Parecía mentira en abril, cuando comentábamos desde estas líneas nuestros pronósticos para las elecciones generales y el papel de la nueva política, que nos veríamos de nuevo en esta situación en noviembre. Y aquí estamos. Aunque esta vez parece el final de trayecto. Dentro de cinco días culmina otro de “esos momentos históricos” a los que hemos estado acostumbrados en los últimos años.

Momentos históricos habremos vivido muchos durante estos últimos años, pero este último ciclo, caracterizado por una fuerte fragmentación política, no será recordado precisamente por haber hecho historia. Independientemente del escenario que se abre a partir del próximo diez de noviembre, lo que sí parece claro es que, por primera vez en los últimos cinco años, la denominada “nueva política” sufrirá un fuerte retroceso en sus resultados electorales.

Y es aquí donde el viejo refrán solía decir que para este viaje no hacían falta semejantes alforjas. Si tuviéramos que definir el legado que nos dejan los tres (o cuatro) nuevos partidos que han surgido durante estos años, emplearía la palabra “fracaso”.

Para contextualizar esta situación, es necesario regresar a los orígenes. Hace cinco años, un PSOE en caída libre encabezado por un agotado Rubalcaba marcaba mínimos en unas elecciones europeas. Tras ello estaban los últimos años de gobierno socialista donde el PSOE no supo responder ni a su vocación de partido de izquierdas ni a la gestión de una crisis económica brutal. Al otro lado se encontraba un PP en horas bajas que, tras recoger inicialmente los frutos del desplome socialista, fue incapaz de abordar la situación que vivía el país, viéndose desbordado por la situación social y territorial.

Por si esto fuera poco, si de algo adolecían –y siguen adoleciendo- los dos grandes partidos, es de su nula voluntad para contar con dos grupos de interés valiosísimos para el desarrollo de un proyecto estratégico de país. Estos son, por un lado, los militantes y simpatizantes -las bases- de sus respectivos proyectos políticos, y por otro, personalidades y profesionales de reconocido prestigio y solvencia de la sociedad civil.

En medio de esta vorágine que bien podría haber sido la tormenta perfecta, surgen con fuerza Podemos y sus múltiples candidaturas, y Ciudadanos. Los primeros tuvieron la gran oportunidad de gobernar en las principales ciudades del país: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz, las capitales gallegas… Los segundos, por primera vez en democracia, fueron capaces de ganar en votos y en diputados, a la carcomida y maloliente CiU, o como quieran denominarse. Por si fuera poco, ambas opciones han quedado en sendas elecciones generales a un paso de lograr el ansiado sorpasso a PSOE y PP. Esto en mi pueblo se denomina éxito.

Y cinco años después ¿qué ha quedado de todo ello? Nada. No ha quedado nada. Bueno, a decir verdad, algo sí ha quedado. Como aquella empresa que acusa la competencia de nuevos rivales, los dos grandes partidos han vuelto a ocupar el espacio ideológico y programático que parecían haber perdido, retomando en gran medida la iniciativa y la visión de un proyecto de país que les ha permitido recuperar músculo electoral.

Fracaso es por tanto una palabra que define bien un proyecto con el que se pretende levantar un país y al único al que acabas levantando es a tu adversario. Y esta es, probablemente, otra de las claves. La obsesión poco inteligente por relevar a sus mayores. El nombre de Pablo Iglesias pasará a la historia por ser el nombre de quien fundó y de quién quiso enterrar, sin conseguirlo, al PSOE. En cuanto a Rivera, qué decir de Rivera. Alguien le dijo que era el más guapo, el más listo, el que mejor hablaba, y que los dioses habían preparado para él un lugar en el Olimpo en forma de Emmanuel Macron a la española. Una pena que desde la moción de censura no haya digerido que Pedro Sánchez le ha adelantado en todos esos aspectos. Y que su burda estrategia de actuar de muleta del PP con el fin de derribar a Sánchez a cualquier precio solo haya demostrado que para votar a la copia (C’s), te quedas con el original (PP).

En cuanto a “Más Errejón” y la “Vox de Paco”, poco más de lo que ya han aportado parecen tener que aportar: ruido.

¿Y ahora qué? El domingo celebraremos elecciones y lo que sí parece claro es que el bipartidismo se reforzará de nuevo. Por méritos propios, pero en gran medida, también por méritos ajenos. Las quinielas están echadas sobre qué panorama, en cuanto a lo que gobernabilidad se refiere, nos deparará el nuevo Parlamento. Igualmente, se especula sobre la posibilidad de un gobierno del PSOE en coalición o parcialmente apoyado por el PP. “El Plan” lo denomina Pablo Iglesias. Yo prefiero denominarlo sentido común, o en su caso, la mejor y única opción posible.

Tras cinco años de parálisis política en España y con un buen número de retos en el horizonte ante un mundo que no se detiene, precisamos un Gobierno que gobierne. Y un Gobierno que sepa y pueda gobernar bien. Los dos grandes partidos deberán ponerse de acuerdo en retos que no podemos dejar pasar: la macroeconomía, el papel de las nuevas tecnologías, la globalización y la deslocalización industrial, la educación, la vivienda, el futuro de las pensiones y las prestaciones sociales… Todos ellos son ámbitos que requieren ya de un Gobierno para la mayoría. Y si no están a la altura –como en otras ocasiones-, las siguientes elecciones pondrán a cada uno donde merezca estar. Como este domingo.

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