Entrevistamos a Galo Abrain (Zaragoza, 1995), escritor y colaborador de este medio, con motivo de la publicación de su última novela, “Morfina. Anatomía de una generación sedada”.cheap jordan 1s
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Con la precisión de una autopsia, ‘Morfina’ enfoca con ojo salvaje el identitarismo, la tecnología, el sexo de supermercado, el victimismo, las drogas o la muerte del amor, señalándolos como responsables premeditados de la narcolepsia de la razón en la actual sociedad neoliberal. Peleando contra la cultura de la cancelación, ‘Morfina’ pretende ser un reflejo vertiginoso y brutal del presente, aunque, como señala el autor, en el fondo «esto no es más que una historia de amor. Porque, mal que nos joda, de eso van todas las buenas historias… de amor». Es la reseña de tu novela. ¿Qué es “Morfina” para ti?

Soy la clase de persona que ha ambicionado siempre vivir una vida llena de incidentes y crisis. Como decía Celine: “ante todo quiero saber y conocer”. En esta línea, Morfina es el resultado de algunos de mis incidentes y crisis más destacadas. De momento, al menos… Hay advertencias paranoicas sobre algunos apocalipsis, que no lo son tanto, como la imposibilidad del amor o la debacle generacional, pero que para mí están dictando mucho ese camino -no siempre idílico- al que llamamos ‘progreso’. Morfina es un retrato, mejor o peor dibujado, de una realidad que nos rodea y que hiede a patetismo y oscuridad; a corrupción endémica. Es un ejercicio de descripción y análisis de lo que veo que nos infecta en algunos pinchazos de este pez globo llamado posmodernidad que cada día se hincha más y al que nos es ya difícil definir. Ah, y siendo yo un tipo de emotividad a veces excesiva y sufriente, también una obra salpimentada de humor. Escribir gansadas, mofarse de uno mismo, diría que es el camino a la redención con el desastre. Por eso empleo un lenguaje que transita de lo formal a lo dialectal para que parezca que el texto habla al lector, así se siente interpelado y puede hacerse más partícipe de mis idiosincrasias. Sean estas situaciones cómicas o dramáticas.

 

En una novela que tiene bastante de autobiográfica, hablas de escritura y de periodismo. ¿Cómo valoras la situación de los periodistas y escritores hoy en día? ¿Es posible vivir siendo escritor?

Bien organizado, hoy uno puede vivir de lo que quiera. Es un cuestión de invocar a la suerte. ¿Y cómo se la invoca? Con obstinación y talento. Quizás, en contra de lo que la gente cree, más de lo primero que de lo segundo. Somos capaces de entrar una sugestión bestial de cara a la opinión popular, lo que nos invita a idolatrar cosas insulsas porque se nos ha dicho que son obras maestras. Si uno es lo suficientemente avispado y paciente, antes o después encontrará su ola y cabalgarla dependerá del carisma, el desparpajo y la osadía con que sea capaz de enfrentarse a ella. La ola puede ser una bazofia oportunista y mediocre, pero, oye, bien vendida también es un sendero potencial al triunfo.

Respecto a la primera pegunta, lo más objetivo sería decir precaria. Tanto de unos como de otros. No es que hayan sido profesiones boyantes salvo para algunos afortunados, pero está claro que la hiperdigitalización ha machacado mucho ambas. El nuevo periodismo, del que yo chupo mucho, tuvo su bum estelar hace décadas y su degradación viene de una tecnocracia creciente que busca información fácilmente digerible y concesiva con el lector. Eso, por no hablar del clickbait y, de nuevo, de esa digitalización. Una deriva que ha permitido, en un sentido afortunado, un gran número de nuevos proyectos, y en un sentido desafortunado, la denostación de la profesión, la crisis del pago por información de calidad, así como una frágil inestabilidad económica en la vida de los periodistas que les impide poder investigar en profundidad, currárselo como Dios manda, porque no es rentable para la miseria que les pagan.

 

Titulas tu libro “Anatomía de una generación sedada”. ¿Consideras que vivimos anestesiados? ¿Podemos hacer algo por salir de esa sedación?

La anestesia es consustancial a la conciencia. Necesitamos ser capaces de escapar del dolor para asumir que hemos venido a este mundo a morir. El problema, como con casi todo, es la dosis y la motivación. La desinhibición es imprescindible, desde las drogas hasta el ocio, lo que no es deseable es una dependencia alienante de ella. Chupar series como si fuesen caramelos pez para martillear el cerebro o, por ejemplo, entretener al gremlin emocional con partidas de caza diarias en Tinder donde sólo se consume la piel de las presas, sin darse el placer del fondo, sin arriesgarse a la mortificación de ser conocidos y hacer de los defectos virtudes, son anestesias zombis. Consumismo hipertrófico. También está la anestesia oportunista del victimismo o el identitarismo, que en la obra a bordo desde experiencias vitales, y está atizando mucho la trinchera presente.

Respecto a la escapada… suelo decir que no. Efectivamente, salir de la sedación es un culo y está muy torcido para hacerse con él. Pero sí podemos avivar la autocrítica, reflexionar más sobre quienes somos y lo que nos define. Ah y, por encima de todo, mirar las cosas con chanza y humor. El humor os hará libres, oye.

 

Tus relatos, tus entrevistas, tus artículos… siempre tienen un trasfondo oscuro, muestran el lado más cruel de la sociedad. ¿Crees que se puede cambiar una sociedad mostrando su cara más oculta?

No creo tirarme siempre de cabeza al pozo. De hecho, muchas veces no hace falta, el pozo sale solo a relucir. Paso de ponerme orientalista, ni andar con pijadas energéticas, pero es indiscutible que todo alberga una escala de grises donde se mezclan el yin y el yang (decir esto me parece de película de Jackie Chan), y cuando sólo se muestra uno de los dos es porque hay quien desea ocultar el contrario. Lejos de moralinas, hay cosas que identificamos como buenas o malas y a mí, ¿qué quieres que te diga? siempre me han motivado más las corruptas, que no por ello significa que sean orgánicamente calamitosas. A veces, solo están malinterpretadas. Cuando buceas en una historia y desvelas los chacales de sus esquinas te aproximas un poco más a la verdad. Y la verdad, según creo, es aquello con lo que más puede identificarse la gente, ya que, en la verdad, está todo: lo digno y lo pecaminoso. No sé si eso cambia la sociedad, pero al menos la hace un pelín menos hipócrita, un poquito más humilde.

 

¿Crees que la literatura puede mejorar una sociedad? ¿En qué sentido?

La literatura tiene que abrir heridas, viejas y nuevas. La literatura tiene que ser peligrosa. No es tarea suya mejorar el mundo. Su tarea es revelarlo y rebelarse contra él. Su tarea es inventar otros nuevos. Si rendimos la creación a la moral estamos perdidos, porque la moral es caprichosa, censora y juzgona. Yo veo en la literatura, en la creación en general, un territorio de experimentación donde los límites están en la mente del creador. Por mí pueden arder todas las fronteras que marcan lo que es, o no, legitimo decir. No quiero que me pongan cortapisas al conocimiento, sino abrirme a la posibilidad de adquirir el suficiente como para desarrollar un juicio propio y poder ser capaz de arremeter contra lo que siento indigno en la vida. La literatura puede mejorar la sociedad tanto como enfangarla, y esa debe ser su tarea primigenia; tener el peligroso poder de lograr ambas.

¿Con ganas de más? No puedes dejar de leer la novela. Amor, deseo y mucha, mucha reflexión. Sin dejar de lado su esencia, Galo Abrain nos muestra su lado más escondido en “Morfina”.

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