Julio César Ruiz Aguilar
El sistema educativo español no está en declive: hace mucho tiempo que se ha mantenido en la línea del fracaso y la mediocridad.
Desde hace unas semanas, los usuarios de Instagram —mayormente estudiantes— han sido testigos de la…
Primer martes de noviembre tras cuatro años de mandato. Washington DC se prepara para una nueva noche electoral. Pero también se prepara Madrid, París, Londres, Moscú, Pekín y la inmensa mayoría de capitales. Son las elecciones más seguidas e influyentes del mundo.
El periodismo, lejos del encanto y atractivo que puede desprender desde el otro lado, no deja de ser un espejismo peligroso. Una profesión llena de desdichas que deberían enseñarse a aquellos que quieren ser futuros periodistas. Solamente así se sabrá si la vocación es real o no.
La situación actual de la hostelería es prácticamente insostenible. Un sector que aún no ha muerto pero que desde hace meses agoniza tras verse fuertemente afectado por la pandemia del coronavirus.
Durante estos últimos meses, he mantenido la hipótesis de que realmente no sabemos hasta que punto las redes sociales influyen en nuestras vidas. Hay un problema en entender que ese «mundo virtual» es igualitario al real, pues no lo es. Las redes sociales están llenas de personas que utilizan la invención a propósito para exponer una supuesta vida perfecta, que una vez el móvil se apaga, deja de serlo. Y no son estas personas culpables, pues es lo que se ha normalizado en las vidas de todos nosotros.
El coronavirus ha llegado para quedarse: en verano también, pues parece no conocer acerca de temporadas bajas o altas, de calor o frío, de hoteles, hostales o pisos residenciales; de aviones, de trenes, de coches o barcos. Está cómodo en cualquier sitio. Aún más en aquellos donde algunas personas le abren la puerta sin siquiera haber tocado el timbre. ¿Alguien creía que el virus se iba a ir con todas las comodidades que le estamos brindando?
Cuando consentí mi programación, escribí algunos titulares de asuntos de los que creía que iba a poder hablar durante el verano. Entre ellos, no se encontraba la palabra coronavirus. Es por esa razón por la que empiezo escribiendo esta columna declarando públicamente mi enfado. ¿Por qué? Rebrotes, personas sin mascarilla por las calles, discotecas atiborradas de sujetos y fiestas privadas sin control. En unas semanas, la pregunta será: ¿qué hemos hecho mal? Y respuestas hay muchas.
Estaba a punto de aterrizar en lo que había sido el epicentro del coronavirus en España y no me paré a pensar entonces en lo devastador que había sido allí el virus, aunque era más que consciente de ello. La mascarilla en mi cara me recordaba cada segundo el porqué del «tener cuidado». Más de setenta mil infectados y casi ocho mil quinientos muertos en una ciudad que hacía meses que rogaba por volver a pisar. ¿Cómo se está llevando «la nueva normalidad» en la capital de España?