Fuera bromas

En una clausura de década marcada, en plano general, por las franquicias universales y aglutinadoras, es también conveniente ir en busca de la particularidad. Para variar, desde Código Público queremos acercar un poco más el objetivo y hacer un primer plano de lo que ha sido la imagen en movimiento (películas estrenadas en España) durante 2019. Se ha intentado que haya variedad de géneros y orígenes, pluralidad de formas de hacer cine, desde el pináculo del cine comercial de calidad hasta el último trabajo del único superviviente de la nouvelle vague, pasando por ese territorio de tránsito, de nuevas incursiones entre lo viejo y lo nuevo. Porque quizás en los intersticios del experimento y la tradición resida la clave del buen cine contemporáneo.

Me permitiré, únicamente, querellarme contra ese Joker que ha copado titulares y ha ocupado espacios de escritura y reflexión, tapando con su efectiva y falsaria máscara de calidad y trascendencia todo el gran (mejor) cine de 2019. Porque, más allá de las opiniones personales, gran parte del desmesurado impacto producido por el film de Todd Philips se debe a una campaña mediática y festivalera pocas veces vista, con la obra menos esperada, y con las intenciones más abstractas e indefinidas. Porque el único peligro con el que algunos críticos ensalzaban a Joker es el de que en unos años no nos olvidemos de ella.

No podemos olvidarnos de que hemos asistido a finales de grandes sagas como Star Wars o el universo cinematográfico de Marvel. Se antoja muy interesante sentarse a esperar a ver quién y cómo recoge la herencia de estos dos mastodontes culturales. Lo mismo ocurrirá con la vigencia y necesidad del debate TV-cine. ¿Seguiremos rizando el rizo de la discusión cine-series y obviando lo que realmente enriquece esta confrontación, esto es, aquello en lo que se diferencian, no en lo que queremos que se parezcan? En este sentido, la elección de Cahiers du cinema (y mucha gente más) de Twin Peaks.The return como la mejor película de la década nos da alguna pista: obras como las de Lynch anuncian no tanto la muerte de algo conocido, como el nacimiento de algo nuevo. Sea en la pantalla que sea. Aunque a veces hacer la revolución es volver a poner en su sitio cosas muy antiguas pero olvidadas.

Sin más dilación, pasamos a repasar las obras más relevantes para quien firma estas líneas.

 

 

Retrato de una mujer en llamas

La que quizás ha sido mi película favorita de este año es un minucioso relato dibujado con trazo fino y paciencia. Un film isla, como el idílico lugar donde se desarrolla esta particular relación de amor entre artista y modelo. Celine Sciamma se vale del gesto, la mirada, el plano-contraplano, la figura del fuego como lentitud y pasión, inteligentes composiciones que juegan co el cuadro y el marco… Retrato de una mujer en llamas es una película que se permite, a mitad de su historia, recurrir al mito Orfeo y Eurídice y a los fantasmas, y cerrar la narración, apoteósicamente solo con un primer plano de un rostro y música de fondo. Además traslada temas como al aborto, la homosexualidad o el papel de las mujeres artistas en la historia al siglo XVIII, decisión que recalca la inmortalidad de ciertos problemas socioculturales. Un film casi inagotable en el que seguro descubriremos más vislumbres de calidad en cada visionado. Una obra, que, como los grandes retratos maestros, nos dicen más de quien lo pinta (y de quien lo mira) que de quien es pintado.

El libro de imágenes

No podía faltar El último de los suyos. El superviviente, el Llanero solitario. JLG parte de un tema predilecto en su pensamiento -las guerras y conflictos en Oriente- para emborronar el retrato de Occidente. Sorprendentemente uno de sus trabajos más accesibles de las últimas dos décadas, El libro de imágenes confirma la deriva que ha trazado el viejo Godard en el último decenio. Con casi 90 años ha encontrado un método para dar rienda suelta a su interminable pasión por hacer pensar a las imágenes: la reutilización y reinterpretación de archivos y obras ajenas, de formatos y de formas de proyectar-emitir. Casi un manual de instrucciones de sus películas más recientes, Godard nos ha brindado su Histoire(s) du cinema en formato doméstico para la era YouTube.

