Hoy está claro: tomar la decisión de adelantar las elecciones fue un acierto estratégico que se ha traducido en un claro vuelco electoral respecto de lo que pronosticaban las encuestas. Contra todo pronóstico, Pedro Sánchez lo ha vuelto a hacer. Sin embargo, a pesar de ello, y salvo sorpresa, en diciembre o enero volveremos a votar en unas nuevas elecciones. Todo ello, tras una noche electoral que deja más incógnitas que respuestas. Lo que ha quedado claro, a estas alturas, es la diferencia existente entre la opinión pública, y opinión publicada. Para entender las claves de esta victoria amarga del Partido Popular, es necesario profundizar un poco más. Acompáñenme en las siguientes líneas analizando las claves de estos atípicos comicios.

En primer lugar: la fecha. Cuando Sánchez adelantó las elecciones a un caluroso fin de semana de verano, muchos apuntamos que la jugada era clara: minimizar pérdidas. Y así ha sido. Una victoria electoral de poco más de un punto y sólo 14 diputados es claramente insuficiente y recuerda, en gran medida, a la justa victoria de Aznar en 1996. Probablemente, de haber mantenido los comicios para otoño, el desgaste del Gobierno hubiera sido mayor, y la reactivación socialista menor.

Por si fuera poco, derivado de esta fecha, la unidad a la izquierda del PSOE ha jugado un papel fundamental. Una unidad que sin el sorpresivo adelanto electoral probablemente tampoco se habría producido. El temido “modelo Huesca”, donde en las elecciones municipales cuatro partidos de izquierdas se quedaron ligeramente por debajo del 5% y pese a sumar el 18% de los votos de manera agregada, ninguno obtuvo representación, ha sido superado. Sumar ha sumado el voto de su izquierda, ayudando a minimizar también las pérdidas anunciadas para Podemos.

Segunda clave de la noche: los territorios. Cataluña ha salvado al PSOE, donde los 19 diputados conseguidos representan la mejor marca de la formación desde el año 2008. El hundimiento del independentismo catalán es brutal, llevando a ERC y Junts a ser cuarta y quinta opción política, respectivamente. Pero también han obtenido mejores resultados de lo que cualquiera podría esperar en Andalucía, y la victoria popular en la Comunidad Valenciana ha sido muy ajustada. El PP no ha destacado en Madrid como acostumbraba hace diez o doce años, y Euskadi ha sido otro feudo para el PSOE y sus socios. No deja de ser llamativo que, en unos tiempos donde cada territorio buscaba la representación autonómica y local en el Congreso, los partidos nacionales hayan arrasado con el independentismo catalán, pero también con formaciones como Teruel Existe o Soria Ya. Tan sólo UPN, tal y como pronosticábamos algunos, ha conseguido conservar uno de sus dos escaños, aun pasando de primera a cuarta fuerza política en Navarra.

La tercera clave ha pasado desapercibida, pero probablemente sea la piedra angular en el fracaso del PP: El “mordisco” de Vox. El Partido Popular suma 8 millones de votos, y Vox otros 3. La suma de ambos alcanzan escasamente 169 diputados. En el año 2011, el PP logró 186 diputados con tan sólo 10,8 millones de votos, trescientos mil menos que en estos comicios. La fragmentación de votos en la derecha, y un PSOE más robusto que en aquella ocasión, impiden a la derecha beneficiarse de los efectos de la Ley D’Hont en las circunscripciones de menos de 7 escaños. Y este hecho es diferencial para poder superar los 140 diputados.

Por si fuera poco, es más sangrante comprobar cómo Vox pierde seiscientos mil votos respecto a hace cuatro años (un 20% de sus votos aproximadamente), pero el descalabro le supone perder el 35% de sus diputados. Los efectos de caer por debajo del 13% en circunscripciones pequeñas es muy pernicioso en el actual sistema parlamentario y dejan a Vox sin la posibilidad de presentar mociones de censura ni de recurrir leyes ante el Tribunal Constitucional.

Cabe ahora preguntarse si la reunificación que precisa la derecha para aspirar a gobernar nuevamente podría venir de la mano de una renovación en el liderazgo del PP, encabezado ahora sí, por Isabel Díaz Ayuso. El PP lleva casi veinte años buscando a su nuevo José María Aznar, un perfil que podría desempeñar Ayuso, de la mano de Miguel Ángel Rodríguez. Su perfil serviría también para absorber de manera directa a la mayor parte del electorado de Vox.

Con el resultado actual en la mano, ninguno de los dos bloques ideológicos suman suficiente para una mayoría de investidura, lo que abre la puerta a dos escenarios posibles. El primero de ellos, requeriría que Junts, el partido de Puigdemont, no vote en contra de la investidura de Pedro  Sánchez. El segundo de ellos sería la repetición electoral. Sinceramente, parece muy poco probable que Junts no dificulte la investidura, más aún cuando al encontrarse Puigdemont todavía en rebeldía, y no haber sido juzgado y condenado, no existe posibilidad de aprobar un indulto con efectos inmediatos. Un referéndum de independencia vinculante tampoco parece una posibilidad, ni cabe en la actual Constitución. ¿Se atendría Junts a negociar otras medidas más interesantes para Cataluña como un posible concierto fiscal? Iremos viendo.

