Dan las 15:33h en Gran Canaria. Cinco horas menos en la costa este de los Estados Unidos. Aparto por un momento mis apuntes de Historia de España y leo nuevamente los últimos sondeos de los votos electorales por estados. Lo veo complicado. La mayoría de los estados se pintan de gris, lo que quiere decir que están reñidos. Son pocos los seguros para los demócratas y pocos, pero alguno más, los seguros para los republicanos. La apreciable igualdad es algo que a priori contradice a los sondeos, que dan por victorioso al demócrata. Sondeos a los que no hago mucho caso: los republicanos tienen dinamita que estallar.

Ese mismo día, un señor de casi 78 años pasea por Scranton, una ciudad al noreste de Pensilvania. Lo reviste un abrigo negro que casi le llega a las rodillas. Le acompañan dos de sus nietas y un corrillo de prensa. Hace visita a una casa de tres pisos y jardín, donde en el salón, detrás de un cuadro, escribe «desde este hogar a la Casa Blanca con la gracia de Dios». Se trata de Joe Biden, candidato a la presidencia de los Estados Unidos.

Unas horas más tarde, pero en la capital del país norteamericano, el ambiente de la Casa Blanca se discierne complicado.  En el interior se oyen cánticos, gritos y tambores: una gran cantidad de personas alientan la llegada del presidente. Pero, en el exterior, manifestantes maldicen al mismo mientras sujetan carteles en su contra. Es entonces cuando aparece un señor de 74 años. Un pantalón de traje azul bailotea por sus piernas, un abrigo negro le sirve de amparo contra los diez grados de Washington DC y a su cabeza se aferra una gorra roja. En ella se lee «Make America Great Again». Es el actual presidente de los Estados Unidos y candidato a la reelección, Donald Trump.

Pasa en aquel momento un coche por delante de mi ventana. Encuentro una ilustración de Joe Biden y Donald Trump que me gusta mucho, publico un tweet con ella. Es para mí una noche bastante especial. Soy de esas personas a las que le apasiona la extrañeza de la política americana y, sorprendentemente, no solo en fecha de elecciones. En alguno de mis sueños me he imaginado paseando por la Casa Blanca con una acreditación al cuello donde se lee «press». Abro mi libreta y apunto alguna frase clave que me viene a la cabeza. Es martes y toca entrar en directo en La Brújula de Onda Cero, con mis compañeras de tertulia Lucía Gutiérrez y Vania Samperio.

Pienso en el «Make America Great Again», ese lema de Trump creado originalmente en 1980 para la campaña de Ronald Reagan, y me parece una tremenda ridiculez. Una falacia populista. La verdad es que América nunca volverá a ser grandiosa. Y nunca volverá a ser grandiosa porque el concepto de grandeza que sostiene Trump es el de la supremacía blanca, los conflictos internacionales, el fomento del odio y el negacionismo. Recapacito acerca de sus políticas económicas y se me generan dudas. A pesar del momento dulce que vive Estados Unidos —quitando la crisis del coronavirus— no termino de entender su proteccionismo. Aun entiendo menos que se apoye en España cuando se sabe que sus restricciones afectan directamente. En resumen, el progreso económico no debería nunca justificar el reaccionarismo.

Por el otro lado, se encuentra Joe Biden con su «build back better» [reconstruir mejor]. Hablar de este candidato es algo meramente curioso: ¿de verdad puede estar alguien de casi 78 años preparado para la presidencia de los Estados Unidos? Más candidatos hay entre los demócratas, que pasan por un momento de renovación. Aparece, de hecho, un ala más progresista entre el conservadurismo natural del propio partido. No se le espera dar tampoco mucho protagonismo. Aquí en España algunos ven a Biden como un señor de izquierdas. Es una idea muy equivocada y —si me lo permiten— estúpida. La realidad es que, si Biden fuera español, lo más probable es que tuviera el carné del Partido Popular.

Existe un concepto equívoco en España —y Europa— de lo que es Estados Unidos. Una visión generalizada a Hollywood y Nueva York. El país norteamericano es también Dakota del Sur. Y también es Cody, un poblado del estado de Wyoming. Y esto significa que es también, a su vez, un país muy diverso. No están en juego unas elecciones, sino cincuenta.

Llega entonces la noche y mi mente se divide entre el examen que tengo al día siguiente de Historia de España y las votaciones americanas. Xabier Fortes comienza directo para TVE, con Carlos Franganillo y Lorenzo Milá en Washington DC. Lorena García y Vicente Vallès comienzan también a emitir, ambos desde la capital, para Antena 3. Y Ferreras comienza un maratón de 15 horas en directo en La Sexta con diversos colaboradores.

Comienzan las elecciones. Hay igualdad, igualdad y más igualdad. Parece que será una madrugada muy larga, pero me voy a dormir a sabiendas de que la primera noche no determinará nada. Trump gana en Florida: daban por muerto a los republicanos y están más vivos que nunca. La igualdad continúa, asegurar que gana uno u otro es tremendamente osado.

Biden comienza a remontar los siguientes días. Trump acusa al mayor sistema electoral mundial de fraude. Y es esta una cuestión de suma importancia: desde antes de que comenzaran las elecciones, dio a entender que no sería un buen perdedor. Lo está demostrando. Al ver el peligro de la derrota, solamente se ha dedicado a acusar de fraude sin ninguna evidencia. Hecho por el que hasta la Fox News, cadena más amistosa del partido republicano, criticó su discurso.

La historia se repite cuando Donald Trump menciona que ha ganado «de lejos» las elecciones. Biden adelanta y se encuentra a un estado de ser presidente. En un principio todo apunta a que Nevada decidirá, pero el sábado 7 de noviembre, y para la sorpresa de la mayoría de periodistas, Associated Press otorga el estado de Pensilvania —casualmente su lugar natal— a Joe Biden, lo que lo convierte en presidente electo de los Estados Unidos de América. Queda entonces por ver cómo actuará el actual presidente ante los resultados de las elecciones. Estados Unidos se enfrenta ahora a un nuevo rumbo, que no tiene necesariamente por qué ser peor o mejor. Pero sí muy diferente.

 

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2 comentarios en «Un señor demócrata y otro republicano»

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