High Life

Claire Denis sigue empeñada en lograr un puesto vitalicio en el podio de grandes cineastas de lo que llevamos de siglo. La francesa no cesa en saltar de un género a otro, muchas veces de un extremo a otro del espectro. En High life, su particular visión de la ciencia ficción, nos topamos con ese tipo de imágenes en las que no sabemos dónde estamos. Denis es una mujer que hace verosímil y seductor lo imposible y lo repulsivo. Su forma de relatar, morosa a la par que anárquica, casa a la perfección con esta especie de thriller sobre la maternidad-paternidad y su importancia para con la extinción de la raza humana. Hasta aquí lo identificable; a partir de aquí solo queda disfrutar de abstractas y bellas composiciones del espacio exterior y de las vísceras y fluidos interiores de los personajes.

Largo viaje hacia la noche

El plano de una hora de duración que liquida la segunda mitad de la magistral intriga de Bi Gan no se queda en mera anécdota técnica. Es la respuesta lógica, narrativa y formalmente, a la hora anterior de metraje: el espectador, junto con el protagonista, emprende un  tránsito de la realidad insatisfactoria a la ficción liberadora. De la pesadilla de lo real al sueño de lo fantasmal. El personaje principal solo puede conseguir lo que quiere soñando, quedándose dormido en un cine. Allí su vida de convierte en plano secuencia en 3D, habitada por fantasmas, dobles y una noche eterna. Allí todo lo que ocurre ya ha ocurrido fuera, en su vida real, pero todo es diferente. Así, nosotros, como espectadores, solo podemos hacer una cosa: soñar (despiertos) con él.

Dolor y gloria

Almodóvar volvió a su forma más esplendorosa en este relato mitad expiación, mitad divertimento. El cineasta español con más incidencia de los últimos 20 años vuelve a manipular el teatro para, fundiéndolo con la materia fílmica, diseñar un juego de reflejos, autoalusiones, referencias intertextuales e interpretaciones maravillosas. Ese color, esa música, ese Antonio Banderas en el papel de su vida. Ese pequeño montaje al principio de la historia en el que un Almodóvar casi youtuber explica y desgrana las enfermedades que aquejan al protagonista, con gráficos, CGI y animaciones de power point. Si su carrera acabase ahora mismo podría(mos) estar más que satisfechos con esta última y sintética función.

Érase una vez en Hollywood

Creo que en Érase una vez en Hollywood no sale ni un segundo el famoso cartel de las colinas de Los Ángeles. Este pequeño detalle dice bastante de un film que durante mucho tiempo no parece ni una de las historias típicas de su director ni del sistema en que este se integra. La última obra de Tarantino responde más a un cuento en busca de un final feliz que a las exageradas y verborreicas narraciones que el estadounidense ha ido pariendo en la década ya casi pasada. Érase una vez… acumula trucos metacinematgráficos de montaje y narrativos en un relato de idas y venidas, de muchos silencios. Una historia de perdedores/perdidos que se citan con la historia negra de Hollywood para, precisamente, arreglarla, corrigiendo sus vidas y gratificando al espectador. Para no extenderme más me remito y suscribo las palabras que Andrés Buesa dedicó en su momento a esta «defensa de la ficción» relatada por Tarantino.

La portuguesa

El último filme de la cineasta lusa Rita Azevedo consigue sublimar ese arte tan manido y a veces superficial que son los tableaux vivants. Azevedo sabe cuándo mover la cámara y cuándo no, y sobre todo, y más importante, por qué moverla. Pero lo que encierra esta planificación va mucho más allá de la iluminación o el estatismo de sus secuencias. La cámara no se mueve cuando en el plano ocurre algo o se habla del futuro o el pasado. Espacios suspendidos, para tiempos de muerte o de avance, de cambio. O como al final, en el que no sabemos si hay muerte o amor porque la fijeza del plano y una cortina corrida nos impiden ver. Y esto es muy importante en un film en el que asistimos a una espera tediosa de una mujer a que su marido vuelva de la guerra. Para contrastar, en los planos dinámicos “no pasa nada”. Los movimientos de la cámara y la mujer buscan hacer que el tiempo pase moviéndolo/moviéndose. Azevedo representa el tira y afloja de una relación rota por la guerra y la distancia, la de una mujer y un hombre que acaban por invadir sus respectivos espacios de existencia, de las estancias más abiertas y sagradas (la montaña) hasta las cerradas e íntimas (el dormitorio)

Midsommar

No entraremos en el absurdo debate que se cuestiona si el cine de terror puede alcanzar a otras obras que no están enmarcadas en un género tan reconocible y problemático. La calidad y la significación cinematográfica no tienen nada que ver con lo temático o lo icónico de las imágenes, sino en cómo los cineastas manipulan y piensan sus imágenes. Y esto es precisamente lo que hace Ari Aster en la mejor película del verano, un lisérgico y luminoso infierno, a caballo entre el gore y la poesía visual. Aster confirma lo que se intuía en Hereditary: que sabe perfectamente cómo encuadrar, cuándo, dónde, y hacia dónde disponer la cámara, cuánto tiempo debe durar un plano y una secuencia. En definitiva, un cineasta que, pese a no haber salido de momento del nuevo horror, nos hace querer ver cómo se desenvuelve en otros lares.

