sea” hasta la saciedad. El “nuevo formato” a explotar para que no decaiga lo que paradójicamente ha sido la petardez de toda la vida.

 

Todo esto no habría significado nada especial si el miércoles 17 de junio no hubieran entrevistado en “Hora 25” a Boaventura de Sousa, a raíz de la reciente publicación de La cruel pedagogía del virus, su último trabajo. Pero eso a nadie le importa; lo verdaderamente relevante es que el 18 de junio yo tenía de fondo esa entrevista mientras desayunaba tostadas.

Como sea, lo primero que el sociólogo portugués señalaba sobre la idea que su nuevo libro explotaba (si bien ya de por sí el título de su obra da pistas más que suficientes), era que el virus no era un enemigo, sino un maestro. Es decir, está claro que tampoco es que se trate de algo deseable, pero gracias a él, hoy día, nos encontramos ante una oportunidad idónea para que los Estados cambien en muchos niveles, aunque sea forzados por la idea de gestionar futuras crisis sanitarias.

Y, bueno, es imposible no estar de acuerdo: el virus ha propiciado un caldo de cultivo perfecto para que se dé “EL cambio” … vale… pero… ¿cómo será? O incluso… ¿se producirá? ¿no nos suenan de algo estas palabras?

Un poco, quizás.

Debemos remontarnos al inicio de esta crisis.

 

“El filósofo ese… el que gusta porque habla gracioso”.

Exactamente tres meses antes, el 18 de marzo, Slavoj Zizek escribe una columna en RT, cuyo contenido recuerda la tesis posterior de Sousa, aunque de forma ligeramente más arriesgada o presuntuosa. Sousa simplemente habla de posibilidad de aprendizaje y el renombrado filosofo esloveno estipula directamente que el virus es un golpe “a lo Kill Bill” al capitalismo, debido a que pone de manifiesto la necesidad de una respuesta coordinada a escala mundial.

Zizek afirma que esta respuesta será una economía global que ya no esté a merced de los mecanismos de mercado.

Yo me pregunto ¿será la situación lo suficientemente urgente como para que se dé ese cambio? ¿lo será para que se dé algún cambio?

Aquí, por casa, nunca pasa nada.

Una semana después, siendo 25 de marzo, publica Pandemic!.

Lo cierto y verdad es que, casi tres meses después, aquí por casa sigue sin pasar nada.

 

“Pero hice todo ese llanto por nada”- Nicky Minaj.

Por supuesto, Zizek o Sousa no han sido los únicos pensadores que se han pronunciado con respecto a esta nueva situación.

  • Naomi Klein infiere en su propia teoría de La doctrina del Shock (2007) y señala que la pandemia es el “shock” del que hablaba, y que puede llegar a ser utilizado por ciertas élites para enriquecerse a costa de impulsar políticas que aumenten la desigualdad entre clases.
  • Byung-Chul Han apunta hacia los países asiáticos como ejemplo de gestión de la crisis frente a una Europa que, afirma, fracasa; y refuta a Zizek afirmando “ningún virus es capaz de hacer la revolución” pues la naturaleza de este no genera solidaridad, sino que por el contrario aísla más aún a las personas.
  • Roberto R. Aramayo estipula que esta situación puede suponer un revisionismo a la narrativa del “sálvese quien pueda” imperante desde la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría.
  • Bad Bunny señala que el confinamiento causado por el coronavirus supone una barrera para el amor: “yo que te quería ver/ pero no se va a poder/ toca quedarme en casa”.

Y a ellos se suma una lista interminable. Pero hoy es 23 de junio y podemos empezar a entrever una realidad que ligeramente asusta: todo el trabajo de estas grandes mentes posiblemente no haya servido para nada.

 

“Que no aprendemos, ¡narices!”.

“Que no aprendemos, ¡narices!” es una frase directa y elegante cuya autoría corresponde a mi madre y que realmente podría servir como resumen a toda la parrafada absurda que habréis leído antes.

 

La primera semana de confinamiento me encontré profundamente inquieta, incapaz de centrarme en nada. Yo misma creía realmente en un cambio que dejara todo lo anteriormente vivido como un recuerdo lejano; aunque, como persona cuya predisposición natural es la rigidez mental, esta perspectiva me causaba en un principio más sufrimiento que alegría.

Como sea, el tiempo ha ido pasando y empieza a incomodar precisamente lo contrario.

