Nadie querría volver a vivir los hechos que comenzaron en nuestro país un 18 de julio de 1936, y sin embargo las familias de las víctimas de la represión franquista han tenido que vivir bajo el yugo de sus propios verdugos durante 40 años.


Cerrar heridas es algo que no solo el tiempo sabe hacer, a veces hace falta tener algo, tocar algo y sentir, sentir siempre. Cerrar heridas no supone el fin de un dolor infinito que ha llenado el alma de los que han sufrido, cerrarlas significa aceptar que vas a vivir con ese dolor, y seguir tu vida. Este sentimiento es el que sintieron todas y cada una de las víctimas y familiares de las desapariciones forzosas, comúnmente conocidas como fusilamientos en la Guerra Civil española, y en esa oscura etapa de nuestra historia que conocemos cómo franquismo.

“Cuando mi madre se encerraba en el baño todos sabíamos lo que hacía, llorarle a la foto de su hermano lo que no podía llorarle a su cuerpo”. Así cuenta Antonio Bartos cómo su madre sufrió el duelo de no volver a tener nunca más el cuerpo de su hermano entre sus brazos. Y es que el caso de Genaro y Juana Ochoa no es un caso aislado, es el reflejo de 150.000 familias rotas que siguen buscando la forma de cerrar sus heridas. Unas heridas que en muchos casos siguen tiradas en cunetas, heridas que ni el tiempo logrará cerrar.

En España no hemos aprendido a cerrar heridas. Pero el problema de España es que no nos han dejado hacerlo. En 1977 se aprobó la Ley de Amnistía, popularmente conocida como Pactos del Olvido. La justicia despenalizaba así los actos cometidos desde el 18 de julio de 1936 hasta la muerte de Franco en 1975. Nuestro país daba por aquel entonces pasos hacia la democracia, una democracia sustentada en unas bases inestables y poco asentadas de las que hoy todavía tenemos consecuencias que estamos pagando .

Evidencias de la vergüenza 

Un sinfín de nombres llenan la lista de víctimas de las desapariciones forzosas originadas por el régimen franquista. Desde personajes ilustres como Federico García Lorca, del que todavía no se han recuperado sus restos, hasta Camino Oscoz, una maestra navarra fusilada por el simple hecho de defender la libertad. Miles y miles de cuerpos siguen tirados en las cunetas, fosas, simas y en las tapias de los cementerios de todo el país. Pero lo más curioso es cómo organismos jurídicos internacionales han condenado estos hechos cómo Crímenes de lesa humanidad, mientras que en muchos casos la justicia española ha blanqueado actos como los de Billy el niño, el torturador franquista por excelencia.

¿Supone algo estos hechos de los que hablamos? Daño, prejuicio, honor y duelo son cuatro palabras que describen el sentimiento de los familiares de las víctimas ante estas actuaciones. “Lo que sufrió mi familia no se lo deseo a nadie”, son las palabras más repetidas cuando hablas con el victimario de estos años de torturas, muerte, sangre y dolor.

Memoria histórica: calmante y solución

La Memoria Histórica es ese soplo de aire fresco que ayuda a respirar, esa luz de consuelo y de guía que ha ayudado a hacer más ameno el camino de todos aquellos que buscaron, buscan o buscarán los restos de sus seres queridos.

«Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia»: José Saramago.

José Álvarez Junco, uno de los ideólogos de la Ley 52/2007 conocida por todos como la Ley de Memoria Histórica, reafirma en su tesis varias ideas. La primera idea es que esta es la solución al conflicto, dónde las víctimas, es decir los familiares, tuvieron que vivir bajo el yugo del victimario, los ejecutores y culpables de cientos de miles de muertes. Esta idea evidencia la intención de no abrir heridas, sino dejarlas cicatrizar para que poco a poco sanen y queden en el recuerdo como algo que no debió pasar y como ejemplo de lo que no puede volver a suceder. Sin embargo, formaciones políticas emergentes como Vox acusan a esta ley de ser la culpable de reabrir viejas heridas, afirmaciones equívocas que polarizan a la sociedad en cuanto a este tema.

La política anti-olvido

La política sigue ejerciendo su derecho a la memoria. Desde 2007 una ley regula todos estos actos, y poco a poco se ha ido consiguiendo la dignidad que las familias reclamaban, un reclamo que muchas veces hicieron solos, y en silencio.  El PSOE de Zapatero fue un punto de inflexión en la memoria colectiva, una revolución que sigue hasta nuestros días. Es ahora, el gobierno de coalición presidido por el Partido Socialista de Sánchez junto con Podemos, quién ejerce el derecho a recordar y a ser recordado. Sin embargo, desde la salida del cuerpo del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, donde «descansaba» con todos los honores que un país democrático no se puede permitir, la memoria de las familias descansa.

El recuerdo de lo ocurrido también es una forma de consuelo. El respeto a la historia nos hace más libres, más comprensivos y más humanos. Olvidar lo que aconteció en España supone banalizar un hecho que marcó un antes y un después en la vida de las víctimas. Y es que no hay mayor vergüenza para una nación que olvidarse de su pasado para volver a repetirlo. Por lo que recuperar raíces supone por fin, poder cerrar las heridas que no te dejaron vivir.

Hacer justicia a nuestra memoria histórica

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