Según los últimos datos oficiales, de 2020, ese año se celebraron en España 927 festivales de música. Van desde pequeños eventos, como el Sinsal de Galicia, a celebraciones
multitudinarias, como el Primavera Sound de Barcelona. Este verano han saltado las alarmas acerca de los macrofestivales, especialmente debido al fenómeno conocido como reventón térmico, en el Medusa Festival, que se ha cobrado la vida de una persona y ha dejado 40 heridos por el derrumbamiento del escenario.

Aprovechando el debate acerca de los macrofestivales, las medidas de seguridad y la precariedad laboral de los trabajadores, los ecologistas vuelven a mostrar la dura verdad tras estos momentos de música, diversión y festejo: una clara degradación ambiental. Estos festivales tienden a celebrarse en espacios naturales, con la idea de que la experiencia combine naturaleza y cultura. Sin embargo, la masificación conlleva el pisoteo del césped, la rotura del arbolado, un alto consumo de energía y acumulación de residuos (generalmente no reciclados). Cabe preguntarse hasta qué punto merecen la pena los ingresos por turismo si se ataca a nuestro entorno, y más aún cuestionarse hasta cuándo serán viables.

 

Se calcula que la huella de carbono por persona asciende a 5 kg para festivales pequeños y 25 kg para los grandes. Las mayores fuentes de CO2 son los generadores diésel que aportan el suministro energético, los camiones que llevan la infraestructura, y los desplazamientos de staff y asistentes. La problemática ambiental no acaba en los gases de efecto invernadero: los
datos más recientes de A Greener Festival, organización dedicada a promover prácticas sostenibles en festivales, muestran que de media cada asistente consume 12,56 litros de agua y genera 0,7 kilos de residuos por cada día (los festivales con camping tienen peores cifras). Muchos organizadores han explorado maneras de hacer sus eventos más respetuosos con el medio ambiente. Sin embargo, como recoge El Confidencial, sus incentivos para invertir en innovación son limitados, ya que por su naturaleza, no pueden asegurar que en unos años podrán seguir celebrando el mismo festival. Y un dato pesimista: en las estadísticas de A Greener Festival, las puntuaciones medias de indicadores medioambientales cayeron en 9 de 11 categorías de 2018 a 2019.

Las playas también están sufriendo las consecuencias. Siguiendo el Informe de Banderas Negras de 2022 publicado por Ecologistas en Acción, la Comunitat Valenciana ya recibe una
bandera negra por la mala gestión. Es destacable el hecho de que las únicas Dunas de la playa de Tavernes de la Valldigna se encuentran en peligro por nuevos usos turísticos: los macrofestivales.

Todo el proceso ha estado marcado por la falta de transparencia. Tras solicitar información acerca del proceso de construcción que estaban presenciando los vecinos a las autoridades locales, les fue comunicado que los trabajos se corresponden con las labores propias de la actividad agraria. Sin embargo, pronto la prensa y las redes sociales desvelaron que es un macro recinto fijo. Albergará parkings y espacio para cuatro macrofestivales consecutivos durante los meses de verano. Tres escenarios con más de 400.000W de sonido y capacidad para más de 150.000 personas, donde solo los intereses de los promotores parecen tener valor. Mientras, el respeto a la biodiversidad queda en segundo plano. ¿Acaso importan las especies en peligro de extinción como el chorlitejo patinegro que anida en estas zonas? Mientras los billetes abunden, las especies amenazadas son irrelevantes.

Una vez más, prima el dinero. Prueba de ello es la propuesta de modificación de la Ley de Ruido valenciana para equiparar las fiestas de interés turístico con festivales de música con sello de
calidad. Esto permite la ampliación del horario de ruidos y sube el límite de decibelios permitidos. Además de las molestias que el ruido provoca a los vecinos, ampliamente documentadas, el medio ambiente también se ve afectado. Por ejemplo, algunas aves urbanas tienen que cantar más alto o cambiar su horario de canto para reproducirse; y los murciélagos tienen dificultades para encontrar a sus presas. Además, los grandes depredadores huyen y las poblaciones de pequeños herbívoros aumentan; y el ganado disminuye su rendimiento por estrés.  Como es lógico, los festivales en zonas rurales perturban sus alrededores en mayor medida.

Frente a esta problemática, los ecologistas proponen ciertas medidas para paliar los efectos negativos de los macrofestivales. Entre ellas destacan las propuestas acerca del transporte público,
para reducir el impacto medioambiental de los viajes. Un autobús completo es probablemente el medio de transporte más eficiente, sobre todo en festivales en el campo. Algunas iniciativas que
reducen la congestión y las emisiones incluyen tickets conjuntos para festival y transporte público, tasas de aparcamiento para coches individuales (con exención para coches a capacidad completa; según A Greener Festival, los coches que se desplazan a festivales tienen una ocupación media de 2,83 personas). También incluyen servicios lanzadera entre las estaciones de tren y los festivales, información sobre transporte público, y la oportunidad de alquilar equipación para camping en el festival.

 

Otras iniciativas de sentido común incluyen desplazar los eventos a descampados o zonas urbanas de valor ambiental bajo, con mejor conexión al transporte público y a la red eléctrica. Finalmente, el compostaje de materia orgánica y la prohibición de plásticos de un solo uso pueden reducir significativamente los residuos producidos. Quizás sea el momento de replantearnos nuestras formas de ocio.

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