Querido amigo,

Un recuerdo. Una ilusión. Una niña de diez años que por primera vez siente una emoción diferente. En el año 2008 Iker Casillas levanta la que iba a ser mi primera Eurocopa vivida, y, sin saberlo, también iba a levantar y a despertar un sentimiento oculto en mí. No fue mi primer contacto contigo, con el deporte, pero quizás sí fue mi primer recuerdo, el más natural, nostálgico y significativo. A partir de ahí comprendí cuál era verdaderamente tu valor; a partir de ahí comprendí, y ahora doce años después me doy cuenta, que fue gracias a Iker Casillas que encontré en ti una forma de evasión y un sentimiento más allá del puro entretenimiento.

11 de julio del 2010. La Selección Española estaba a punto de hacer historia. Durante unas horas no importaba nada; todos fuimos uno. No había equipos, no había preferencias. Solo había una Selección. “Rivales” de Liga juntos sobre el terreno, “rivales” de aficiones juntos frente al televisor. En el minuto 61 vimos luz y posibilidades de llevarnos el Mundial con la parada de Casillas a Robben. Y en el 115, con Iniesta y toda España entre lágrimas, conseguimos encender la primera (y de momento única) estrella de la Selección.

A los dos años la historia se repetía. Un triunfo, para mí, quizás todavía más memorable. Recuerdo aquel 1 de julio del 2012; vi la final de una manera diferente. Aquella calurosa noche de verano estaba en un campamento: con 14 años, todos vestidos con la camiseta de España, justo se fue la luz antes del primer gol de Torres. Cuando volvió, comenzó una auténtica fiesta.

Y entre tanto empecé una peculiar aventura con el Real Madrid. ¿Casillas? Probablemente. Llevo mucho tiempo preguntándome cuál es la verdadera razón por la que empecé a emocionarme (y a enfadarme) con un partido del Madrid. Pero no sé la respuesta. Hay quien dice que para superar un duelo se pasan por siete etapas: Negación, confusión, ira y rabia, dolor y culpa, tristeza, aceptación y restablecimiento. No quiero resultar hipócrita, alarmista ni dramática, ni mucho menos comparar una pérdida con un partido de fútbol. Pero, quizás, esas fases se pueden aplicar a cualquier situación de la vida. Puede que, si no temes que una afición o una actividad pueda enfrentarse a esas siete fases, si no experimentas cualquier tipo de sentimiento, quizás, también quizás, no amas, en este caso, el deporte.

No me gusta que el estado de ánimo de mucha gente depende de si gana o pierde su equipo, pero es bonito sentir emociones, y, sobre todo, compartirlas. Me gusta que todos y todas seamos consecuentes con lo que está ocurriendo, que no le otorguemos importancia extra a lo que no la tiene. Querido deporte, eres complejo. De hecho, distas demasiado de ser perfecto.

En las Jornadas de Periodismo Deportivo del 2019, un ponente dirigió una pregunta exclusivamente al público femenino: “¿Qué jugador del Real Zaragoza os parece más guapo?” Todavía fue más vergonzoso cuando estudiantes de la Universidad San Jorge, entre risas, le dieron nombres. Obviamente le contesté, indignada e insultada. Pero ahí está el problema. Que haya gente que no entienda que a una mujer le guste el deporte por razones no vinculadas al físico de los futbolistas, y que sea precisamente esa mujer (afortunadamente no todas) las que le siguen el juego.

No sé cómo se te puede definir exactamente, ni cómo se puede explicar a una persona que no consume esta actividad por qué nos podemos llegar a emocionar. Quizás ahí esta esa magia que lo hace especial: que cada individuo, que cada aficionado, o incluso no aficionado, pueda experimentar sensaciones únicas, incapaces de comprender por otros. Todo lo que produce un sentimiento es un arte. ¿Por qué no lo vas a ser tú, querido amigo?

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