En nuestro artículo anterior, Historias de Austria, hablamos sobre la constitución de Austria como estado independiente. Hablemos ahora de cómo funciona el federalismo en este pequeño país.

Una vez asesinado el archiduque, Austria no se volverá a plantear establecerse en forma de monarquía. Ratificada la independencia de Austria con su Constitución de 1955, el pueblo austríaco articula su gobierno en forma de república federal.

Pero, ¿cómo puede ser que un país tan pequeño y uniforme haya adoptado el federalismo como solución de estado? Lo cierto es un caso curioso, pues el federalismo suele reservarse para estados grandes, con fuertes identidades territoriales, lingüísticas o incluso religiosas.

Hasta cierto punto, uno podría considerar que la componente terriotiral existe en el caso de Austria, siendo así que existe un gran número de personas que se consideran, por ejemplo, de Salzburgo primero y austríaco después.

Así, Austria se constituye de abajo arriba: de los estados a la República Federal. Pero, a la hora de la verdad, ¿cuál es la autonomía real de los estados? Pues bien, lo cierto es que relativamente bajo. Si bien sobre el papel el federalismo está garantizado, la realidad dista del federalismo a la alemana o el modelo estadounidense. Ni siquiera se acerca al modelo autonómico español.

Ninguno de los nueve estados austríacos podría soñar jamás con un traspase de las competencias educativas o de Interior. Ni con crear una Hacienda propia para cobrar sus impuestos propios. Y por supuesto tampoco con crear un sistema judicial distinto al federal.

Entonces… ¿cuál es el poder de los estados? En general tan sólo ejercen poder ejecutivo. En un híbrido de sistema federal y unitario, en Viena se legisla para todo el país, pero en el día a día los ciudadanos responden ante funcionarios de los estados, no de la república.

Cabe decir que en un principio la Constitución recogía para los estados gran parte de la competencia legislativa. Sin embargo, con el propio paso del tiempo, los austríacos han ido construyendo un país cada vez más unitario. Esto no es de extrañar, pues Austria es un país pequeño y homogéneo. Incluso si existen variaciones regionales del dialecto alemán en Austria, no puede hablarse de idiomas diferenciados como es el caso de España, donde un 25% de la población es bilingüe. Incluso así, Austria no deja de ser la heredera de un Imperio donde las experiencias federales habían sido nulas o cercanas a serlo, ya que el Imperio Austrohúngaro era una monarquía dual, para nada un régimen democrático.

Es decir, el propio paso del tiempo ha llevado a los austríacos a devolver a la capital Viena el peso que siempre había tenido, legislando ahora para todo el país en materia educativa, sanitaria, judicial y en cuestiones de seguridad. Los estados se han quedado con competencias como planificación urbana o caza y pesca, en un país sin salida al mar. Es por ello que cualquiera podría comprobar que, en cuestión de competencias, las autonomías españolas son más poderosas que los länder austríacos.

Y, sin embargo, persisten. Como una bandera en el parlamento austriaco y unas elecciones independientes, cada länder tiene el derecho a que sus propuestas sean escuchadas, a elegir sus propios parlamentarios y a tener su voz para defender sus intereses. Sin capacidad legislativa propia pero con su propia voz en Viena, como símbolo de lo que un día fue, y como representación de lo que es.

Pero, quién sabe, quizás como dice la canción de El imperio contraataca, nuestros nietos se merecen que el futuro se repita eternas veces. A lo mejor vuelven los imperios pero, mientras tanto, en Austria tendrán que conformarse con haber reinado en el panorama musical europeo en 2014 con Conchita Wurst, primera «reina»de Austria y de Europa desde Sissi emperatríz.

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