Capítulo 8. El fracaso. Por Ángel Gómez-Lobo
El sol se despereza; sus rayos, antes omnipotentes
tililan y ceden terreno a la oscuridad
El tímido crepúsculo recorta las figuras de los edificios,
fortalezas de acero, que se alzan sobre plazas de granito
De noche, la ciudad presenta un rostro distinto
¿Cuán grande es la inquietud que se palpa en la penumbra
de este cielo sin estrellas?
¿Puede ahogar acaso
con sus tinieblas, con sus tentáculos de noche,
la incertidumbre que brota y emana
del corazón de Oliver?
Han regresado, como regresan las golondrinas
los recuerdos del dolor
y el dolor que habita en los recuerdos
Memorias que no son hogar;
que no adormecen la desazón
que no detienen la fatal cadencia, la vibración
Memorias de puro nervio
Sorprendente es la fuerza
Con la que este veneno y la gravedad del pasado
agitan en espectral alianza a los tres jóvenes
que a la deriva anhelan,
navegando en un mar nocturno,
el dulce sabor de la redención en su paladar
A cada paso, a cada esquina
más se aproxima el espíritu de Oliver,
otrora implacable y pasional
y destructor como destructoras son las almas incombustibles,
a la antigua víctima de los impulsos de su ímpetu
A la joven del rostro de piedra
de mirada de papel
y de lágrimas de cristal amargo y dulce
que tortura a tortura, humillación tras humillación
trazaron surcos como estrellas fugaces;
cicatrices que no cierran;
agujeros en el alma
Su refugio esta noche
tiene una muralla de escaparate
y una barra como barricada,
arrogantes luces como bandera
y oficinistas, barrenderos, estudiantes y ancianos
que beben café en silencio
son los súbditos del castillo,
siervos en el feudo del asfalto
esclavos de lunes a viernes
Se filtra desde la densa negrura del exterior
un hálito de brisa mortuoria;
dibuja tres siluetas, quizá gallardos rayos de luna
que cansados de observar el orbe
han roto las cadenas que les amarran al vientre materno
han escapado para sentir el envite de la vida mortal
y observan y admiran y contemplan
la discreta fuerza del mundo
el suave pulso de la existencia
desde el marco de la puerta
La camarera, sirvienta y guardiana
siente morir la paz,
la naturalidad del local al borde del cierre
El aire ya no es aire más
es plomo que enrarece
y envenena los pulmones
y encabrita el corazón
¡Qué desagradable la cacofonía
de la retahíla caótica de pulsaciones!
¡Tambores de la jungla!
¡Disparos de cañón!
El primer rostro:
melancolía
El segundo rostro:
nada
Faces pajes, apéndices, heraldos
de la aciaga cara central
Expresión evocadora
Ojos hechizadores
Su triste brillo ha transmutado
la vajilla en lápices y estilográficas
la barra en encerado
y a los desprevenidos clientes
en lozanos escolares
Otra vez el aula
Otra vez el horror
Otra vez las paredes que se cierran
Otra vez los muros y sus abrazos violentos
Otra vez las caricias punzantes, las carcajadas afiladas
Otra vez Oliver
(La gravedad no funciona en estos momentos,
la luz del universo se concentra en este encuentro)
Marta, Oliver
David, Goliat
Emociones de carbón se agolpan
en el pecho del joven
ahogan su valor
¿Es el doloroso aliento del pasado el que extingue sus palabras?
¿O es el rostro de piedra que se yergue ante él
(no sabe si a unos pasos o a kilómetros)
el artífice de su fracaso?
Poco importan el oro de los imperios
las perlas de los océanos
y los placeres de Babilonia
si el ayer nos persigue incansable
y a la vez nos espera al final de los corredores
¿A qué Dios vamos a rezar?
¿De qué sortilegio nos vamos a servir?
¿De dónde vamos a sacar fuerzas?
Si el monstruo más fiero al que nos enfrentamos
tiene nuestra cara, nuestros ojos y nuestras manos
Marta ha vivido con el dolor enquistado
un anzuelo raspa sus escamas, y se clava más y más
cuando vive, cuando canta, cuando sonríe
a duras penas
Hoy el anzuelo es escudo
las cicatrices, galones
y las lágrimas son espejo
Oliver encuentra la perdición en el reflejo
como la Gorgona ante Perseo,
pero no perece ante un presagio de muerte,
sino ante el mal que brotó de él,
infame constructor del silencio,
de la muralla que hoy cerca el paso al perdón
Las palabras han muerto en su garganta
Las esperanzas se han marchitado en el intento
La consciencia parece repudiar a Oliver
Oliver se desmaya y cae sobre el frío suelo de la cafetería. Andrea y Rob, asustados, comprueban si su amigo tiene pulso. Los clientes observan perplejos la escena. Marta, impasible, cuelga el delantal en una percha de la cocina. Su turno de hoy ha terminado.
El siguiente capítulo de esta serie se publicará el domingo que viene. Su autor será Vicky Moreno.