En la memoria el recuerdo nunca muere. El recuerdo de las 17.000 bufandas blanquiazules que aupaban al Real Zaragoza aquel 10 de mayo, de hace 25 años, en el Parque de los Príncipes de París. Un estadio icónico para los zaragocistas que vivieron aquel gol de Nayim que hizo rugir, como nunca antes, al león. Un gol que sigue poniendo los pelos de punta a todas las generaciones zaragocistas, que sueñan con revivir aquella noche en la que se atrevieron a soñar, aquella noche en la que tocamos el cielo con las manos.

La historia, sin embargo, comenzaba a escribirse el 21 de abril de 1994. La Copa del Rey, se alzaba por cuarta vez en la ciudad del cierzo, ante una Plaza del Pilar abarrotada. Cedrún, guardameta del equipo, sumido en la euforia, sintiendo el calor de la afición y con el convencimiento de que el fútbol le devolvería al equipo maño aquello que merecía, prometió regresar al balcón del ayuntamiento una vez más, pero esta vez como campeones de Europa.

Quién lo diría, aquellas palabras sonaban a disparate para muchos. Pero Cedrún y el equipo no estaban dispuestos a dejar escapar esta oportunidad, y abanderados por la nobleza y el valor paralizaron la ciudad un año después. El 10 de mayo de 1995 se convertían en campeones de Europa.

Pero ¿Cómo fue el camino hasta la ansiada final?

La eliminatoria para los maños no fue especialmente complicada. El primer rival fue el Glorie de Bistrita, equipo rumano, donde el fútbol distaba del ambiente europeo. Un 2-1 fuera de casa dejaba al Real Zaragoza en manos de la vuelta. Una vuelta atípica, la UEFA había sancionado al equipo maño que durante dos partidos debía jugar fuera de su estadio. Con un Luis Casanova (Mestalla) prácticamente vacio, ante los ojos de apenas un millar de aficionados, el equipo fue capaz de clasificarse de manera contundente con un 4-0 que les abría las puertas a octavos contra el Tatran Presov. El equipo en octavos cogió confianza y sentenció la eliminatoria con un 4-0 en la ida, que terminó de definir en la vuelta, 2-1.

Ya en cuartos de final, el Real Zaragoza se medía a uno de los equipos históricos del torneo, el Feyenoord. El equipo maño perdió 1-0, una derrota para muchos injusta. Lejos de desanimarse, en el vestuario, la llama se avivaba y la plantilla comenzaba a creer. Traer el trofeo a la ciudad del Ebro ya no era solo una fantasía. El equipo estaba más convencido que nunca y ante, ahora si, una Romareda repleta, un espectacular gol de Esnaider en el minuto 71, sentenciaba el partido (2-0) y los llevaba hasta la semifinal.

Las puertas a la final estaban cada vez más cerca, pero el rival a batir, el Chelsea era un equipo sólido, que no iba a poner las cosas nada fáciles. La Romareda vivió entonces una de las noches más mágicas en la historia del club, de esas que no se olvidan. Con un 3-0 en el marcador y a falta del partido de vuelta los aficionados vitoreaban al unísono aquello de “si, si, si nos vamos a París”. En la vuelta el rival fue superior, 3-1. Sin embargo, los maños nunca temieron ser eliminados, Santi Aragón, había marcado un gol en el 54 y aquello les daba una gran ventaja con la que ponían rumbo a París.

10 mayo de 1995. Una final épica, para un equipo de leyenda. Las calles de la ciudad del amor eran una autentica fiesta horas antes del pitido inicial. Casi 20.000 aficionados teñían la capital francesa de blanquiazul. En Zaragoza, la fiesta no era menos, la ciudad se había paralizado, todos querían formar parte de la historia del club.

El rival, el Arsenal era el vigente campeón de la competición, sabía con que armas jugar aquel partido y no tardaría en demostrarlo. Ninguno de los dos equipos fue capaz de encajar goles en la primera parte y el Arsenal parecía haber conseguido sus objetivos, el Real Zaragoza se mostraba incomodo, el rival mordía cada vez más de cerca y la tensión se palpaba en el ambiente.

Todo cambió en el minuto 68, Esnaider desató la locura, con un gol de leyenda. El jugador conseguía encajar por la escuadra una volea izquierda, un autentico golazo, que devolvía el aliento al zaragocismo. Aunque la alegría duro menos de los esperado, Harston ponía el empate 9 minutos después y llevaba el partido a la prórroga.

Durante la prórroga continuó la tónica del partido, a los zaragocistas no les quedaban uñas y Víctor Fernández, ya preparaba a su plantilla para los penaltis. Todo indicaba a que la ruleta rusa desde los 11 metros iba a definir el destino de la copa. Los ánimos no decaían, “este partido lo vamos a ganar” sonaba en el fondo del estadio. Pero en un último suspiro, en esos 10 últimos segundos en los que te encomiendas a la suerte, el balón llegó hasta las botas de Nayim que a 40 metros de distancia invento la parábola perfecta, ante una defensa muy adelantada, para que la pelota se colase entre los travesaños. París tembló, Zaragoza tembló. Nayim había hecho posible, lo que parecía imposible, había marcado un gol de leyenda en una final histórica. A falta de 10 segundos el Real Zaragoza era campeón de Europa.

El zaragocismo y el mundo del fútbol recuerdan todavía aquel gol, difícil de olvidar. La ilusión se mantiene también en las nuevas generaciones, para las que tampoco ha caído en el olvido. El 10 de mayo sigue siendo una fecha especial en la capital aragonesa, aquí parecen no haber pasado los años.

25 años después el Real Zaragoza asume su séptimo año en segunda división, pero la afición que rodea al equipo sigue llenando estadios, los aficionados siguen recorriéndose la península de punta a punta. Tal vez la dimensión de las hazañas no sean las mismas, pero el espíritu del zaragocismo irrumpe partido a partido con la misma fuerza que aquel 10 de mayo de 1995. Los aficionados sueñan con un ascenso, que parece estar cada vez más cerca. 25 años después Víctor Fernández, ha devuelto la ilusión, el sueño puede volver a hacerse realidad.

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