Nunca me ha gustado mucho la Navidad. Siempre ha sido para mí un periodo más de vacaciones. Ya hace años desde la última vez que sentí especial ilusión por estos días. Ha llovido mucho y todo ha cambiado demasiado. Siempre he envidiado a mis amigos que, durante estas fiestas, se reunían con toda su familia y la celebraban con grandes comidas. Sin embargo, en mi 25 de diciembre ya hace un tiempo que solo nos sentamos cuatro en la mesa. Para el día de reyes sí que solía rodearme de un ambiente más festivo entre abuelos, tíos y primos. Pero sí que es verdad que Papá Noel, si es que deja algo en mi casa, una vez más no contará con encontrarse una gran celebración. 

Este año es el de ‘todo’ distinto: hablamos de las “no fiestas”, de lo que ya no hay, de lo que ha cambiado respecto a lo que solíamos hacer. Es el año del que todos nos acordaremos, pero no precisamente por haber estado inundado de buenos momentos. Seguramente la mayoría de deseos navideños esta vez serán a favor de que acabe de una vez esta extraña película de ficción en la que se ha convertido el mundo. Y con todavía más probabilidad, la gran parte de la población recuerde con añoranza lo que eran las Navidades -menos ese pequeño porcentaje que se identifica más con El Grinch-.

Los grandes almacenes quizá perciban la diferencia en esas grandes compras que precedían estos días festivos. Aunque ya nos han invitado a hacer como si nada pasara y a comprarnos ese vestido de lentejuelas con el que seguro que estás estupenda mientras te tomas las uvas en el salón de tu casa. Para que parezca que todo sigue igual, el “que no decaiga la fiesta” en tiempos de coronavirus. Este año tampoco habrá comidas multitudinarias el 25 de diciembre, o no debería haberlas. Intentamos “salvar la Navidad” mientras dejamos a la deriva a los protagonistas de la mesa, lo que realmente importa en esos encuentros.

Está claro que son tiempos extraños, que no volveremos a subestimar el valor de un abrazo ni del contacto social, y que el próximo año “ya será mejor”. Sin embargo, es el año que más ganas tengo de recibir los últimos días de diciembre. Llevo tres meses estudiando en Bélgica y la verdad es que tampoco ha sido una estancia exageradamente larga. Sin embargo, para mí, que siempre he sido muy de estar rodeada de los míos, parece que ha pasado mucho más tiempo del que realmente es.

No creo que sea el mejor año para estas fiestas, y ya sé que no veré a todas las personas que me gustaría. No va a haber grandes eventos ni grandes celebraciones. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no tenía tantas ganas por recibir los últimos días del año, por volver a casa. Seguramente el día 25 no podré ver a mi hermana, aunque quizá sí el 26, y mis visitas se resumirán en restricciones y mascarillas. No obstante, este año me he contagiado de la esencia de la Navidad. Pero no hablo de esa que impulsa a comprar los regalos de moda que, muchas veces, acaban siendo inútiles. Sino de la que te ilusiona por ver a esas personas que realmente le dan sentido a esta festividad. 

Tengo una extraña sensación, porque es probablemente la vez que menos espíritu navideño se respira y, sin embargo, la emoción que siento por volver a casa podría equipararla con aquella de la noche antes de reyes, cuando todavía venían los regalos por arte de magia. Y es justo por eso por lo que creo que me he reencontrado con el espíritu navideño. Voy a volver a ver a las personas a las que quiero y que echo de menos como para hacer mil malabares por coger un avión de vuelta a casa. 

En mi mesa de Navidad este año seguirá habiendo solo cuatro sillas, pero lo realmente importante siempre han sido las personas que se sientan en ellas. 

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.