¡Enhorabuena, parece que lo estamos logrando: la curva se está aplanando! Si no se produce un giro dramático de los acontecimientos, en unas semanas comenzará la desescalada y acabaremos recuperando una de nuestras libertades más fundamentales: la libertad deambulatoria. Por seguir con este alegato de “buenismo guay”, añadiré aquello de que juntos lo hemos superado, que este virus nos ha hecho más fuertes y que todo va a cambiar y nada va a volver a ser igual. Como dicen en mi tierra, “sí, por los cojones”.

Lo siento, pero como señala el dicho popular, “hemos sido engañados”. Tras la emergencia sanitaria, llega la emergencia económica y social. Y les advierto que estas no serán menos dolorosas que la primera. Hace unos meses escribía acerca del cambio de ciclo que acechaba al mundo, y desde mi punto de vista, esto no es sino un acicate para una transformación más rápida en aquella dirección. Por lo tanto, menos buenismo, por favor.

La primera y dramática consecuencia se podría titular “La generación perdida”. Hace días leía un artículo donde se resaltaba que son malos tiempos para ser joven. Es cierto. La generación mejor formada, con más recursos, y que disfruta de un mayor desarrollo tecnológico, será la primera en décadas que disfrute de peor bienestar social que otras precedentes.

El ascensor social ha desaparecido y casi la mitad de los jóvenes en países desarrollados como España o Italia se encuentra en paro. Estar empleado ya no es sinónimo de bienestar social y de vivir con un mínimo de dignidad y la vivienda o la emancipación juvenil son conceptos complicados de abordar para muchísimos jóvenes. De formar una familiar o tener hijos, mejor ni hablamos. A la crisis perpetua de 2008 se le añade esta que no será sino una continuación agravada de la anterior acentuando todo lo descrito y consolidando el concepto de “generación perdida”. Por lo tanto, menos buenismo, por favor.

Otra cuestión a abordar es el papel de la globalización en nuestras vidas. Dentro de este buenismo guay que vengo describiendo, durante años se ha venido diciendo que era muy guay aquello de trabajar con un español, con un inversor anglosajón, y con un jefe de producción chino. Qué guay todo y cuanto buenismo junto en el mundo multicultural de la globalización. Personalmente, me importa un comino si la persona con quien trabajo es de Shenzhen o de Murcia. Durante años, en la Unión Europea permitimos la deslocalización industrial masiva en China arrojando como resultado que ni siquiera teníamos industria europea suficiente para fabricar algo tan básico como unas mascarillas. Por lo tanto, menos buenismo, por favor.

Sí, desindustrializar Europa no era guay. Déjense de buenismos. Tan sólo Alemania supo ver que esto era así, se aplicó para evitarlo, y ahora disfruta de las consecuencias positivas de una industria sólida. Tienen razón aquellos quienes señalan que no es posible competir contra el coste de la mano de obra de países en vías de desarrollo. Pero suelen olvidarse de que existe algo llamado aduanas. ¿Por qué debemos permitir la entrada en Europa a según que productos que no respetan la normativa europea en materia medioambiental o laboral?

Exijamos reciprocidad, y reindustrialicemos Europa. Veremos si en igualdad de condiciones, evitando la competencia desleal, la deslocalización resulta ser tan buena idea. Lo más complicado ya lo tenemos: personal cualificado y un nivel elevado de desarrollo tecnológico. Por cierto, tal vez una reindustrialización moderada de nuestro país consiga que la generación perdida deje de serlo. Como se ha podido ver estos días, aquellas zonas que resultarán peor paradas de esta crisis serán aquellas fuertemente basadas en el turismo (y por asociación, en la construcción) como el Levante español, los territorios insulares y Andalucía.

Relacionado con lo anterior, durante estas semanas hemos venido asistiendo a muchas críticas y errores en la gestión del coronavirus por parte de los diferentes Gobiernos. Sin embargo, yo he echado de menos una crítica básica. ¿Por qué no se aisló España y Europa cuando todavía era posible? Sin lugar a dudas, la primera medida a tomar debería haber sido un cierre temprano y rápido de nuestras fronteras evitando la llegada y propagación del COVID. Otros puntos del Planeta no gozan de mejores cifras de contagiados y fallecidos por la labor de sus Gobiernos sino por el menor tránsito de personas procedentes de áreas de riesgo, más allá de la manipulación y maquillaje de cifras en los reportes gubernamentales. Establecer un mecanismo de este estilo para posibles casos futuros se hace muy necesario.

Por otra parte, dentro de esta desmitificación del buenismo guay de estas líneas, no quería olvidarme de China. Durante estas semanas hemos venido escuchando frases del tipo “China va a ser el nuevo líder mundial después de esto”, “la superioridad tecnológica china va a quedar de manifiesto”, “se ha acabado el dominio de Estados Unidos”… Perdonen, déjenme que me ría. Por si a alguien se le ha olvidado, todo lo que ha acontecido estos últimos meses tiene nombre propio: China. Sus pésimas medidas higiénicas y sanitarias en muchos puntos de la cadena alimentaria, la opacidad en la comunicación de la información y la escasa cooperación internacional que han mostrado en un problema causado por ellos cuestionan su potencial liderazgo a nivel mundial.

Por si fuera poco, sus dotes industriales y comerciales también han sido puestas en entredicho tras esta crisis. Como comentábamos en párrafos anteriores, ha sido un grave error deslocalizar la actividad productiva a gran escala tan lejos de casa bajo único pretexto del ahorro de costes laborales. En cuanto a su faceta comercial, estos días hemos comprobado cómo los expertos comerciantes chinos devenían una cuadrilla de “piratas” que vendían test defectuosos y aviones con material sanitario que nunca llegaban a destino. Todo ello mientras surgían parientes de “Ali Baba” por doquier con la única intención de realizar dinero fácil y rápido.

No, la superioridad demográfica y del PIB no es suficiente para ser un líder a nivel mundial por parte de un país con un grado muy limitado de libertades civiles y económicas, y cuya superioridad tecnológica todavía está por demostrar a la vista de los acontecimientos. Por lo tanto, menos buenismo, por favor.

Menos buenismo y más reflexión. De esta crisis no saldremos más fuertes, y dudo que más unidos. Pero sí debería ser un punto de inflexión para replantearse algunas cuestiones. Una clase política a la altura debería emplear la misma para estudiar qué debilidades y amenazas presenta nuestra economía y emplear este análisis para potenciar una salida de la crisis que pase por la industria frente al turismo o a la construcción, empleando a los jóvenes cualificados pero desempleados, y potenciando el país frente a otros intereses.

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