Soy mujer y bisexual, una persona normal, como tú, pero para el mundo soy una viciosa desenfrenada que busca relaciones sexuales con todo lo que ve y, si pueden ser compartidas, mejor.

Soy hombre y gay, una persona normal, como tú, pero para el mundo soy un estrafalario loco que dramatiza con cada nimio suceso de su vida, se va con su mejor amiga a comprar a Saint Laurent y su única aspiración es subirse a una carroza el día del Pride lleno de purpurina.

Soy mujer y lesbiana, una persona normal, como tú, pero para el mundo soy una amargada con pelo corto y camisas anchas que desprecia a los hombres y existe para excitar a los demás cuando se enrolla con otra tía.

Soy una persona trans, soy normal, como tú, pero para el mundo soy alguien con una enfermedad y caprichos, que no sabe lo que quiere, alguien que decide un día que le apetece ponerse una falda y dice que es mujer. Dicen que necesito una buena hostia de la vida. Que no merezco ser quien soy.

Soy una persona normal, como tú. Río, lloro, me levanto, me ducho, ceno, veo la televisión, cojo el transporte público, me estreso, busco trabajo, voto, juego a la play, uso Instagram. Soy normal. Existo.

¿Existo?

Estoy aquí y sin embargo soy invisible. Mi realidad no parece importar. Mis experiencias no se cuentan, no son importantes. Mi realidad no se ve.

De pequeño quería ser futbolista. Ganar trofeos, ser portada en el FIFA, levantar la Champions. Pero cada vez que jugamos alguien grita «maricón» y me da miedo que descubran que me gustan los chicos. Los gays no son futbolistas grandes. Si no habría alguien que lo fuese.

De pequeña quería ser presidenta. Dirigir el país, inspirar al mundo, ayudar a los demás. Pero siempre veo en la tele al presidente y a la primera dama. Incluso a la presidenta y a su marido, que no tiene nombre especial. Supongo que no está permitido dirigir un país y no ser heterosexual. Si no habría alguien que lo fuese.

Si existes pero no te ven, ¿realmente existes?

Vivimos en una sociedad que presume de libertad y respeto aunque invisibiliza y oculta la realidad de mucha parte de quienes la conforman. Es cuasi imposible encontrar una representación en la ficción, realista y positiva, de la comunidad LGBT+, nuestras historias no importan, ni nosotrxs tampoco. Es cuasi imposible encontrar referentes en el mundo real a los que mirar, a quien admirar.

La representación es representación, lo importante es que estén. Los referentes son referentes, lo importante es que estén.

¡Alerta. Caramelo envenenado! Si no estás no existes, pero si no estás como realmente se es, si no se cuentan las historias reales, si se esconde esa representación LGBT+ nunca se va a normalizar algo que ni siquiera debería plantearse como extraño.

Se han escrito miles de artículos hablando del queerbaiting, de como la ficción, en multitud de ocasiones, ha jugado con la ambigüedad y la esperanza de una representación no heterosexual. Y lo que permite que esa estrategia funcione es la necesidad de referentes, de ver reflejado en alguien, aunque no sea real, tu experiencia, tu historia, buscar identificación, un espejo en el cual mirarse.

Pero el queerbaiting va más allá.

Hay casi el mismo numero de ejemplos en personas reales. Grandes nombres del mundo cultural que usan y han usado a la comunidad y esa necesidad básica de representación como clickbait, elemento decorativo y estética. Grandes figuras que logran el centro de atención como símbolo, icono y representación LGBT+ sin ser parte reconocida de la comunidad. Un centro del escenario que arrebatan a quienes forman parte de la comunidad, que nunca reciben esa misma atención.

Nadie tiene la obligación ni debería verse en el supuesto de revelar su identidad sexual si no quiere. Pero nadie debería erigirse como “gay icon” si no va a usar ese poder, su propio poder, para representar positivamente a la comunidad. En los años 80 y 90 puedo entender que pasase, pero en 2019 no.

Necesitamos historias mainstream, series de televisión y películas blockbuster. Cantantes, actores y actrices, directores y directoras de cine que cuenten cómo es ser LGBT+. Científicos y científicas, economistas, periodistas y cualquier profesión que grite no somos únicamente un espectáculo. Políticos y políticas que lleven por bandera la defensa de nuestros derechos, nuestra existencia, que sepan qué es ser LGBT+.

Han pasado muchos años y la gente que brilla en el escenario social empuña con fuerza la bandera del feminismo. No tienen miedo de usar su voz para representar, comunicar e impulsar la narración de la experiencia femenina.

Tal vez sea hora de coger el arcoíris y comenzar a gritar que estamos aquí. Que existimos. Es hora de dejar atrás esa frontera llena de espinas.

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