-Psique abriendo la caja de oro- John William Waterhouse.

 

Es septiembre y en Murcia no está lloviendo tanto como me gustaría.

Recuerdo que el año pasado casi se desborda el río Segura y tuve que quedarme encerrada con mis compañeras de piso durante una semana, mientras bebíamos cerveza y jugábamos a las cartas; presas de lo que más tarde he acordado es la extraña felicidad que nos sorprende cuando huele a catástrofe inofensiva.

Pero este septiembre en Murcia no está lloviendo tanto como me gustaría.

Aun así, se puede decir que estoy bastante contenta; cocino y escucho música. También me he dejado convencer por mi abuelo para darle una oportunidad a las obras de Sánchez Dragó y, prejuicios aparte con el autor, ahora hasta pienso mucho en su definición de la historia como el descenso del éxtasis de las pasiones (Gárgoris y Habidis, 2001).

Ensimismada en su tesis, me dice: “a lo largo de la mínima parcela de vida humana estudiada en los manuales de historia, una segunda personalidad – artificial y secularizada- suplanta a la personalidad original”; y, bueno, yo le pregunto qué es o donde queda, si es que existe, esa personalidad original que hemos acabado sepultando.

Como sea, he acordado (permitirme) un punto de entendimiento con él, y es pensar, que tal vez, la historia sí empezó allí, en lo oscuro, en ese “éxtasis de las pasiones” sin forma ni sistema al que ceñirse.

 

El otro día un chaval me dijo que las Ciencias Sociales eran perversas y yo me río, porque no creo que se equivoque.

Para él, las Ciencias Sociales son perversas, porque hacer estadística sobre la condición humana es un ejercicio del que siempre escapa sinceridad, aunque sea de forma involuntaria. Mi opinión al respecto, me lleva a pensar que delimitar las cosas, es ponerlas bajo un artificio, pero que sin ese artificio no podríamos vivir en el mundo.

Lo consustancial a hombre son artificios, grupos, palabras… hacer uso de ellos es lo humano. Las Ciencias Sociales encuadran a grupos de gente, y ahí reside la perversión de la que el chico habla; pero también contemplan el principio de incertidumbre, que devuelve algo de humanidad a ese proceso (siempre es posible que el sujeto no actúe conforme a lo esperado); y mientras no lo olvidemos, no existe peligro al hacer uso de ellas (espero).

 

El caso es que en esa conversación vino a mi mente ese inicio de la historia según Sánchez Dragó, del que antes hablábamos, y encontré divertido el haber tenido encuentro (uno directo y uno indirecto) con dos hombres que creen que el progreso es la evolución del artificio que quita realidad, a lo que, paradójicamente, no nos parecería real si no pudiera ser nombrado; lo que queda oculto para la razón.

 

La palabra razón viene del latín ratio, que significa cálculo. Calcular es evaluar, enumerar, delimitar… reducir a cantidades mesurables lo que de las cosas podemos decir, aunque se nos escape sinceridad de forma involuntaria, aunque perdamos parte de esa “personalidad original” de la que habla Sánchez Dragó.

Razonar también es estructurar pensamientos haciendo uso de las palabras, y es que al final ellas son las últimas culpables de que necesitemos generalizar y llamar árboles a todos los árboles sin que haya un árbol igual.

Pero yo adoro las palabras; quiero decir, estáis leyendo a una pringada que cuando se hizo twitter hace medio año se puso de biografía “ser dialógico”. Y el dialogismo, en Filosofía, no es sino la creencia de que el ser humano es “encuentro conversado”, necesitado del diálogo para conocer la realidad que, precisamente, con él se le escapa.

 

Inciso. 

Llegado este punto, debo confesar no entender del todo estos derroteros de los que os vengo hablando, pero, por el contrario, sí tengo claro que todas las familias son infelices, y es algo que me viene a la mente al pensar en las contestaciones dadas a Rocío en su encuesta sobre los sentimientos, con la que nos asaltó a sus mejores amigos de Instagram.

Ana Karerina, de Tolstói, se inicia con: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.

Jared Diamond (Armas, gérmenes y acero; 1997) utiliza esta frase para crear el “Principio de Ana Karenina”; por el cual explica que el éxito de la domesticación de ciertas especies de animales a lo largo de la historia se ha dado en aquellas en la que un número necesario de factores (dieta, crecimiento, estructura social de estas…) se cumplía sin dejar un cabo suelto, pues de lo contrario, la domesticación acabó por resultar fallida. En el caso de las familias se usa porque se entiende que también hay una serie de factores (confianza, afecto, dinero, creencias religiosas…) que conforman “la familia feliz”, esa que se parece a las otras por estar hecha del mismo material. Las familias infelices, sin embargo, lo son “a su manera” porque el número de factores y la forma en la que estos fallan, son completamente distintos.

El punto es que, quizás, ese sea un principio de los que el chaval, que antes mencionaba, consideraba perverso ¿cuáles son los factores que conforman una familia feliz? ¿existen?

 

Las relaciones humanas me parecen extremadamente complejas; y es lo que se me viene a la mente contestando a la encuesta de Rocío.

A la hora de sentir todos nos parecemos a todos y, a la vez, todos sentimos completamente distinto porque no hay una historia que sea igual.

Pienso en lo absurdo que me parece aplicar el Principio de Ana Karenina a las familias y me tranquilizo en la idea de que lo será siempre que intentemos hacer una teoría universal de los sentimientos. Por eso también encuentro sonrrojante leer a autores, como Fromm en “El arte de amar”, hablando de amor; lo que puede resultar chocante porque es uno de mis temas favoritos.

Como decía antes, ser feliz, amar, preocuparse… es algo que, ad intra, solamente se entiende desde la vulnerabilidad de la experiencia y, en lo experiencial, lo racional puede o no puede ser necesario.

¿Es por eso que Sánchez Dragó utiliza precisamente la expresión “éxtasis de las pasiones”? ¿es eso lo que queda más allá del artificio?

Sinceramente, no lo sé, pero este septiembre en Murcia sin lluvia, pero con encuestas de Instagram, me gusta verlo así.

 

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