Desde Alcàsser hasta Julen, y más reciente las niñas de Tenerife. La cobertura mediática de desapariciones se ha convertido en todo un reto para los profesionales de la información. En especial, cuando se trata de menores de edad, pues están en juego los derechos a la intimidad, el honor y la imagen de los más vulnerables. Según el último informe anual de Personas Desaparecidas 2021, del Ministerio del Interior, el 80% de las desapariciones en España son de menores.

Como periodistas tenemos la responsabilidad de actuar en estos casos como un servicio público que ayude en la búsqueda de los mismos. Todo ello, siguiendo los principios de rigor, precisión y veracidad, así como respetando los derechos de los familiares y de las víctimas. Sin embargo, en este tipo de coberturas, los medios se enfrentan al reto de no hacer de la información un circo mediático cayendo en el sensacionalismo y buscando el morbo de las audiencias. Pero ¿dónde está el límite que lo separa?

El caso de las niñas de Alcàsser

“Pornografía sentimental” fue la manera en la que el periodista Victor Amela acuñó la cobertura mediática del Caso de las Niñas de Alcàsser. Una triple desaparición y asesinato de tres adolescentes, Miriam, Toñi y Desirée, que mantuvo en vilo a toda España entre noviembre y enero de 1993. Además, la desaparición de las niñas pronto se convirtió en un caso nacional que llevó a las televisiones de toda España a seguir su cobertura muy de cerca, la cual se tornó una batalla inédita en la historia de la televisión en España.

Vulneración de derechos de los familiares, sobreexposición de las imágenes de menores y ruptura de los principios deontológicos del periodismo. El caso Alcàsser marcó un antes y un después en el periodismo de desapariciones en España. Una cobertura que reflejó la carroña de la profesión, su peor cara, convirtiéndose en un circo mediático que capitalizó con el dolor de las víctimas y priorizó el morbo de las audiencias por encima de todo rigor periodístico.

El caso Julen

El caso de la desaparición de Julen ha sido uno de los más mediáticos de los últimos años, el cual fue cubierto por medios tanto nacionales como internacionales. Aunque la naturaleza de su desaparición, por tratarse de un accidente, es distinta a la de Alcàsser, su cobertura mediática no difiere tanto.

Nos situamos en el 13 de enero de 2019, fecha en la que el pequeño Julen se precipitó por un pozo en la Sierra de Totalán, Málaga. A partir de ese momento, todo el foco mediático se situó en el pueblo y en la familia. Desde el minuto 1, los tertulianos cogieron el timón del barco y no solo informaron sobre la evolución del recate, sino que también llevaron a cabo un seguimiento exhaustivo del dolor de las familias.

Además, elaboraban juicios paralelos, debatían sobre los motivos por los que podría haber caído al pozo o incluso cuestionaban la situación psicológica de los padres. Estas especulaciones llevaron incluso al propio alcalde de Totalán a denunciar estas prácticas. Su cobertura mediática, lejos de hacer de servicio público, se convirtió en 13 días de auténtico reality show en el que los medios hicieron del pueblo un auténtico plató televisivo, aumentando así su cuota de pantalla.

El caso de las niñas de Tenerife

La reciente desaparición de las Niñas de Tenerife, en abril de 2021, ha traído consigo de nuevo el debate periodístico sobre el tratamiento mediático de desapariciones. En este sentido, los medios compiten por cubrir el detalle más sensible, con la mayor rapidez y causando el mayor impacto en las audiencias. El hallazgo del cuerpo de la pequeña Olivia despertó la sed mediática por encontrar la imagen más emotiva, que llevara a las audiencias a empatizar y, sobre todo, a continuar pegada al televisor.

Además, también ha llevado a la publicación de informaciones sin contrate, sin verificación y sin confirmación, con el objetivo de publicar con la mayor rapidez posible. De este modo, algunos diarios se hicieron eco del supuesto hallazgo de los cuerpos de la hermana menor, Anna, y de su padre, Tomás Gimeno. Sin embargo, era un falso rumor, que avivó la desinformación entre la población.

28 años separan el caso de las niñas de Alcàsser del de las niñas de Tenerife y podemos concluir que no, no hemos aprendido nada. Han pasado los años y el tratamiento televisivo de casos muy mediáticos de desapariciones sigue los mismos patrones que antaño. Se vulneran los principios deontológicos del periodismo y se violan derechos fundamentales de las víctimas, así como de sus familiares al grito del derecho a la información. Aún queda mucho por aprender y esperemos que en los próximos casos no se vuelva a caer en la recreación periodística del dolor y que no se vuelva a hacer de una desaparición todo un espectáculo.

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