Suena «We fell in love in October» en la radio mientras amanece en una ciudad del sur de Madrid. Café con leche, bien cargado, y camino hacia el metro. «Hace frío», pienso mientras me ajusto la chaqueta y miro cómo el sol se asoma curioso entre los edificios. Desde ahí arriba tiene que apreciarse una estampa la mar de curiosa. Decenas de personas caminan junto a mí como autómatas, en silencio y replanteándose el sentido de sus pasos. Un día más de camino al trabajo, quizás a la facultad, o puede que sin rumbo fijo.

Entro a la boca de metro y un cartel luminiscente señala que queda un minuto para el próximo tren. Puntual llega a la parada, donde la gente se aglutina hasta que se abren sus puertas. Una vez sentada, miro a mi alrededor. Me gusta observar mientras voy en el metro, quizás sea mi manera de romantizar el tiempo que pierdo subida en él.

Un hombre mayor lee el periódico bajo sus gafas de pasta. Pasa las hojas suavemente, mientras detiene su dedo en la línea que está leyendo. A su lado, una chica se ajusta los cascos y teclea absorta en su móvil. Una señora solloza a su teléfono y un joven rapea en el vagón contiguo, improvisando dedicatorias a los pasajeros. “Curro para ganarme la vida”, dice su voz ronca. Supongo que todos tenemos un motivo diferente para estar allí.

Compartimos espacio y tiempo, la efimeridad del momento que, congelado entre raíles, se escurre entre nuestros dedos. Todos viajamos en el mismo tren, pero la parada es distinta. Algunos saltan entre líneas, otros van directos. Muchos tienen un destino, mientras que otros esperan encontrarlo por el camino. Quizás cuando hablo de trenes, también lo hago de la vida.

Subo las escaleras del metro y vuelve a sonar otra vez la misma canción bajo mis cascos, esta vez por culpa de una playlist otoñal. «We fell in love in October and that’s why I love fall» (Caimos enamorados en octubre y es por eso por lo que me encanta caer), me dice susurrándome al oído. Supongo que octubre es ese mes en el que todos caemos. En el que caemos en la cuenta de que los días de verano han acabado y que el sol está algo más triste. Que la rutina nos pisa los talones y que el frío está cada vez más cerca.

Salgo a la calle y me vuelvo a ajustar la chaqueta. Junto a mí, un montón de hojas secas. Supongo que octubre también ha llegado para ellas.

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