La Segunda Guerra Mundial provocó los inicios de la Unión Europea que hoy existe. El viejo continente dominaba el mundo, pero tras la contienda las potencias dominantes se trasladaron a Estados Unidos y la Unión Soviética. El telón de acero dividió en dos el territorio y Europa se unificó económicamente para empezar a facilitar el comercio entre naciones vecinas. Poco a poco la Unión ha avanzado hacia una organización mucho más política y social. Tratados como los de Roma, Maastricht o Lisboa, la han ido dotando de una seguridad en el funcionamiento y una calidad geopolítica. La condición para formar parte del club es acatarlos o marchar —que ya hay ejemplos de ello—.

Sin embargo, los gobiernos de Hungría y Polonia llevan demasiado tiempo tensionando las instituciones europeas, tanto en materia legislativa, como en materia judicial. La semana pasada el Tribunal Constitucional de Polonia declaró inaplicable la suspensión cautelar de una reforma judicial dictaminada por el Tribunal de Justicia europeo. Se incumple así una de las bases que cimientan la UE a nivel jurídico: Todas las decisiones del Tribunal europeo son superiores a las dictadas por cualquier juzgado nacional. Mientras tanto, Hungría sigue adelante con su intención de aprobar leyes en contra de la comunidad LGTBI. Además, tras el inicio de expedientes sancionadores por parte de Bruselas, el gobierno de Viktor Orbán ha decidido escudarse y retar de nuevo a la Unión con un referéndum sobre las polémicas medidas.

La respuesta de Europa

Diecisiete de los veintisiete líderes europeos firmaron una misiva denunciando las normas discriminatorias, pero ha sido el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte, el que ha abierto el eterno debate: «Hungría ya no tiene cabida en la Unión Europea», insta al país a derogar esta ley y a respetar los derechos humanos consagrados en el Tratado de la UE, «que no son negociables, o debe irse». ¿Pero qué puedes hacer cuándo la única vía que un país miembro salga de la Unión Europea es mediante la voluntad del propio país? Lamentablemente, no mucho. Únicamente existiría la opción de suspender sus derechos de voto en el Consejo, algo inviable debido a la necesidad de unanimidad para llevarlo a cabo.

Llegamos entonces a un horizonte cuya única vía para sancionar a las naciones reincidentes es la retirada de los fondos de recuperación. Y no es que sea algo irrelevante precisamente ya que dichos fondos resultan ser el 60% de la inversión pública de estos países. Pero las actitudes desafiantes que siguen tomando, permiten ver que no es suficiente. Se demuestra así que no es eficaz que un «club» no pueda expulsar a uno de sus participantes si este incumple reiteradamente con los valores con los que se fundó el mismo, en este caso el artículo 2 del Tratado de la UE: «La Unión Europea se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías».

Visión a futuro

Europa debe reaccionar. No se debe permitir ciertos comentarios o actitudes por parte de países miembros. Es inaceptable comparar a la Unión Europea con la URSS, como lo hizo Reino Unido en su día, desoír decisiones comunitarias, como Polonia, y mucho menos que estigmatizar a parte de los ciudadanos europeos ya sea por su credo, ideas, raza u orientación sexual, como Hungría. Si no se actúa, la UE quedará como un mero bloque comercial y no como la organización de valores a la que aspira ser. Y es que parece que, o existe cierto recelo por parte de la Comisión Europea a hacer un uso pleno de los instrumentos y mecanismos de los que dispone para velar por la aplicación del Tratado europeo, o faltan dichos mecanismos que permitan llegar a la compostura que la Unión Europea necesita de sus miembros.

Y ojo, no digo que haya que expulsar a un país a la primera de cambio, pero hay que dejar bien claros los pedestales en los que se basa la Unión, y tomar las acciones necesarias cuando se incumplen las normas del juego. La sociedad se dirige hacia un mundo mucho más conectado y digitalizado entre sí. Es hora de un nuevo tiempo para Europa. Una Europa que debe ser activa y con capacidad de iniciativa, pero sobre todo unida. Un continente bajo unos valores modernos y con una cooperación económica y social en pro del beneficio mutuo.

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