«Cuando el teatro es necesario, no hay nada más necesario», entonó una vez el director de teatro Peter Brook. Esta sentencia me recuerda a aquellos intentos de acercar el teatro al pueblo de García Lorca y del comúnmente olvidado Eduardo Ugarte. «La Barraca», así lo gritaban, era aquel grupo de teatro, ambulante y de un carácter más bien universitario, que despuntó en el verano del treinta y dos con alguna ayuda financiera de la Segunda República. Eran ansias de cultura en una España más bien rural.

Acercar el teatro

En ocasiones me paro a pensar en la necesidad de que «La Barraca» —o algo parecido en esencia— vuelva. O que nazca. Hace falta teatro, hoy más que nunca: no edificios, que en España, aunque muchos no quisieran, somos un país de buenas culturas y tenemos infinitos. Hace falta teatro en su sentido más inmaterial: en su cercanía a un pueblo vacío de sentimiento. Y también hace falta que el teatro se acerque a la juventud. O que tratemos de acercar a la juventud al teatro. Son pocas las instituciones que promueven su difusión entre los jóvenes, pudiendo ser este una opción de ocio cultural alejado de las malas costumbres.

En algunos teatros he podido canjear, con el carné joven europeo, hasta un cincuenta por ciento de descuento. Algo escondido. Una especie de secreto: ni siquiera en la taquilla del teatro me lo habían advertido. Debe ser que o no me ven tan joven o que directamente los jóvenes no solemos ir al teatro. Aunque, pensándolo detenidamente, también podrían ser las dos cosas. Si bien están escondidos, los descuentos borran la barrera del precio: todos sabemos que ir al teatro no es siempre el plan cultural más económico. Pero no se borra, aún así, la barrera de la accesibilidad.

Fomentar la cultura

El eterno debate de nuestros mayores con la juventud y las «generaciones poco preparadas» sigue y seguirá presente. Nos gusta mucho escandalizarnos de los jóvenes y sus malas acciones, mismas que tachamos a diario, pero poco hacemos por señalar las cosas buenas que tienen otros muchos. Digamos, igualmente, que no somos precisamente un país que fomente la cultura. Y tampoco se la hacemos llegar a los que más les hace falta: los adolescentes. Los profesores se encuentran, cada vez más, con el pasotismo de muchos alumnos; quienes ven del teatro un muermo y de un libro algo prehistórico. Sí que sería un error decir que la juventud de hoy en día no lee, pues son, de hecho, la generación que más lo hace. Leen a cada minuto y a cada hora, en sus teléfonos móviles, los mensajes de WhatsApp, Instagram o Twitter.

Lo que sí no leen es a Antonio Machado. Y cuando se les obliga a hacerlo, o aún peor, cuando se les obliga a analizar un poema suyo, la reacción es sorpresiva. Y siendo parcialmente sincero, lo entiendo perfectamente: no sé a quién se le ocurrió obligar a alguien a analizar un poema de Machado sin haber leído jamás poesía. Es cierto que culturizado se viene o no se viene de casa, pero un sistema educativo que tiene la potestad en materia de enseñanza desde los tres años podría desarrollar, o al menos potenciar, el gusto por la lectura y el teatro; por Machado, y como no, por Federico García Lorca.

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