Los Estados Unidos de América es un país que históricamente se asocia con estabilidad, prosperidad, y seguridad. Sin embargo, desde la elección del expresidente Trump en 2016, estos tres adjetivos con los que se asocia a los Estados Unidos han sido puestos en duda. Los sucesos del 6 de Enero del 2021 en Washington fueron el resultado de todas las consecuencias que se acarrearon de esa elección presidencial. Ya que la desinformación y la intimidación trumpista fueron la gasolina que encendió el fuego de la insurrección popular más peligrosa en la historia de este país, una rebelión que aunque pregonara que sus intenciones eran patrióticas y benevolentes, casi acaba con el estilo de vida y el bienestar de los estadounidenses. 

Por unas horas los Estados Unidos de América, la primera potencia mundial, se comportó como un estado fallido. Así poniendo la piel de gallina no solo a los que vivimos aquí, sino al mundo entero. 

Ese 6 de Enero es un día que quedará grabado en mi memoria para siempre. Recuerdo salir temprano de casa para ver cómo iba a ser esta última gran protesta trumpista anti-elecciones enfrente de la Casa Blanca, tenía pocas expectativas, pues la protesta del día anterior tuvo una ínfima participación y había acabado temprano por el frío. Incluso, estaba tan seguro de que nada iba a pasar que hasta quedé con una amiga para vernos en un par de horas. Sin embargo, nunca se me pasó por la cabeza que en ese par de horas iba a ser testigo de una de las tragedias más significativas de la historia contemporánea.

Mi experiencia de aquel día es algo ya he relatado a mayor detalle en otras ocasiones. Sin embargo, en retrospección, era imposible predecir un evento de tal magnitud ese día. Recuerdo que mi principal motivación para atender a la manifestación era para entender mejor la enorme devoción que tenían los trumpistas con su líder. Quería ver que tan cierto era eso que él decía que “podía dispararle a alguien en medio de una avenida y la gente aún lo apoyaría”, lo que nunca pensé es que iba a ver esa hipótesis puesta a prueba en carne propia; y con resultados tan escalofriantes.

Ha pasado un año desde entonces, y he invertido un tiempo buscando razones para tratar de justificar que los Estados Unidos ha estado sanando desde aquel día, pero decir que la situación está mucho mejor sería insensato de mi parte. Incluso, me atrevo a decir que la situación poco ha mejorado, más allá de un cambio de administración, seguimos igual. La desinformación por redes sociales sigue siendo producida y consumida en masa, muchos de los líderes y políticos responsables de la insurrección siguen libres o su caso no pasa de la fase de investigación, y dentro del partido republicano el 75% de sus miembros siguen apoyando a Trump, eso sin añadir que las encuestas reflejan un congreso republicano para 2022. Todo esto combinado con la pésima popularidad del presidente Biden nos sugiere que es inminente el regreso al poder del trumpismo irreverente -valga la redundancia-.

Actualmente la democracia estadounidense está siendo puesta a prueba y ambos partidos tienen responsabilidades para tratar de salvaguardar esa democracia. Por ejemplo, el partido demócrata tiene que reorganizarse para poder convencer al sector de la población que se siente desafectada por el establishment y desencantadas con el gobierno actual. A la vez, el partido republicano tiene la obligación de frenar y purgar a los conspiradores de su partido ya que representan un claro peligro no solo para el partido sino para el sistema político en sí. Sin embargo aunque falte mucho por hacer y durante este 2022 las elecciones parlamentarias compliquen este acercamiento por parte de los partidos. Son los mismos partidos los que pueden prevenir que el sistema político de Estados Unidos se vuelva uno caudillista donde prosperen los Trump. Puede que suene un poco optimista, pero escribo esto esperando a que el próximo enero pueda decir que un año pasó, y no seguimos igual sino que la situación mejoró.

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