Este mes de junio ha estado en parte caracterizado por el desarrollo de la selectividad. PEvAU, EBAU, EvAU, ABAU, o como usted prefiera: no deja de ser la comúnmente conocida —y también temida— prueba de acceso a la universidad.

Flexibilización de contenidos

Sí es cierto que en este caso el cambio de nombre favorece a la distinción, pues esta prueba ha ido variando a lo largo de los años con una clara inclinación final a la «flexibilización de contenidos»; palabras que esconden una cierta facilitación del examen que ha rozado su clímax con la pandemia del covid. Hoy es más fácil que ayer. Pero, a diferencia del argumentario utilizado por los «nostálgicos», la realidad es que el examen actual tampoco se sale del marco común establecido durante toda la vida útil de la propia prueba.

El profesorado no suele fallar en la aportación de contenidos de cara a la selectividad. No obstante, no prepara al alumnado para una prueba que no deja de ser un mero trámite; transmitiendo en ellos desde el primero de los días cierto medio y preocupación. Tener presión cuando de un examen depende el entrar o no en el grado universitario por el que se suspira no es una elección. Sin embargo, incidir en la instrucción para poder encaminar esa presión y hacerla menos peligrosa sí que es posible.

Las diferencias entre comunidades autónomas

Por otro lado, durante este mes ha regresado el ávido debate de las diferencias de dificultad entre los exámenes de selectividad de las distintas comunidades autónomas. Claro que hallamos un problema cuando se establecen criterios de evaluación en muchos casos con más diferencias que similitudes. Especialmente cuando la nota final de selectividad, esa que te permite acceder a la matrícula de un grado en concreto o universidad, sirve para todo el territorio nacional. Pero, pese a esto último, no se examina lo mismo un alumno de Cataluña o Galicia que uno de Canarias.

El debate con relación a esta cuestión suele fundamentarse erróneamente en hablar de «niveles o dificultades» y, aún siendo esto totalmente lícito, la conversación suele desembocar en dar a entender que varias comunidades autónomas regalan el examen. Esto último hace que la discusión sea totalmente perenne: la disputa debería recaer en los motivos por los cuales no se establecen los mismos criterios de evaluación en todo el país. Pero ello requeriría pensar un poco más allá, algo del thinking outside the box[1], levantar las desigualdades y educar desde el seno de la empatía. Algo que a priori parece mucho más complejo que la simple protesta banal.

La selectividad sí que sirve

Las masas también se han hecho eco de diversos argumentarios que ponen en duda el proceso examinador de la selectividad. O que directamente abogan por la eliminación de esta. Mientras tanto, en la otra cara de la moneda, diversos intelectuales defienden un control más férreo que limite el número de universitarios en el país. ¿Sobran los universitarios? La realidad es que la educación universitaria en España hace años que se dejó de ver como un gran escalón difícil de pisar. Las nuevas generaciones han alzado la bandera y han sido, en muchos casos, los primeros de su familia en llegar a educaciones superiores.

En cualquier caso, no debería ser esto un problema sino una muestra de orgullo. Claro que si pensamos que sobran universitarios no es porque estos sobren, sino porque el mercado laboral español no es capaz de absorberlos. O eso es lo que al menos demuestra la tasa de paro de los universitarios españoles, que es el doble que la de sus homólogos europeos. Hecho que no habla mal de las instituciones ni de los estudiantes, sino del propio modelo económico nacional que incita a que, en muchas ocasiones, el universitario cruce la frontera.

[1] Thinking outside the box es una metáfora que significa pensar diferente, de manera no convencional o desde una nueva perspectiva.

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