28 de Junio de 1969, a día de hoy, muchísimas personas desconocen lo que ocurrió en las calles de Greenwich Village, ni tampoco saben lo mucho que Stonewall significa, tanto para los que lo vivimos, como para todos aquellos que después se sumaron y apoyaron nuestra lucha.

Acababa de cumplir mis veinte años hacía a penas una semana, mis padres me habían regalado un coche y estaban felices con que Jess, que en aquel entonces era mi novia, viniese a casa a comer todos los domingos. Era una imágen perfecta, de familia perfecta, de falsedad perfecta.

La tarde del 28 de Junio mis padres estaban fuera de casa. Recuerdo las palabras de mi padre, “llama a Jess, que te haga compañía, tardaremos en venir”, justo antes de guiñarme un ojo y salir por la puerta junto a mi madre riñéndole por sugerir cosas indecentes.

Sin embargo, hice caso a mi padre y llamé a alguien para que me hiciese compañía, pero no fue a Jess.

Arthur era mi mejor amigo desde que tenía uso de razón, con él había descubierto como funcionaba el mundo. Con él me emborraché por primera vez, conduje por primera vez, copié en un exámen por primera vez… Y también fue a quien besé por primera vez.

Desde que Arthur se había declarado abiertamente homosexual, a los dieciocho, todo el mundo le había dado la espalda, desde su familia hasta toda la comunidad de vecinos del barrio donde vivíamos. Por supuesto, a mi me obligaron a dejar de hablarle.

Lo que no sabía nadie era que Arthur y yo llevábamos cerca de dos años en una relación clandestina que no sabíamos hacia dónde nos iba a llevar. Él estaba solo y le estaba costando mucho salir adelante. Yo era un cobarde que tenía miedo de ser abandonado y de estar totalmente solo.

 Aquel día no hizo falta que abriese la boca para decir que era gay, bastó con que mi padre abriese la puerta de mi habitación, y nos viese a Arthur y a mi dormidos , abrazados y desnudos en la cama.

Como era de esperar, montó en cólera. Gritos, golpes, el llanto de mi madre de fondo… Yo me quedé estático, pero Arthur actuó rápido y cogió todo lo que pudo para salir ambos huyendo de allí.

No fue hasta que ambos estuvimos en mi coche, que empecé a llorar desconsoladamente.

-Eric, relájate por favor, tenemos que curar tus heridas.

Esas palabras me despertaron un poco, mi padre no solo había golpeado los muebles de mi habitación, y yo estaba tan impactado que no me di cuenta de que me había herido a mi también.

Mientras yo intentaba ordenar mi mente, Arthur condujo el que aún seguía siendo mi coche hasta el barrio de Greenwich Village, y me llevó hasta un bar llamado Stonewall Inn.

Al entrar muchas miradas se posaron en nosotros, en mi, en mi ropa mal puesta y mi cara llena de moratones.

-¿Qué es este sitio?-Le pregunté a Arthur.

-Es un bar para personas como nosotros, como puedes ver hay de todo: gays, lesbianas, trans… Estoy seguro de que no es la primera vez que oyes hablar de un sitio así.-Me explicó. Era cierto, él mismo me había hablado de estos lugares diciendo que “nosotros también necesitábamos un sitio al que acudir”. ¿Nosotros también?¿Un sitio al que acudir?¿Es que a caso éramos un grupo de animales buscando donde asentar la manada?

El lugar era increíblemente acogedor, y no voy a negar que las horas que estuve allí me sentí libre de poder actuar sin tener que fingir ser alguien que no soy, por una vez no medía mis palabras y mis gestos al milímetro, por primera vez no tenía ese miedo constante a que me juzgasen.

Pero a pesar de todo no dejaba de pensar que todos aquellos que eran como yo, que eran diferentes de lo que la sociedad dictó que era lo “normal” éramos una especie de lacra social a la que todo el mundo se atrevía a maltratar para demostrar que eran “superiores”. No podía evitar sentirme como un animal del zoo.

Uno de los camareros de Stonewall Inn, un chico trans, era amigo de Arthur y fue quien me curó las heridas y me dio comida y bebida. Dijo que correría de la cuenta de Arthur y que por ello, podía y debía abusar todo lo que quisiera. Dijo que por probar a un “caramelito” como yo, Arthur debía tratarme como a un rey. Arthur le rió la gracia y todo aquello me resultó tan natural, que pude relajarme.

Las horas pasaron y pronto se hizo de noche. Entonces ocurrió lo que ninguno de los que estábamos en Stonewall esperaba, una redada policial. Por lo que me dijeron, aquello era algo rutinario, pero a mi me hizo ponerme en guardia, al igual que otros muchos.

Y entonces las cosas se salieron de control. Los policías comenzaron a arrestar a personas, a toquetear demasiado a las mujeres, y a golpear sin piedad en cuanto alguien ponía un poco de resistencia, nos humillaban como querían. Un policía se acercó a arrestar a Arthur, y cuando preguntó de que cargos se le acusaban, el policía comenzó a golpearle brutalmente diciendo: “eso por maricón”. Ahí perdí el control y me abalancé contra el policía.

No fui el único, muchísimas personas comenzaron a defenderse, a lanzar botellas de vidrio por los aires, a golpear con todo lo que tenían, a luchar. ¿Qué derecho tenían a tratarnos así por no ser como ellos?¿Por qué no podían entender que amamos de la misma manera?¿Por qué teníamos que soportar tantos abusos y humillaciones?

¡Hartos! Así era como estábamos. No basta con que todo aquel que aprecias te dé la espalda, también te tratan como un enfermo, como un anormal, y disfrutan de hacerte sufrir. Eso si que es una enfermedad, disfrutar con el sufrimiento ajeno.

El bar comenzó a arder cuando alguien derramó combustible y lo prendió fuego. Arthur me agarró de la mano y salimos corriendo del lugar, de las calles. Conseguimos escapar, pero poco después nos enteramos de que la pelea continuó, de que los disturbios de Stonewall habían causado algo realmente grande.

Nunca imaginé que un día tan desastroso pudiera significar algo tan grande, en mi vida y en la de todos los que como yo, han tenido que sufrir por ser diferentes.

Seis meses después, Arthur y yo, junto a otras personas, creamos una de muchas organizaciones activistas por los derechos de la comunidad LGTB. Sabíamos que la lucha duraría años y que costaría muchísimo erradicar la LGTBfobia del mundo, pero tras lo ocurrido, ya no me sentía solo, me sentía apoyado por todas las personas del colectivo.

Y era eso precisamente lo que buscábamos. Darle valor a las personas para que luchen por un derecho universal: vivir con dignidad. Desde entonces Stonewall se convirtió en un icono para nuestra lucha.

 

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