El pasado 15 de octubre las universidades catalanas anunciaban quince días de cierre. El próximo martes Andalucía pondrá en vigor la misma medida de prevención. Mientras tanto, en un universo paralelo llamado Madrid, los estudiantes siguen cogiendo la abarrotada Línea 6 todas las mañanas para ir a clase. 

Me encantaría poder decir que el lugar donde estudio es ejemplar. Cuando planeaba matricularme para estudiar Periodismo tenía ilusión: me imaginaba paseando por el campus vistiendo una sudadera con el escudo de la universidad, merendando con mis compañeros en Moncloa y asistiendo a conferencias emocionantes. Y, de hecho, esos pequeños anhelos los cumplí el primer año. Sin embargo, también choqué con una realidad que poco se parecía a las expectativas de prestigio que había depositado sobre mi idea de la Complutense. 

 

Los años pre COVID-19 me demostraron que en mi Universidad defendemos un sistema de enseñanza presencial. Los profesores pasaban lista; algunos – si te sentabas en las primeras filas – incluso recordaban tu nombre y tu cara. El precio de la matrícula tenía valor porque pagabas por una respuesta inmediata: levantar la mano, preguntar y obtener la información en menos de un minuto. Y en ese importe no sólo estaba incluido el servicio de los docentes y el apoyo de las instalaciones, sino también detalles intangibles como reunirte con tu amigo al salir del aula para tomarte el café en esa cantina que ahora está cerrada. 

 

Estuve todo el verano 2020 pensando que la pandemia devendría en una oportunidad para reinventar nuestra manera de aprender, de asimilar que, aunque somos una universidad presencial, debemos manejar también las herramientas que nos ofrece la tecnología – y con más razón, en una carrera de comunicación -. Pero, spoiler: no fue así. Ya ha pasado un mes desde el inicio de clases y en algunas asignaturas no hay todavía rastro virtual del profesor. El sistema bimodal permite que la asistencia al aula no sea obligatoria. Aun así, no percibimos una igualdad de condiciones entre aquellos que se sientan frente al profesor y aquellos que se sientan frente a la pantalla. 

 

Los alumnos hablan

Si bien en Cataluña hay quejas en relación a los problemas técnicos que presenta el formato de clases online, en Madrid nos sentimos doblemente defraudados porque ni siquiera existe la intención por parte del profesorado de ayudar a los que, por motivos de salud o económicos, no podemos ir a clase.

“Muchos estudiantes tenemos la incertidumbre de si vamos a aprobar o no, debido a que algunos profesores no están grabando las clases para que todos podamos seguir el hilo de la asignatura. Nos envían correos diciendo que si la situación sanitaria empeora pasaremos a formato 100% online, pero la situación sanitaria es ya crítica y nosotros seguimos yendo a clase”, explica Lucía Monteserín. Miriam Saiz del Río también está indignada: “O una cosa o la otra. El sistema bimodal nos está volviendo locos e incluso estoy deseando que nos confinen para que por fin las clases sean iguales para todos”. 

 

Ninguno de nosotros estaba preparado para una circunstancia así. Elegimos la universidad presencial porque ambicionamos algo más que la simple información: la Complutense es un espacio de debate, reunión y cooperación. Sabemos que nunca podremos funcionar como una UOC o una UNED; tampoco lo queremos. No obstante, en esta situación excepcional necesitamos percibir todos esos valores que dan sentido a nuestra institución.

Lo cierto es que, como menciona Juan García, “los profesores están asumiendo que el alumno que se queda en casa puede aprobar la asignatura valiéndose de apuntes sacados de internet. Asume, a la vez, que su labor no importa. De este modo, está dando la razón a aquellas personas que dicen que ir a clase no sirve para nada”. Devolver el valor a la enseñanza es una iniciativa que debemos poner en marcha ya. Antes de que los estudiantes desistamos de todo lo presencial. 

 

Hablo en primera persona porque mis compañeros y yo elegimos formar parte de esta comunidad y, aunque a veces nos decepcione, siempre estaremos del lado de los que batallan para que las cosas funcionen. Pero no podía dejar este texto abandonado en un buzón de quejas. Tenemos ahora la oportunidad de demostrar quiénes somos. 

 

Gracias,

Lucía Monteserín Bejarano, Miriam Saiz del Río y Juan García Castrillejo (estudiantes de Periodismo de la UCM). 

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