Lo que arde

Los primeros minutos de Lo que arde son un logro no solo de su director y guionista Oliver Laxe, sino también del reputado director de fotografía Mauro Herce: ese director de foto que es capaz de hacer creer al espectador que se encuentra en otro planeta cuando realmente está en un bosque, a través de una iluminación impresionante. Esa forma de tratar a las máquinas como monstruos, de hacerles primeros planos a sus focos como si fuesen ojos, esos mantos de oscuridad infinita y de objetos mostrados de tal manera que no sabes qué estás viendo, conforman uno de los atractivos de la madurez de Laxe. Lo que ya sublimó en Dead Slow Ahead tiene aquí sus minutos de gloria. Otro gran momento sucede en la chispa que enciende una soterrada historia de amor que, como todo en el film, tendrá un recorrido limitado y cruel. Un plano-contraplano del protagonista y su ¿amada?, un primer plano de una vaca en un atardecer y «Suzanne» de Leonard Cohen de fondo. Lo que arde debería descubrirnos que hay un más allá del cine español que lleva años superando la repercusión de lass taquillas y los premios, aunque estos últimos acaben por rendirse ante grandes trabajos como este.

La ceniza es el blanco más puro

Segundo logro de este gran año para el cine chino, el épico thriller de Jia Zhangke es uno de esos relatos que se hace mayor a medida que el metraje avanza. En sus más de dos horas hay cabida para décadas de la vida de sus personajes, homenajes cromático-lumínicos a Vértigo y fragmentos de la historia reciente de China. Zhangke ha escrito un personaje femenino memorable, una especie de heroína a un tiempo implacable y compasiva, y un «villano» destrozado por su pasado y por el paso del tiempo. Con el aroma de las grandes novelas sabe mezclar el cine criminal, la acción y el romance de una forma tan universal que hasta el más prejuicioso con las cinematografías lejanas se rendirá a sus paisajes y los personajes que sufren por habitarlos.

Menciones de honor

Vengadores: Endgame

La última entrega de la saga cinematográfica más larga y exitosa de este siglo no solo me ha parecido la mejor película de sus más de veinte piezas, sino una gran película en términos fílmicos. Más allá de la épica construida y de una conclusión satisfactoria, con un metraje tan largo, logra lo que ninguna había alcanzado. Además de reírse de las fórmulas de las películas de viajes en el tiempo, las escenas en las que los personajes revisitan las escenas claves de la saga son un ingenio de montaje y corrección de lo que en su momento era ridículo o incongruente, criticando y homenajeándose a sí misma. Para sintetizar, los hermanos Russo demuestran que el cine de superhéroes también sabe movilizar estrategias gramáticas, narrativas e icónicas que superan la mera espectacularidad.

Watchmen (HBO)

He caído en esa tentación cahierista de incluir series televisivas en las listas de películas. De hecho, en unas semanas hablaré de ello con más tiempo y espacio. Si ya es complicado adaptar en otro medio un cómic tan complejo (véase la versión de Snyder), imagínese trasladar una obra cerrada, con su esencia inmaculada, a otro medio diferente, y continuando los acontecimientos relatados, no limitándose a reproducirlos. Quizás lo que más me ha gustado de la genial maniobra de Lindelof es que ha sabido extraer el diamante en forma de pregunta que yacía en el núcleo de Watchmen: ¿pueden unos héroes que no son tan súper como creemos salvarnos de los problemas más arraigados y violentos de nuestra sociedad? Los tres últimos episodios elaboran un manual de cómo conciliar la buena escritura de un argumento y un guion y la generación de expectativas y sorpresas, sin que todo quede forzado. Cada decisión narrativa está (casi) tan bien diseñada como en la obra de Moore. Y visual también. Porque más allá de lo icónico-iconográfico, de la buena plasmación de los motivos y la estética del cómic, esta temporada ha empleado elegante y pertinentemente las mezclas de formatos, el uso de los flashbacks, el simbolismo de los objetos, los encuadres y los efectos especiales.

 

About The Author

Un comentario en «De un año de 10 a una década de 20. El cine de 2019»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.