«Porque Rusia es europea, se merece tener su lugar en la Europa de los valores”, “yo creo en esta Rusia Europea», afirmaba Macron en la cumbre del G7 de 2019, a la que el presidente ruso, Vladímir Putin, no fue invitado. Tres años más tarde, Rusia ataca a Ucrania y amenaza a Occidente. A pesar de que los libros de historia contemporánea solo dan importancia a la Primera y Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que, como dijo Martín Chahab en La tendencia de los conflictos armados, “desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, han existido más conflictos armados en todo el planeta en relación a los siglos anteriores”. La única diferencia es que, a ojos de Occidente, las muertes solo tienen importancia cuando vienen de Europa o Estados Unidos.

Ucrania está en guerra, igual que lo están Etiopía, Afganistán y Siria. Sin embargo, el escenario de este nuevo conflicto pone de manifiesto años de tensión no resuelta entre Rusia y la OTAN. Una nueva Guerra Fría o, más bien, la misma que empezó en 1945 y que, supuestamente, terminó en 1989.

La eterna lucha

El presidente ruso, Vladimir Putin, culpa al ejército ucraniano de amenazar su seguridad. Pero quienes conocen el pasado saben que Ucrania sirve como vara para medir el nivel de influencia de las potencias. Y, sin duda, la posible incorporación de este país a la Alianza Militar liderada por Estados Unidos ataca directamente al ego de la que un día fue la poderosa Unión Soviética. No se trata de ucranianos contra rusos. Se trata, una vez más, de la eterna lucha entre dos niños egoístas que se pelean por quedarse con todo el pastel.

Dijo Luis Rivas, excorresponsal de TVE en la URSS, que los productos culturales americanos tratan de “adaptar el discurso cultural al nuevo malo de la película”, que ha sido y es Rusia. La mitad del mundo se ha criado con eso. No obstante, Putin ha perdido cualquier resquicio de apoyo esta misma noche, al bombardear un país que, piensa, le pertenece. Porque esto es lo que sucede con los poderosos de cualquier bloque o bando. Creen que pueden mover, quitar y poner todo lo que quieran, cuando quieran y como quieran.


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No es momento para una guerra. Es injusto para cualquier país sumergirse en un conflicto armado cuando todavía no se sale de una crisis mundial. Y es aún más injusto que sea por replantear el resultado de una Guerra Fría que, en realidad, nunca terminó. Como comenta el exdiplomático soviético Pavel Palazhchenko, “a veces, las discusiones eran bastante acaloradas entre los líderes soviéticos y estadounidenses. Pero probablemente no tanto y no tan públicamente como ahora. Realmente no hay precedente”. ¿Es entonces esta guerra puro complejo de superioridad y egocentrismo?

Doug Lute, exembajador estadounidense ante la OTAN, apunta que “la Guerra Fría podría ser un modelo para competir y cooperar al mismo tiempo”. Otros analistas del conflicto actual recomiendan no subestimar la malicia del presidente ruso. Sin embargo, no se trata de buenos o malos: al fin y al cabo, no sería tan raro – aunque sí frívolo – que Biden y Putin brindasen con bourbon o vodka mientras juegan a repartirse el mundo como si se tratase de una partida de ajedrez. Porque, como dijo el piloto Erich Hartmann: “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen se matan entre sí, por la decisión de viejos que sí se conocen y se odian, pero no se matan”.

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