 

“Ad intra” hay bares, hay medidas para garantizar la seguridad de estos, hay tiendas, hay parques, hay amigos y hay soledad, hay choques de codo donde antes había dos besos e incluso hay besos, hay fiestas, hay pullas a los madrileños… y me hacen gracia eslóganes como el famoso “salimos más fuertes”, cuando la realidad es que simplemente hemos salido y damos tumbos a la espera de que todo vuelva a ser igual que siempre.

Y ni más solidarios, ni más solitarios, ni más nada. Hay quien se pone la mascarilla en la garganta y también quien señala con desprecio a esa persona, y se va tranquilo a su casa, alegrándose de ser moralmente superior; que no deja de ser lo de siempre con otro formato.

 

“Ad extra” nada se aleja más de esa gestión coordinada a escala mundial.

 

También hay miedo y hay rebrotes. Hay madres que dicen “que no aprendemos, ¡narices!”, viendo las noticias. Hay países que no contemplan ni la posibilidad de contabilizar a los muertos. Pero nunca pasa nada.

 

Todo el trabajo de las grandes mentes durante estos meses, posiblemente no haya servido de nada. Y no es que concuerde con Margot Rot, de Radio Primavera Sound, cuando afirma que la filosofía es una disciplina estéril; pero entiendo que ante la crisis originada por el nuevo coronavirus esta ha mostrado, si no esterilidad, incapacidad para sobreponerse a la incertidumbre. Esa incertidumbre que hoy es un presente con nuevas tostadas idénticas a las de hace dos días… y más incertidumbre.

 

El otro día releí algunos apuntes “Fundamentos de la comunicación y la información”, para organizárselos a un amigo que tenía que recuperar esta asignatura. Allí encontré una frase que decía: “una característica de la modernidad líquida es la sucesión de infinitos comienzos en contra de los indoloros finales. Y son precisamente los finales dolorosos los verdaderamente necesarios para el cambio”.

Y quizás sea eso.

 

Por un lado, cada vez el mundo es más, y no necesariamente porque “pase más” sino más bien porque “vemos más”, “accedemos a más”. Y ante esta “sucesión de infinitos comienzos” crece la incertidumbre por el futuro, porque las variables ante las que debemos estar pendientes son más.

La filosofía como disciplina no es estéril, porque resulta fundamental a otros muchos niveles; pero “el mañana” tal vez se ha complejizado, y ante esto los pensadores no pueden hacer más que especular, a veces posiblemente equivocándose, mientras nosotros los miramos e incluso desde nuestra ignorancia, nos atrevemos a juzgarlos.

 

Por otro lado, somos observadores partícipes de finales indoloros. Así, algunos encuentran desagradables las portadas de periódicos si estas van protagonizas por dos ataúdes; y desde luego, todos miramos a la muerte, representada en cifras, sin sentir nada, sin poder forzarnos a sentirlo.

Al final, lo que nos ha afectado de verdad a la gran mayoría, no ha sido la muerte, sino el confinamiento; ahora que supuestamente “hemos salido más fuertes” o, por lo menos, hemos salido, dejaremos enterrado cualquier sentimiento de urgencia por el cambio (¡ojo!, hasta que haya rebrote).

 

¿Cuál es el papel de la filosofía en estos días? ¿ha sido ella la que paradójicamente ha recibido el golpe “a lo Kill Bill” que venía anunciando Zizek? ¿se cumplirán algunos de los pronósticos de cambio?

 

Como sea, mañana posiblemente desayune tostadas (o “nuevas tostadas”) y haga cosas que se parezcan mucho a lo que haría un 24 de junio cualquiera. Vida y música como en el nuevo disco de Ambre, porque, si bien todo supone un cambio constante, al final la sensación general es la de que “nunca pasa nada”. Tampoco sé si me alegro.

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Un comentario en «Nunca pasa nada»

  1. ¡¡Bravo Teresa!! Lucidos tus comentarios.
    Aunque todo cambia desde que nacemos hasta que morimos, cuando pretendemos forzar la dirección de los cambios o preverlos como un oráculo generalmente nos equivocamos. Estos cambios a los que te refieres, por la condición libre del hombre están condicionados por un número infinito de decisiones libres posibilidades.
    Por tanto, como reza el dicho popular, ¡¡átame esos machos!!

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