Esta semana ha sido noticia la denuncia de una agresión homófoba en el madrileño barrio de Malasaña. Cuando se supo de dicha denuncia, las redes se volcaron a favor del chaval. Sin embargo, como sabrán, dicha denuncia acabó siendo falsa, lo cual no elimina el problema de base, pero de pronto una gran cantidad de personas pasaron de darle todo el apoyo hasta casi crucificarlo. Todo en apenas días. Y es que nos encontramos en una época en la que casi no sabemos estar callados, aunque esto conlleve decir algo y después su contrario. Escuchamos nuestra opinión a la vez que la estamos soltando sin reflexionarla ligeramente ni escuchar la otra parte. En cuanto vemos algo que nos apela, nos sentimos en la obligación de decir lo que pensamos y justo ahí es cuando debemos respirar hondo y esperar antes de ponernos a teclear como locos.

Las redes hoy en día parecen una selva que nos llevan a ir unos contra otros, y esto no debe pasar al día a día de la sociedad. Tenemos que valorar las cosas antes de hablar. Decir de vez en cuando «no lo sé» o «aún lo tengo que pensar» y no atacar directamente al otro por no pensar lo que nosotros pensamos. Se nos llena la boca al hablar de libertad de expresión. Está claro que somos unos afortunados de poder decir lo que queramos, pero no es lo mismo tener derecho, que tener obligación. Nunca debemos confundir libertad con libertinaje.

Son tiempos en los que abunda la desinformación. La opinión pública se forma en muchas ocasiones bajo informaciones que buscan la famosa crispación. Por ello, ahora más que nunca es necesario frenar el ritmo y ser conscientes de la responsabilidad que cada uno tenemos. La responsabilidad de no hacer más grande el problema. Es vital dotar de importancia a la palabra de nuevo. Vemos en Twitter continuas discusiones sin fundamento. Discusiones que nada se parecen a un debate capaz de llegar a una reflexión. Cada día amanecemos con una serie de noticias y conceptos que en seguida se convierten en algo ya usado. Tópicos y palabras repetidas que una parte de la población rechaza y otra abraza. Y es que parece que, como en un aula de primaria, nos da miedo preguntar por si el de al lado se ríe de nuestro desconocimiento.

La popular cultura del zasca no ayuda. Parece que ahora lo que más valoramos en un político es cómo es capaz de sentenciar al contrario en apenas unas palabras publicadas en Twitter, y esto no es más que un reflejo de la sociedad. Por ello, ahora es necesario que los medios de comunicación y los periodistas juguemos la carta que nunca debemos perder. Nos debemos de alejar de esa falsa comunicación tan desordenada, tan falta de sintaxis.

Está claro que el periodismo ciudadano nos ha traído unos beneficios tremendos a la era de la información, pero antes de decir, hay que razonar, y antes de razonar hay que tener una información veraz acerca de lo que pensar. En definitiva, valoremos la reflexión y el desconocimiento porque, como dijo Sócrates, solo sabemos que no sabemos nada.

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