A escasas horas de que termine 2019, es el momento de hacer balance de todo lo que ha dado de sí el año. En lugar del tradicional ranking con los mejores libros/películas/series/acontecimientos culturales que predomina en estos días, desde la sección de Cultura de Código Público hemos optado por otro modelo. Hemos preguntado a nuestros redactores qué es, en su opinión, lo más destacado del 2019 a nivel cultural, para que cada uno pueda orientar su respuesta hacia lo que más le interese. De la labor de una editorial independiente a la consolidación de un gigante del cine, aquí tenéis algunas claves del año cultural según la redacción.

Una editorial en la que cabe la intimidad de las mujeres

Sin duda, uno de mis descubrimientos culturales del año ha sido la editorial Tránsito. En Tránsito se entiende la literatura como un lugar en el que refugiarse, en el que perderse, en el que adentrarse en lo desconocido: «Leer es transitar. Leer es Tránsito». Sol Salama, su editora, fundó la editorial en Madrid en septiembre de 2018, y desde entonces ha publicado seis títulos muy sugerentes, dos de los cuales hemos reseñado aquí, en Código Público: El nenúfar y la araña, de Claire Legendre, y Las madres no, de Katixa Agirre. Tránsito es una editorial independiente que publica narrativa escrita por autoras de distintas lenguas y nacionalidades. Con una estética elegante y pulcra, al tiempo que creativa y colorida, y gracias al diseño de Donna Salama, los libros de esta editorial se convierten en objetos dignos de tener en nuestra estantería. En Tránsito encuentran su merecido espacio obras bellísimas que hasta ahora no habían tenido cabida en el mercado editorial, bien porque se quedaron en el olvido, bien porque eran textos inéditos. El denominador común de estos libros es que exploran la intimidad de las mujeres, su identidad, centrándose especialmente en la memoria y en la indagación en la primera persona. Y por eso, por su manera de entender la literatura, por la calidad literaria de sus textos, por el cuidado de sus ediciones y por la visibilidad que da a las mujeres escritoras, celebro cada vez que esta editorial publica un libro. Escribo esto ansiosa por conocer el catálogo de 2020. Por Andrea Alfaro García.

El crepúsculo de los dioses (y el nacimiento de las diosas)

Me resulta muy difícil resumir en un par de párrafos lo que ha sido para mí culturalmente 2019. Es más, ahora me doy cuenta, desde la distancia, de todo lo que escribí en el repaso al mejor cine del año y de lo mucho que dejé en el tintero. Por ello, para no divagar demasiado, me quedaré con el aroma general que estos 365 días me han transmitido. Y me gustaría extender esta sensación a todas las manifestaciones humanas que, en mayor o menor medida, suavizan la dureza de lo real. Tanto en el cine, la literatura, la música, el activismo, el deporte o la política, las mujeres han dado en 2019 un golpe aún más fuerte en la mesa de la igualdad. No para imponerse o derrocar el trono, sino para compartirlo, de igual a igual. Porque si hay algo que siempre nos ha hecho mejores -al arte, a la música, al cine, a las relaciones personales, a la moda, a la comida, al diseño, a la vida en general- es la mezcla, la hibridación, las influencias. El Olimpo de las artes no debería pertenecer a un grupo o a otro, a un sexo o al contrario, en un interminable turnismo que conduce a bucles nada recomendables. Más bien se trataría de que, al dar la vuelta al calcetín cosiéramos los agujeros y las imperfecciones en la tela, para volver a darle la vuelta. Ya que, si el cielo no se toma por consenso, sino por asalto, después del asedio, es necesario regresar al consenso, a la equiparación. En este sentido, los discos, las películas, las actuaciones deportivas, las novelas que mujeres -cada una en su dimensión y su ámbito de impacto- como Céline Sciamma, Phoebe Waller-Bridge, Cristina Morales, Rosalía, Charli XCX, Lorena Iglesias, Ter, la selección española de baloncesto o Claire Denis, están a la altura o más arriba que los enormes dinosaurios consagrados (no por ello faltos de calidad) que llevan décadas reinando en los territorios de la cultura.

Toda vez que las mujeres artistas y deportistas se consoliden no queda otra que la cooperación con aquellos que estén dispuestos a no mirar por encima del hombro, a obviar los atributos que tiene  delante y valorar las obras, las acciones, las producciones, por, precisamente, su valor, y no quien firma al final del papel. Hasta que esta difícil situación (me niego a tildarla de utópica o imposible), solo queda luchar, ayudar y reconocer. Por Víctor Iturregui.

Netflix se consolida como gigante del cine

Parece una reflexión un poco obvia, pero 2019 es el primer año en que Netflix ha conseguido ser el centro de las conversaciones sobre cine. Sí, ya en 2018 lideró—sin rematar—la carrera al Óscar con Roma, pero fue una película que el gran público, en su mayoría, ignoró. Anteriormente, esto ya había sucedido con otros títulos de la plataforma (Okja, The Meyerowitz Stories, La balada de Buster Scruggs), que pese a haber competido en festivales internacionales pasaron muy desapercibidos para el público general. Este año, sin embargo, Netflix se ha plantado con varias bazas fuertes (El irlandés, Historia de un matrimonio, Los dos papas) que destacan por lo contrario: son películas que mucha gente está viendo, de las que se oye hablar en los bares, las terrazas y las cenas de navidad. Por primera vez, el modelo de producción/distribución de la plataforma ha logrado que sus apuestas no caigan en el olvido en 4 días. Netflix ya producía buenas películas—todas las mencionadas lo son—pero este año ha logrado hacer películas relevantes. Películas que son capaces de competir con aquellas que se pasan meses enteros en las salas de cine, y que por lo tanto tienen una vida pública mayor. ¿Quiero decir con esto que Netflix ha producido las mejores películas de 2019? Ni de lejos. Pero su consolidación como referente de calidad puede suponer un cambio de modelo que cada vez es más imparable. La ceremonia de los Oscar el próximo febrero—y la posible victoria de El irlandés—marcarán un hito definitivo en ese camino. Por Andrés Buesa.

¿La última esperanza de la televisión?

Si antes, a las puertas de un nuevo año, las teorías catastrofistas vaticinaban el fin del mundo, ahora presagian la desaparición del modelo televisivo tal y como lo conocemos. Ante la consolidación de Netflix, Movistar o HBO, la televisión se debate entre arriesgarse una ficción de calidad que seguramente no triunfará en su parrilla, pero que explotará en alguna plataforma, o sucumbir ante la opción sencilla del reality show o de programas de entretenimiento. Frente a este dilema entre ser y no ser, Televisión Española tiene clara su apuesta: Masterchef,que este año ha alcanzado su apogeo con la versión celebrity. La receta sigue siendo la misma: Pepe y Jordi añaden su toque agridulce, mientras los celebritys, especialmente los más divertidos, trufan el programa de sabores salados que maridan con la competitividad a la que nunca renuncia la firma. Como siempre, todos los ingredientes han maridado a la perfección, aunque con algunos aditivos extra que han erigido la última edición como el mejor plato de su dilatado menú. El afrodisíaco de Boris Izaguirre, el picante encarnado en Vicky Martín Berrocal, junto con la pimienta de Yolanda Ramos y Ana Milán y el caviar pescado por Tamarita han mejorado el caldo que con tanto gusto servimos los españoles los miércoles noche a la mesa –tal y como demuestran los datos–  y que, incluso, ha conquistado a los paladares más exigentes. Por Lucía Hernández.

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Un comentario en «La redacción opina: los hitos culturales de 2019»

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