El escenario de una repetición electoral parece bochornoso. Primero, por lo que implica: un nuevo fracaso de la política y los políticos. En segundo lugar, porque nos mete de nuevo en un ciclo electoral que continuaría, en 2024, con las elecciones europeas, gallegas y vascas a final de primavera, y un probable adelanto de las catalanas. Sin embargo, no hay que engañarse; en caso de lograr una investidura, será muy complicado que Sánchez complete otra legislatura de cuatro años requiriendo la aprobación de ERC y Junts para sus cuatro respectivos presupuestos.

Además, veremos si la lealtad de Bildu continúa vigente tras las elecciones vascas. Como bien apuntaba en mi anterior artículo “Unas reflexiones sobre Bildu y su estrategia”, su objetivo es emular la estrategia de ERC durante los últimos quince años. En Bildu son conscientes de que sin el apoyo del PSOE, jamás podrán gobernar en la mayoría de plazas a las que aspiran. Pero para ello, es fundamental que dejen de ser vistos como los claros herederos de ETA dado que esto es el principal obstáculo que les aleja de posibles pactos de gobierno, y por tanto, del poder en el medio plazo. Y aunque duela entre un sector del PSOE, es un hecho que Bildu ya se ha consolidado como principal fuerza de la izquierda y alternativa de Gobierno en los territorios de Euskal Herría. ¿Sostendrá Bildu al PSOE si este le niega su apoyo para investir a Otegui como Lehendakari?

Por último, mal hará la izquierda si a pesar de revalidar el Gobierno, caen en una fácil autocomplacencia. Ya no tendrán pandemias ni factores externos a los que achacar sus fracasos.  La legislatura que ahora termina ha resultado estéril en cuanto al desarrollo del país. Una pandemia cuya gestión fue nefasta desde el primer momento llevó a la parálisis más absoluta al poder político y especialmente, a las Administraciones Públicas. Presumir a posteriori de unos resultados económicos que no son sino consecuencia de sacar del pozo del que tú mismo has metido a la ciudadanía parece, cuanto menos, poco defendible. Hoy en día los pobres son más pobres, y los ricos son más ricos. Curioso legado el de un Gobierno presuntamente de izquierdas que se ha pegado más tiempo discutiendo en estériles debates para minorías LGTBIQ+ que en mejorar la vida de una inmensa mayoría. Porque, aunque a muchos de ahí dentro se les haya olvidado, esa era la vocación de ser de la izquierda: gobernar y mejorar la vida de una inmensa mayoría.

Los últimos cinco años se han caracterizado por la soberbia y la desidia. La soberbia de quien se creía inmortal -y no me refiero sólo a Pedro Sánchez, sino a toda la maquinaria de Partido que ha tenido más ego estos últimos años que el resto de su vida junta- y miraba por encima del hombro a todo lo que consideraba distinto, y peligroso. El desprecio manifestado hacia las clases medias, la empresa privada y los trabajadores que formamos parte de la misma, el mundo externo a la burbuja woke urbanita… ha laminado gran parte de la base electoral de la que debía “beber” el PSOE. Los resultados de anoche, a pesar de suponer un incremento de votos de casi un millón de personas, siguen siendo muy magros para consolidar cualquier gobierno en el medio y largo plazo.

Por otra parte, la desidia de los equipos y personajes a cargo de la política del Gobierno ha sido de récord. Podemos empezar con la lista de Ministros: Irene Montero, Belarra, el nobody de Universidades, pero también un chulo redomado como Félix Bolaños, culpable directo de dos estados de alarma inconstitucionales que hundieron España, o Diana Morant y su nula labor como Ministra de Ciencia.

Sin embargo, lo mejor está en los detalles. En los detalles de Moncloa, me refiero. ¿En qué momento pensó el Presidente de Gobierno que rodearse de cuatrocientos cincuenta militantes de Partido, cuyo mayor mérito en su vida ha sido tener carnet del PSOE, cero años cotizados fuera de la actividad política, y en el mejor de los casos, estudiar una titulación universitaria de baja cualificación técnica, podía llevarle a una acción de gobierno exitosa? La figura del asesor de Presidencia del Gobierno debe basarse en puestos de confianza para profesionales técnicos bien retribuidos, pensados para que cuadros profesionales aporten su experiencia y conocimiento del sector en beneficio de las decisiones del Presidente del Gobierno. En su lugar, los asesores de Moncloa han sido cuadros directivos de Partido y de las Juventudes Socialistas de Madrid sin experiencia profesional alguna. Esta situación, se ha ido replicando, en parte, en muchos otros organismos y Ministerios.

La acción de gobierno desarrollada desde Moncloa ha sido errática y equivocada en muchos casos, dejando para España un pobre legado. Ni tan siquiera sus propuestas estrella como el ingreso mínimo vital, o las políticas de exclusión social han tenido resultados destacados. Muy pocas cuestiones pueden quedar para la posteridad, tales como el fuerte impulso a las energías renovables, o la liberación de peajes de las grandes autopistas españolas. Y en el caso de esta última, ni tan siquiera han sido capaces de evitar malograrla en el Plan de Resiliencia enviado a Bruselas.

En definitiva, se abre un nuevo ciclo político, y se cierra un caótico y desastroso periodo que, estoy seguro, no echaremos de menos. Cuando creíamos que todo acababa, todo empieza de nuevo. Show must go on.

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